puntadas sin hilo
La universidad del borderío
Estos ché guevaras de diseño claman contra el capitalismo tecleando en sus móviles de última generación
La Universidad de Sevilla y la Pablo de Olavide entregaron ayer sus premios a los mejores expedientes académicos, uno de los actos más formales de ambas instituciones y al que asistieron tanto el alcalde como los rectores de ambas universidades. Los premiados eligieron como portavoz ... a una estudiante, la más brillante de Ciencias Sociales de la UPO, quien declinó agradecer los galardones y, muy por el contrario, aprovechó su minuto de gloria para arremeter contra las universidades y contra la Real Maestranza de Caballería, que también la condecoró por sus indudables méritos académicos. La joven y exitosa estudiante sostuvo que estas instituciones otorgan estos premios «para lavar su imagen» y se dedicó a hablar del cambio climático, de la situación de los presos, de los cazadores furtivos y demás problemas de «esta sociedad enferma», además de denunciar haber sufrido «un estigma» por su corte de pelo.
La intervención está claramente inspirada en la estudiante de Periodismo que aprovechó un acto similar en la Universidad Complutense para insultar a Ayuso y gritar consignas de ultraizquierda. No se trata de enjuiciar a unas chicas que probablemente dentro de unos años recuerden abochornadas su show y cuyas intervenciones cuentan con el atenuante del ímpetu juvenil («sangre que no se desborda/juventud que no se atreve/ni es sangre, ni es juventud/ni relucen, ni florecen»: Miguel Hernández), pero esta actitud de desprecio contestatario demuestra dos problemas de fondo que sí son preocupantes. El primero, el grado de penetración del pensamiento radical entre los universitarios, un colectivo privilegiado al que se le presupone una capacidad de análisis por encima de la media, mejor acceso a datos objetivos y menor permeabilidad a la demagogia política. El segundo, la absoluta falta de educación de esta élite, incapaz de guardar el debido respeto a los anfitriones en un acto institucional. Si uno no está de acuerdo con un premio lo coherente es no recogerlo, sin necesidad de numeritos circenses. Pero son las consecuencias del deterioro del principio de autoridad: es lógico que el escolar a quien se le permitió cuestionar la jerarquía del profesor acabe faltando el respeto al rector en su misma cara.
La generación que acaba ahora la universidad no ha sufrido penurias económicas ni políticas, pero una parte significativa de ella demuestra un odio mucho más visceral que la que vio a sus padres pluriempleados y conoció el franquismo. Recurre a dictaduras imaginarias (lo último, la imposición del sujetador por el patriarcado) para justificar una ira impostada. Estos ché guevaras de diseño que claman contra el capitalismo tecleando en sus móviles de última generación quieren ser revolucionarios, pero no son más que unos bordes egoístas. Y lo peor es que acabarán en algún Ministerio.
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