Opinión
Malos son los tabúes
Cuando la propia conciencia queda oprimida con estos corsés, sólo es esperable que nuestra dignidad pierda su principal fundamento: la libertad
No nos hemos dado un sistema democrático para vivir bajo el peso de tener prohibido dar nuestra opinión. Sin embargo, cada vez es más frecuente pensar y manifestarse agarrando con pinzas lo que vamos a decir o escribir. El resultado es una democracia con tiranía sobre la conciencia y la expresión. Mal negocio son los tabúes. Dos razones, como mínimo, suelen asistir a esa censura; en primer lugar, la obligatoriedad expresa de callar, que, por ejemplo, un líder político impone a sus militantes. También contribuye a ello una legislación enemiga del debate. En segundo término, aparece la conveniencia, en el mal sentido, esto es, ser esclavos de cómo vamos a quedar ante los demás. Si bien la primera causa hace gala del clásico «ordeno y mando», la segunda es más hipócrita. Cuando la propia conciencia queda oprimida con estos corsés, sólo es esperable que nuestra dignidad pierda su principal fundamento: la libertad.
Uno de los tabúes de nuestra democracia es la cuestión relativa a la interrupción voluntaria del embarazo, la decisión de abortar. En este importante asunto se ha echado tierra encima. La finalidad de ese enterramiento es que la verdad de lo que debería ponerse de relieve quede oculto. Lo que se pone sobre el tablero que lo tapa son ideas fijas que quieren ser incontestables, pero que no son el núcleo del problema. El arma que se utiliza es la alusión al derecho de la mujer sobre su propio cuerpo, ignorando que hay otro en juego que no es el suyo.
Claro está que, esgrimiendo el erróneo principio de la propiedad de la mujer sobre su cuerpo, pocos serán los que se atrevan a decir algo en contra. Las acusaciones de machismo y la consecuente anulación de la persona que haya tenido el valor de dar su opinión crítica, son, como mínimo, lo que le espera. Ahora bien, la libertad no se regala. Siempre hay que defenderla con la actitud individual, aunque se pierdan oportunidades de medrar. Si hay amor por la libertad, entonces el alma habla y no tiene miedo.
Comprendo perfectamente que se le llame coacción, y no oportunidad, a la posibilidad de que una mujer, unos padres, puedan contemplar alternativas para que la vida que les ha llegado siga adelante. ¿Por qué? Porque la cultura de la muerte no conoce límites. Ésta pervierte el lenguaje, retuerce los conceptos y nos hace mirar al lugar equivocado. Esta cultura mortuoria y falsamente libertaria, no quiere oír hablar del derecho a la vida que se gesta en el vientre materno, no está en su agenda contemplar la integridad ética y humana que esa pequeña vida tiene, por eso busca despistarnos con ideas desconectadas de lo que en verdad estamos tratando. La cultura de la muerte y del dominio absoluto está muy interesada en esto, porque tiene mucho que ganar. Nos convierte en colectivos victimizados, nos hace dependientes de lo que ella quiera darnos. Que cada vez seamos menos los que hablemos en libertad es un requisito necesario, para que otros retengan en sus manos el poder. Nos ofrecen todo tipo de disfrute de derechos. Luego, si el disfrute no es tal, los poderes públicos no se harán responsables de ello, a pesar de que normativizan los mensajes que debemos consumir. Esto mismo hacen con las mujeres embarazadas.
Yo sí quiero expresar mi convicción de que hay vida digna e insustituible desde el inicio del embarazo, y que este pensamiento tiene derecho a traducirse en legislación. La vida que se desarrolla en el vientre materno no es de libre disposición en su existencia por parte de quien la lleva en sí o en decisión conjunta con la pareja. Al contrario, es necesitada receptora de su cuidado. ¿Acaso esa dependencia, fragilidad, el tamaño o la forma de esa vida es lo que da y quita derechos individuales? ¿Cómo podremos entonces decir que somos una sociedad avanzada? ¿Son las características físicas de la persona, desde su más pequeña expresión, las que nos dan dominio sobre ella? ¿A partir de qué semanas una vida puede calificarse de humana, según nuestra arrogancia? ¿Quién querría decir de sí mismo que, una vez dependiente de otros, limitados en las facultades, nuestra integridad moral importará menos? Nadie lo desearía para sí, ¿por qué entonces se aplica a la vida que crece dentro de una mujer?
Créanme, somos muchos los que no necesitamos dar golpes a nadie con nuestros principios. Es bueno y justo poder expresarlos y compartirlos. Sin este derecho, viviremos en un sistema que, desde luego, nos sumergirá en una absoluta arbitrariedad.
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