HOJA ROJA
Y todo a media luz
Será porque hemos aprendido que no se puede empeorar, que nos hemos convertido en una sociedad individualista, un ‘sálvese quien pueda’
Parece que no, pero todo llega, y llega con una rapidez tan vertiginosa que cuando nos venimos a dar cuenta de donde estamos, ya estamos otra vez dando la vuelta a la noria, obedientemente. El frío, como siempre, le cogió descalzo y sin cambiar los ... armarios. Total, a primeros de noviembre aún hacía tiempo de playa y lo del entretiempo ya tiene asumido que es una leyenda urbana. A ver dónde están ahora las mantas y las zapatillas de paño y los pijamas de invierno, si aún andan por ahí los bañadores y las cremas solares a pesar de que ya cuelgan tímidamente –lo de tímidamente está dicho a conciencia– por las calles unas raquíticas luces de Navidad –o de algo que se supone que es navideño, la imaginación no tiene límites– y en los supermercados ya empieza a escasear el turrón de chocolate. Menos mal que usted se había acostumbrado ya a poner las lavadoras por la noche y a no encender el horno nada más que los fines de semana, pero nadie le avisó de que encender la estufa a la hora de la cena le va a salir por un ojo de la cara. Y ahí está usted, yendo de su corazón a sus asuntos y debatiéndose entre pasar frío o pasar hambre, porque el recibo de la luz con la correspondiente –y temida– subida también llegará. Todo llega.
Llega, incluso, el anuncio de la Lotería de Navidad como un macabro señuelo de lo que queda por venir. Y no me refiero al premio, claro está, sino a la huelga de transportistas anunciada para los días previos a la gran fiesta del consumo. No se preocupe, ante la escasez de suministros que se avecina, lo mismo ni se entera de que los camioneros andan reivindicando más salario. Con un poco de suerte, el suyo –su salario– tampoco le llega para hacer grandes compras ni siquiera en el almacén de la esquina, que a este paso lo más probable es que haya cerrado también antes de que canten los niños de San Ildefonso.
El anuncio de la Lotería de Navidad se ha convertido, en los últimos años, en un cuento dickensiano con final feliz. Si el año pasado nos contaban aquella historia de «como siempre, como nunca» trufada de imágenes dignas de la pequeña cerillera –Andersen era un cursi muy triste–, este año nos enseñan una España que ni usted ni yo conocemos; y no lo digo por el paisaje ‘vaciado’ ni por la comunidad vecinal de Barrio Sésamo. Lo digo por esa ingenua ‘cadena de décimos’ que corre como la pólvora –me representa el vecino al que no le llega ninguno–, y que convierte el sorteo de la lotería es una especie de festival de los Elois danzando bajo la nieve. Dice el presidente de Loterías y Apuestas del Estado –qué va a decir el hombre– que este año se ha buscado «un mayor optimismo como presagio de lo que queremos que nos llegue» y por eso han apostado por un anuncio «sencillo, cercano y con un toque de magia, como de cuento de Navidad». Ahí está el truco, como de cuento de Navidad, dice. Porque todo eso de que «refleja los valores fundamentales de la sociedad» no se lo cree nadie, y por mucho que pongan el acento en la dicotomía «colectividad-individualidad», lo cierto es que nunca, como ahora, hemos sido más individualistas. Será por la pandemia, será por el año tan duro que hemos pasado, será porque estamos hartos de escuchar tonterías –el ‘te lo arreglo el lunes’ de la ministra Montero lo dice todo–, o será porque ya hemos aprendido que no hay situación que no pueda empeorar, lo cierto es que nos hemos convertido en una sociedad individualista y egoísta que se rige por la ley del ‘sálvese quien pueda’.
Los datos avalan lo que le digo, aunque me cueste mucho reconocerlo. Esta semana se disparaban las ventas de pilas eléctricas y de hornillos de gas –a mi me gusta llamarlos infiernillos–ante el pánico provocado por la posibilidad de un apagón mundial, que según la ministra Ribera no tiene recorrido en España y según los vecinos austriacos y alemanes puede pasar en cualquier momento. Tampoco tenía recorrido el Covid en nuestro país, y ya ve. Porque si algo hemos aprendido de la pandemia ha sido a respetar el refranero y cuando las barbas de tu vecino veas pelar, ya puedes ir a comprar la lista entera que recomiendan las autoridades alemanas, ya sabe –no disimule, usted también la ha visto- la linterna gorda, las velas, el agua, la verdura y la fruta en conserva –lo del kilo y medio de copos de avena no tiene trasunto patrio- y las latas de atún.
Así que seguramente a su vecino le hace más ilusión, más que un décimo de lotería, un camping-gas, un lata de melocotón en almíbar o un par de mantas gordas, que luego viene Filomena y nos deja tiritando. Porque a lo mejor no llega el apagón a España, pero entre el precio de la luz, el encarecimiento del gas y la subida en la cesta de la compra, no nos va a quedar más remedio que volver al anuncio de la Lotería de Navidad y como la pequeña cerillera, ir encendiendo uno a uno los fósforos, a media luz, como si no hubiese un mañana. Que lo mismo, ni lo hay.