Opinión

El escritor y el periodista

Me identifico mucho más con el escritor que con el periodista. Pese a que yo soy lo segundo

Me identifico mucho más con el escritor que con el periodista. Pese a que yo soy lo segundo ‒o funjo de tal‒ y sólo aspire a lo primero. Hay una sala común, y son las páginas de opinión, donde ambas especies nos cruzamos. De hecho ... hay periodistas que son escritores –los plumillas– y escritores que son periodistas. Aunque no lo sepan. El escritor, por lo general, es solitario –en buena medida porque necesita esa soledad, ese tiempo consigo, para escribir, pero sobre todo para leer y pensar–, mientras que el periodista, normalmente, es gremial, social, corporativista, gregario.

El periodista tiende al sectarismo –se debe a una militancia progresista, si no a una reaccionaria–, al amiguismo, al adanismo –tanto cándido Kapuściński de provincia que cree salvaguardar la Democracia–, a la cobardía –cuántas veces se ampara en el anonimato de La Redacción o se parapeta tras una cabecera o, simplemente, como una veleta apunta donde soplen los vientos sociales– y a cierto analfabetismo funcional: dicen no tener tiempo para leer –si acaso algo de García Márquez, Marian Rojas Estapé, Paulo Coelho o Jorge Bucay– pero se funden la batería del móvil diariamente entre Twitter, Instagram y Tinder.

Se dice que se extinguió el periodista canalla, aquel del diario 'Pueblo', por ejemplo, que bebía whisky en la redacción, fumaba Gitanes, se juntaba con el lumpen y se iba de putas. Mentira. Desapareció el plumilla romántico, pero el periodista prototipo de hoy es un auténtico canalla. Sí, un ruin que llevado por la acidia y el 'bienquedismo' se alista en cualquier causita o activismo social –feminismo, ecologismo, antifascismo, antirracismo, indigenismo, nacionalismo…–, evidentemente de manera simbólica, sin poner la cara, no vaya a ser que lo proscriban de lado bueno de la Historia.

Al escritor, en cambio, se le tacha de misántropo, de cascarrabias, de elitista, de amargado. Ahí tienen el ejemplo del recién fallecido –era el mejor– Javier Marías, que acuñó aquello de 'Cuando la sociedad es el tirano'. Y es que al que piensa un poco, al que ha leído y entendido algo, no le queda otra que remontar la corriente social como un salmón el río. Vivimos rodeados de una masa cretinizada que se enseñorea en redes sociales y en la calle con su estupidez, su frivolidad, su dogmatismo, su dependencia, su oquedad, su cobardía y su violencia, su egoísmo, su impiedad y su estulticia.

Por eso, cuando absolutamente desanimado por la superioridad aplastante de un enemigo irreductible, uno encima recibe el mazazo de la noticia de la muerte de uno de sus últimos referentes morales e intelectuales –Javier Marías–, la situación invita a envainar la pluma afilada, entregar las ideas propias y darse por vencido. Es entonces, cuando milagrosamente, otro escritor en estado de gracia, Luis Landero, eleva la moral de la menguada tropa con un discurso tremendo que te devuelve el aliento y la esperanza.

Landero, en los fastos del día de Extremadura, haciendo un uso delicioso y preciso del castellano, agarra de las solapas y zarandea a la clase política –dignos representantes y fruto de nuestra sociedad de mediocres–. «Queridos políticos, iréis de cabeza al infierno. Pero no por haber sido bebedores o puteros o codiciosos, o serviles o cobardes o descreídos; no, eso Dios lo perdona. […] Queridos políticos, en confianza y cordialmente, sois unos canallas».

A raíz de este magno discurso, García Reyes trazó la línea que separa al periodista del escritor: «El escritor es un esclavo de la libertad. Si no usa un papel en blanco como ganzúa para liberarse las manos incluso a costa de su pan, acaso podrá considerarse redactor. Pero nunca escritor. […] El escritor debe jugarse la vida para salvar vidas».

Artículo solo para registrados

Lee gratis el contenido completo

Regístrate

Ver comentarios