Pinchar la burbuja del columnismo
Quizás el periodismo está infravalorado y el articulismo, por el contrario, sobrevalorado
Me parece una barbaridad y un chollo que te paguen por escribir una columna. Y que conste que yo, como el camarero de 'El Tintero', cobro: no por estas, sino por mis artículos de opinión para el digital de Pedro J.
Esto se va a ... acabar más pronto que tarde y hay que apurar hasta las heces el cáliz del columnismo; seguir golpeando la piñata hasta que caiga el último caramelo. Y es que todo español que sepa encadenar dos frases, como el torero que liga dos pases, aspira a vivir de su arte. Tontos no somos. Quizás el ser fraile antes que cocinero me ha hecho corroborar lo que ya sospechaba: la desproporción que hay entre que te paguen 60 euros –y este es el rango más bajo– por lo que haces en 45 minutos en un rapto de inspiración, y cobrar 30 por un reportaje que te llevas currando una semana. Quizás el periodismo está infravalorado y el articulismo, por el contrario, sobrevalorado.
Y algo no va como debe ir, cuando alguien como yo tiene acceso a una columna en un diario nacional antes de cumplir los 30 y no le llega la oportunidad de ejercer de lo suyo en un periódico local/provincial hasta después de hacer la treintena; cuando tienes en la agenda el número de un director de periódico con sede en Madrid y no el de la encargada de prensa del ayuntamiento de tu pueblo… El sueño de la Opinión produce monstruos. Mi caso, y hay muchos otros por el estilo, me recuerda a los 'fast past' de los parques de atracciones que te permiten saltarte la cola de los 'cacharritos'. De repente, te ves ahí aupado por tus coleguitas columnistas de Twitter que te llevan en volandas, como Hércules, de una columna a otra. Que si intercambio de negritas con uno, que si limpieza de sable a Don Arturo, que si ahora croqueteo aprovechando que Fulano F. Fulánez se ha autoeditado una antología de sus artículos, que si jiji jaja. Hasta que lo que un día empezó como una broma en un blog se convierte en un escaparate nacional en un periódico, en que una editorial capitalina se fije en ti y hasta que tu nombre se escuche en las mañanas de radio.
Y tú, claro, te lo crees. Te bebes los halagos de tus co-columnistas, te embriagas y te piensas que eres un prodigio de la cosa. Pemanito. Aunque es cierto que muchas veces te sientes un impostor ¿Qué hago yo aquí? ¿Cuándo se acabará esta broma? Pero te tomas un par de negronis y se te pasa. Porque eso sí, no puede faltar la referencia al negroni, por Gistau, en tus textos, ni aquello de Camba de que no me tomen demasiado en serio ni demasiado en broma. Faltaría más.
Pero en un rapto de sinceridad contigo mismo, cobras conciencia de que de esto no vas a vivir: que te van a cerrar el grifo antes que a un murciano en 2022. Y cuando te das cuenta de que con 30 palos no es que hayas empezado la casa por el tejado, sino que ni siquiera tienes casa propia y tu techo es el de tu madre, se te cae la cara de vergüenza. Entonces, agachas la cabeza y, ahora sí, te pones a la cola. Te mezclas con el sudor de los otros, que son los tuyos; te impregnas de su olor a humanidad, que es tu perfume. Y comprendes que eres uno más, un simple plumilla que tiene todo por demostrar.
Pero esto es una columna –y tú tienes el ADN cínico y sinvergüenza del columnista de derechas–y piensas que no puede acabar así: en plan socialdemócrata y periodista comprometido y cursi. No. Entonces vuelves a soltar la frasecita de marras de Julio Camba, te bebes un negroni y, ya desinhibido, le dejas caer a los de arriba que tienes el duro y que el mercado de fichajes no cierra hasta el 31.