Fernando Sicre Gilabert
No son todos, pero sí todos los que son
Los sucesos franceses exigen una reflexión histórica, para acometer en el presente y en el futuro inmediato, las decisiones políticas acertadas
Los sucesos franceses exigen una reflexión histórica, para acometer en el presente y en el futuro inmediato, las decisiones políticas acertadas. El Imperio Romano constituyó el primer gran esfuerzo para integrar una parte importante de nuestro continente. Las bases de Europa comenzó a ponerlas Carlomagno en el siglo VIII. Supuso el resurgimiento de la cultura y las artes latinas a través del imperio carolingio, dirigido por la Iglesia católica, estableciéndose ya una identidad europea común. Por medio de sus conquistas y sus reformas internas, Carlomagno sentó los cimientos de lo que sería Europa Occidental en la Alta Edad Media. Hoy día es considerado no sólo como el fundador de las monarquías francesas y alemanas, que le nombran como Carlos I, sino también como el padre de Europa. En Hispania, la lucha contra los musulmanes continuó, durante toda la segunda mitad del reinado de Carlomagno. En 785, los soldados de su hijo Luis, que se encontraba encargado de defender la frontera con España, conquistaron Gerona. La Edad Media trajo la idea de unificación bajo el denominador del cristianismo, y de ella surgieron las ideas de «eurocentrismo» y de la «superioridad» de Europa y de la civilización europea. Sin el Renacimiento y la Ilustración no podemos entender las ideas de tolerancia, libertad, respeto de los derechos del hombre y democracia, en la que se trata de basar la construcción europea.
Ya en pleno siglo XX, Richard Coudenhove-Kalergi conde austriaco, en 1923 publicaba un libro titulado Paneuropa y creó el Movimiento Europeo, con el fin explícito de lograr una unión europea: «Europa como concepto político no existe. Esta parte del mundo engloba a pueblos y Estados que están instalados en el caos, en un barril de pólvora de conflictos internacionales, y en un campo abonado de conflictos futuros». En 1943 Monnet planteó ya sus ideales europeístas, manifestando que la «cuestión europea» será resuelta sólo mediante la unión de los pueblos de Europa. Decía que «no habrá paz en Europa, si los Estados se reconstruyen sobre una base de soberanía nacional... Los países de Europa son demasiado pequeños para asegurar a sus pueblos la prosperidad y los avances sociales indispensables». Robert Schuman ministro francés de Asuntos Exteriores, a finales de la década de los años cuarenta, asumió los planes diseñados por Monnet y propuso un plan para el desarrollo de los vínculos económicos, políticos y militares entre Francia y la República Federal de Alemania. El Plan Schuman dio origen a la CECA en 1952, antecedente inmediato de la CEE. Decía que «una vez vencido el nacionalismo, hará falta imaginar formas nuevas de unificar a Europa, ya que en el pasado algunos lo han intentado por la fuerza».
Ahora, en el año 2015, el terrorismo islamista atenta contra un país europeo y en ese contexto hay que entender que todos hemos sido atacado. Los franceses han reaccionado como Dios manda. Nada que ver con la reacción española de 2004, auspiciada y debidamente coordinada por la Cadena SER y El País. Qué asco de país, España, en esos momentos. Lo dejó claro ZP en la cadena televisiva de PRISA, cuando Gabilondo lo acaba de entrevistar y con los micrófonos abiertos, pero fuera de entrevista, manifestó el ínclito contador de nubes y mentor de la «alianza de civilizaciones» en su célebre frase: «lo que pasa es que nos conviene que haya tensión en la calle». Aún no sé quién atentó en España y eso que han pasado 11 años. En Francia, como en Mali, son los radicales islamistas, que quieren subyugarnos y apretarnos el pescuezo hasta decapitarnos. Todos los que son, lo hacen en nombre de su Dios, que estoy seguro que es el mismo que el mío y que nos conduce a todos a la felicidad, como decía Aristóteles. Por eso, no son todos sin lugar a dudas, los hay y son muchos, gente buena como ocurre en todos los lugares y en todas las religiones.