Almudena Grandes y Almudena Sampalo
Mi progenitora fue a Málaga, a un evento literario, a conocer a su idolatrada novelista. Además, pretendía aprovechar el encuentro con su tocaya, para entregarle personalmente un manuscrito que llevaba décadas componiendo con toda su pasión
Ahora en la provincia lo que se lleva es darle reconocimientos a Almudena Grandes y quitárselos a Pemán: como si muchos, cuarenta años después, hubiesen descubierto la adhesión del autor de 'El Séneca' al régimen de Franco: ¡qué escándalo! Mas no venía yo aquí a ... hablar del denostado escritor gaditano, sino de la añorada novelista madrileña, a la que recientemente dieron el título de doctora honoris causa –post mortem– en la UCA-UCA –permítanme el guiño a Delibes–.
También esta misma semana se le ha dedicado la feria del libro de Puerto Real –La Marinaleda de la Bahía–, municipio donde además se ha bautizado una plaza a su nombre, y a principios de año se nombró hija adoptiva de Rota, también post mortem, a la autora de 'Los aires difíciles'. Lo que me temo es que a la Grandes, al igual que a Pemán, no se le está juzgando por su obra, sino por su ideología.
De esta novelista, ya digo, apenas he leído un par de obras –'Las edades de Lulú' y 'El corazón helado'– y ambas me gustaron sin llegar a marcarme como sí lo haría una novela de Roberto Bolaño o de Javier Marías, por ejemplo. Quien sí ha leído casi todo Almudena Grandes es mi madre, Almudena Sampalo, que, salvo los episodios interminables de la Guerra, se ha bebido con devoción todas las novelas y relatos de la autora de 'Atlas de geografía humana': siendo esta última su obra predilecta de su autora favorita.
Hará un lustro cuando mi progenitora fue a Málaga, a un evento literario, a conocer a su idolatrada novelista. Además, pretendía aprovechar el encuentro con su tocaya, para entregarle personalmente un manuscrito que llevaba décadas componiendo con toda su pasión, para que esta le echara un ojo y, si pudiese, una mano, vaya. Al acabar el acto, se presentó mi madre frente a la Grandes, recomendada por su cuñado Manolo García Montero, y esta le cogió el texto impreso a duras penas y de mala gana. «No te prometo que me lo vaya a leer», le replicó esta con su voz cazallera.
Compartía ponencia con la novelista madrileña el sanluqueño Eduardo Mendicutti, quien, ante el desplante de su compañera a mi madre, se mostró amigable con esta y entablaron una agradable conversación donde recordaron que la hermana del autor de 'Furias divinas' había sido compañera de «¡Ah, Sampalo, claro!» en el colegio de Jerez. Hablando y hablando, la invitó a pasar a un reservado que tenían los escritores que participaron de 'La noche de los libros' en la sala 'La Térmica'.
En dicha habitación-comedor entraban y salían los literatos para tomar un aperitivo, charlar y descansar. Cuando se ausentó Andrés Trapiello, Almudena Grandes aprovechó para rajar de su Quijote –«Qué tontería, qué necesidad había de traducir el Quijote»–; cuando lo hizo Lucía Etxebarria –que fungía de d'j en aquella velada libresca– también rajó «de la loca esta, que está haciendo el ridículo». La mujer del poeta tenía bellos epítetos para todos los de su gremio.
El remate llegó, cuando a la hora de servir vino, estando allí presentes Antonio Soler y su mujer entre otros, Almudena Grandes llenó la copa de todos los que eran salvo la de mi madre, como haciéndola de menos por intrusa. ¿Su pecado cuál era, ser inmunóloga en vez de escritora famosa? Inmediatamente, Mª del Mar, la esposa de Antonio Soler, corrigió el gesto de la otra colmando la copa de Almudena Sampalo. Y es que la talla no va en el apellido.