El virus de la ignorancia
Vale que nunca pensamos que nos veríamos en una situación parecida, porque si algo tenemos los seres humanos es poca memoria histórica
Todos tenemos en la retina sentimental a Morgan Freeman –el único presidente negro de los Estados Unidos que nunca nos ha decepcionado- despidiéndose de la humanidad y deseándoles buena suerte a los agraciados con una nueva humanidad . Es lo que tiene haberse criado ... viendo películas de catástrofes naturales o contranaturales y asistiendo, una y otra vez, a la ceremonia de la confusión de los más bajos instintos humanos, que todo nos resulta familiar; las colas en los supermercados, los políticos infectados, los museos cerrados, los negacionistas, los que se refugian en las bibliotecas… todo lo hemos visto ya.
Claro que una cosa es verlo y otra cosa, muy distinta, es vivirlo. Lo de los toros desde la barrera –aunque no sea muy políticamente correcto hablar de toros-, que se decía antes. Para estos tipos de espectáculos, los de las catástrofes televisadas, estábamos más que preparados . Pero nadie nos preparó para la vida real, nunca nadie nos prepara la vida. Y así vamos, dando palos de ciego, equivocándonos una y otra vez, indefensos y desamparados. Alimentándonos con las noticias que más nos hartan y menos nos convienen y fiándolo todo al “tengo un amigo médico que me ha dicho que le han dicho…”o “hay que beber agua caliente porque el virus se muere con el calor” Somos así, que ya lo dijo Saramago –al que vuelvo una y otra vez- “Hay en nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos”.
Y somos unos ignorantes, que en principio, no tiene por qué ser algo negativo, no crean que voy a ponerme exquisita ni nada parecido, pero no dejo de pensar en “la mujer más peligrosa de América”, Emma Goldman, que definió la ignorancia como el elemento más violento de la sociedad. No tengo ninguna duda. Es la ignorancia el peor virus , el que más se contagia y el más dañino de los que conozco. Mucho más que este coronavirus que ha puesto patas arriba al sistema y que nos ha colocado en el centro mismo de la película de catástrofes más espeluznante de cuantas habíamos visto.
No es necesario que le cuente el argumento. Los hechos son los que son, y no hace falta ser el director de la película para identificar a los protagonistas. Los cobardes, los negacionistas, lo irresponsables, los agoreros, los listos –esos que siempre llevan la linterna con pilas y se saben al dedillo el mapa de las alcantarillas de la ciudad-, los caraduras, los pacatos que siguen al primer profeta que se cruce en su camino… en fin, para qué voy a seguir si tiene usted una lista mucho más completa que la mía. Desde los que siguen opinando que esto es un “resfriadillo fuerte” y que más gente muere de gripe –y más cornadas da el hambre, que decía el clásico-, a los que atesoran rollos de papel higiénico, se ponen bolsas de plástico en la cabeza, y retiran el dinero de los bancos, hay todo un corolario de la estupidez humana.
Vale que nunca pensamos que nos veríamos en una situación parecida, porque si algo tenemos los seres humanos es poca memoria histórica . El siglo XX comenzó de la misma manera que el XXI –y no, no quiero ser agorera, que después de la crisis del 29 ya sabe usted lo que viene-; recuérdelo, con atentados, cierre de fronteras y una pandemia que se llevó por delante a cincuenta millones de personas. Y vale que “El ensayo sobre la ceguera” se ha convertido en el manual de estilo de esta crisis, pero lo que no podemos asumir es que lo que no mate el virus, lo remate nuestra ignorancia.
El alcalde de Sevilla espera que la OMS se dirija a él personalmente para convencerlo de por qué hay que suprimir las salidas procesionales en Semana Santa , esa semana que es fiesta en toda España, por cierto, y que mueve muchísima gente de una lado a otro del país –lo aclaro por si alguien todavía está pensando que prohibir las procesiones es cosa de comunistas- sin la menor intención de ver cristos y vírgenes. La vicepresidenta del gobierno se pasea en una multitudinaria manifestación cuarenta y ocho horas antes de que se desataran los números de contagiados. Y el presidente de Horeca se lamenta de que “suspender la Semana Santa, la Feria de Jerez y las Motos GP puede causar más daño que el coronavirus”. Claro. “Estamos sufriendo los efectos de una crisis del coronavirus sin que haya causa”, dice Antonio de María , más preocupado por sus estadísticas de ocupación hostelera que por lo que pueda suceder a la población en los próximos días.
Las gafas de cerca puestas, por descontado. Las gafas de la ignorancia. Se cierran los colegios, los centros de mayores, los museos, las bibliotecas, los teatros –la decisión, rápida y acertada, del Ayuntamiento de Cádiz la mañana del pasado jueves, es de agradecer. Se suspenden los procesos de oposición, se fumigan las estaciones de autobuses y de trenes. Se recomienda no salir mucho de casa, se suspenden las cirugías no urgentes… pero aquí nos preocupamos de la ocupación hotelera y de la celebración de las ferias, como si todo lo demás no fuera con nosotros .
Recuerde a Saramago “de esa masa estamos hechos, mitad indiferencia, mitad ruindad” . Y así nos va.