Mis ajadas zapatillas de correr
Tenía pensado darles descanso eterno a mis zapatillas Asics amarillo fosforito después de correr el pasado domingo la Carrera contra el Cáncer por las playas de Cádiz
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Estaba en Sevilla y fui a una tienda especializada en zapatillas de deporte a hacerme un estudio de la pisada para encargar unos tenis a medida. Me preguntaron si era pronador o supinador, y yo les respondí que era procastinador. Será por esa cosa mía ... de dejar las cosas para última hora ‒como estos artículos, siempre entregados sobre la bocina‒, que aún no he jubilado mis ajadas zapatillas de escribir: en realidad son de correr, pero yo escribo corriendo: una cosa entre Filípides y los peripatéticos. Aunque mi 'running' es patetismo puro, sin peris que valgan.
Decía que tenía pensado darles descanso eterno a mis zapatillas Asics amarillo fosforito después de correr el pasado domingo la Carrera contra el Cáncer por las playas de Cádiz, día en el que justo hacían dos años desde su estreno. Ya habían cumplido con creces su servicio: en lo deportivo suman en torno a 1.780 kilómetros, que es el resultado de sumar los 1.728 kms aproximados de entrenamiento (18 kilómetros semanales durante dos años, tirando por lo bajo), más 4 carreras populares (a 7 kms de media) más una media maratón (21k). La distancia en línea recta de Cádiz a París son 1.539 kilómetros, para que se hagan una idea. 1.850 por carretera.
Eso, ya digo, en el plano estrictamente deportivo. ¿Pero cuántas ideas, cuántos tuits, cuántos artículos habrán surgido de casi 1.800 kilómetros en carrera? Porque ya digo que soy un (peri)patético y escribo corriendo, mis neuronas necesitan, como un cóctel, ser agitadas para sacarles algo. Trotar para activar mis conectores neuronales y que se produzca la famosa sinapsis. Dada mi sequía escritora me gusta imaginarme mi red de carreteras neuronales como nuestras autovías durante el confinamiento: Fantasmales, sólo circulando por ellas cuatro vehículos: tres camioneros de Albacete y un pícaro sevillano que dice que va a Chipiona por trabajo. De ahí que sólo y siempre escriba el mismo relato entre la picaresca y el costumbrismo.
Lo que sí puedo cuantificar es que estas zapatillas han parido más de 105 columnas en La Voz de Cádiz ‒hoy hago dos años desde que empecé mi colaboración aquí‒ y cerca de 50 artículos de opinión en El Español, diario en el que también colaboro. Además de un librito sobre mi equipo de fútbol ‒'Malafollá CF'‒ que a última hora y sin más explicaciones fue abortada su publicación por la editorial Libros del KO. Ah, y no menos importante, una bio de Tinder muy original.
Contemplo mi par de zapatillas: descoloridas, bañadas en arena, los cordones sueltos como cables pelados, los exteriores delanteros agujereados por sucesivos intentos de fuga de sendos meñiques, las suelas más gastadas que la goma de borrar de un dibujante inseguro… De ser un coche me pregunto si pasarían la ITV, y automáticamente me respondo que ni de coña. Pero son tan calentitas y están tan hechas a la medida de mis amorfos pies que me da una pereza horrible desprenderme de ellas y calzarme unas nuevas con todas sus rigideces y periodos de adaptación que conllevan.
«Quizás las aguante hasta la San Silvestre», me digo inminentemente después de parar el reloj y comprobar que he corrido 9,1 kms en 44 minutos. Después de esto ya suman 1.789: «Ya va tocando Revolución Francesa», pienso.