La vuelta al cole en 80 modos
¿Cuántas veces nos habremos lavado las manos? Por higiene, por prevención, y últimamente –y con más frecuencia- para desentendernos del asunto

En lo que llevamos de Estado de Alarma, a Phileas Fogg le habría dado tiempo de dar la vuelta al mundo, e incluso le habrían sobrado días para brindar con sus colegas del Reform Club londinense, y hasta para casarse con la exótica Aouda. 92 ... días se cumplen hoy de aquella declaración del presidente Sánchez, ¿se acuerda? sí, hombre, aquella de las peluquerías como servicio esencial, la del «haremos lo que haga falta, cuando haga falta y donde haga falta», aquella en la que todavía creíamos que vendría Morgan Freeman a darnos las últimas buenas noches y en la que descubrimos que el heroísmo «consiste también en lavarse las manos».
¿Cuántas veces nos habremos lavado las manos desde entonces? Algunas, por higiene, otras por prevención y últimamente –y con más frecuencia- para desentendernos del asunto, «Lavi inter innocentes manus meas», que habrá dicho Pilatos. Porque al final, hasta Pedro Sánchez se dio cuenta de qué iba esto, y así nos lo contó el Viernes de Dolores «los niños españoles se lavan las manos más que nunca». Qué grandes momentos nos ha dado el presidente del Gobierno en estos casi noventa días de incertidumbre. Adoro las hemerotecas, pero algunos días me duelen mucho las páginas de los periódicos atrasados. ¿Quién nos iba a decir que íbamos a vivir esto?
Seguro que aún recuerda el topicazo de «los felices 20» con los que todos nos felicitamos el año nuevo, y casi seguro que usted se imaginaba con faldas y a lo loco brindando con champán malo y bailando charlestón, durante los trescientos sesenta y seis días de este maldito bisiesto –siempre lo he dicho, «año bisiesto, año siniestro»–. Nada ni nadie imaginaba esto, no venga ahora con que «yo lo veía venir», «ya se notaba algo»… porque hasta medio día antes del decreto de Estado de Alarma, todos –todos y todas- hablábamos de ese resfriadillo fuerte que atacaba solo a las personas mayores, no lo niegue.
No hace falta quitar la postilla para que siga supurando la herida y por eso, no lo haré. Por eso, y porque me cansa tanto como a usted hacer recuento de los disparates que hemos visto y vivido en estos tres meses. Solo me queda una duda, pero hasta de eso me estoy quitando. ¿De verdad era una estrategia de comunicación, era una puesta en escena o, realmente, el Gobierno estaba dando palos de ciego y dando informaciones contradictorias para confundir al personal? No lo sé, y a estas alturas, creo que hoy tampoco quiero saberlo. Porque se me acumula el trabajo de hemeroteca y ya está aquí la vuelta al cole.
Recapitulemos. Nuestros niños y niñas, los potenciales contagiadores del virus, que no podían ir a ver a los abuelos, ni salir a la calle; los de la teletarea, dejaron el curso a medias, con las mesas separadas y bidones de gel hidroalcohólico en los pasillos del cole. Se fueron así, sin más, porque iban a volver en quince días, que luego fueron treinta, y luego otros treinta; y de pronto -comenzando mayo-se anunció que ya no volverían hasta septiembre, o que volverían de forma voluntaria, o que volverían los más pequeños, o que volverían dando clases en los patios, los gimnasios y las bibliotecas, o que volverían a medias, o que volverían unos días sí y otros no, o que no volverían… se me acumula el trabajo de hemeroteca, sobre todo cuando se trata de la vuelta al cole, en un país donde la educación importa tan poco. La ministra no se pone de acuerdo ni con ella misma, primero reduciendo las ratios –sin conocimiento alguno-, luego acortando las distancias, y por último, añadiéndole al coctel la medida exacta para convertirlo en molotov.
A ver si me aclaro. Los niños –y niñas- mayores de seis años están obligados a llevar mascarilla en todos los lugares cerrados, menos en el colegio, donde no tendrán que usarla porque, según Celaá, «son grupos estables de convivencia» ¿de convivencia con quien? ¿viven quizá en el colegio? ¿no tienen contacto con otras personas? ¿si van a un supermercado tienen que usar mascarilla, pero en el cole pueden pasar cinco horas diarias sin ella? ¿no es necesaria la distancia física –aún no me he enterado si es dos metros o metro y medio- en el colegio pero sí en la calle? No entiendo nada, y usted tampoco y mucho menos lo entendería si le aplicara la ecuación del ministro Castells para la vuelta a la Universidad. Si la ministra de Educación hablaba de «grupos estables de conviencia», el de Universidades habla de «presencialidad adaptada» –algún día habrá que redactar el diccionario covid-postcovid- que es una cosa tan loca como hallar un coeficiente real de ocupación dividiendo el número de alumnos matriculados por la capacidad real de las instalaciones. Una cosa tan loca, digo, que al final ha desistido y ha dejado en manos de cada Universidad la decisión final.
A estas alturas usted debería estar buscando el disfraz para la fiesta de fin de curso de su hijo, o el vestido de graduación para su hija, o tal vez, esperando las listas definitivas de admisión en un nuevo centro. Pero no. A estas alturas está usted esperando que llegue Phileas Fogg y le cuente que en ochenta días es posible dar la vuelta al mundo, pero es imposible la vuelta al cole.