Opinión

Vamos a lo que vamos

Dudo mucho que la foto de Sánchez o Merkel vacunándose arrastre gente a los dispensarios para arrimar el hombro. Mientras el mundo va por un lado, nosotros vamos por otro

Dura tan poco la alegría en la casa del pobre, que apenas cuarenta y ocho horas después de que Margaret Keenan y William Shakespeare recibieran las primeras dosis de la vacuna contra el Covid-19 en Gran Bretaña, ya andaban las autoridades sanitarias advirtiendo de ... los peligros que conlleva la vacunación para la población alérgica, a la que siempre habíamos considerado grupo de riesgo. En fin, nadie es perfecto, ni siquiera el laboratorio Pfizer, y eso que ha sido capaz de fabricar y producir las dosis necesarias para medio mundo en menos de un año; algo que algunos esgrimen como argumento en contra, y otros como un valor añadido y encomiable. Lo que le digo siempre, lo de la gata Flora, que si se la meten chilla y si se la sacan llora. Disculpe la grosería pero no soy yo la única que, en este país, se debate continuamente entre lo político y lo correcto.

En estos momentos hay más de un cincuenta por ciento de la población española que desconfía abiertamente de la vacuna. Los que dicen, ya lo sabe, que antes se vacunen otros, que no quieren ser los primeros y que mientras que no se vacunen los políticos no piensan dar su brazo ni a torcer, ni a la ciencia. Sánchez, el presidente Sánchez, se ha ofrecido «sin ninguna» duda «a vacunarse públicamente» y a convertirse en ejemplo de confianza para los ciudadanos que gobierna, igual que han dicho sus colegas europeos; venga, todos a pincharse ante las cámaras para que el espíritu tomista –si no lo veo, no lo creo– se salga con la suya. No sería la primera vez; tampoco piense que en esto son originales.

Hace algo más de medio siglo, la poliomielitis se había convertido en un problema global de salud; millones de niños en el mundo habían contraído la enfermedad –que llegó a ser letal en muchos casos- y sufrían secuelas físicas que los estigmatizarían de por vida. La ciencia de entonces se empleó a fondo en la búsqueda de una vacuna que frenara, o acabara, con el virus que, casi siempre de manera asintomática, se estaba convirtiendo en pandemia. En aquel entonces fueron dos las vacunas que se disputaron el podium farmacéutico, la Salk inyectada y la Sabin, administrada por vía oral. Se hicieron campañas internacionales para que la población tomara conciencia de la necesidad de la vacunación –algunas con poco acierto, la verdad, porque Roosevelt en su silla de ruedas no era precisamente un estímulo– y se hicieron llamamientos a la responsabilidad, sobre todo, de los padres. José León de Carranza, alcalde de Cádiz en los años sesenta, no perdía ocasión para llamar la atención de las familias, insitiendo en el carácter «gratuito y totalmente seguro» de la vacuna, y advirtiendo que «los padres incurren en responsabilidad si no proceden a vacunar de la polio a sus hijos».

Parece, sin embargo, que nadie escarmienta en vacuna ajena, y si algo fue decisivo para la vacunación masiva en los Estados Unidos, fue la campaña de imagen que se llevó a cabo en los medios de comunicación. Walter Winchell, influyente periodista de finales de los cincuenta, había dicho en su programa de radio que la gente no debía vacunarse porque sería como cometer «un asesinato»; esto, unido al desinterés de la población juvenil estadounidense que no se sentía aludida por un virus que atacaba a los niños y a las personas mayores, hizo que las autoridades sanitarias pensaran en una estrella del rock para captar su atención. Elvis Presley, que triunfaba en aquel momento con ‘Heartbreak Hotel’, era un símbolo de rebeldía para la juventud estadounidense y su imagen recibiendo la vacuna en directo, en el show de Ed Sullivan, fue definitiva para que acudieran a vacunarse. El resultado fue impresionante, la poliomielitis en Estados Unidos disminuyó en casi un 90% antes de 1960.

El caso es que la foto de Elvis luciendo jeringuilla en su musculado brazo dio la vuelta al mundo y se convirtió en el símbolo de la victoria sobre el virus. Dudo mucho que la imagen de Sánchez, o Merkel o Makron, ni siquiera la de Johnson –y eso que allí lo hacen todo por Gran Bretaña– vacunándose arrastre gente a los dispensarios para arrimar el hombro. Mientras el mundo va por un lado, nosotros vamos por otro

Aquí vamos a lo que vamos, a lo importante. Que si Juanma ya nos deja cruzar el puente, lo único en lo que tenemos que pensar es en qué vamos a hacer en las dos horas que estén cerrados los bares, aunque seguro que usted ya lo ha pensado, porque Ikea y Primark le están esperando desde hace un mes y dicen que hay que apoyar a la economía.

Luego hablan del comercio local y esas cosas. Pues nada, a esperar la tercera ola y a cruzar los dedos para que no venga enchampelada con la cuarta, antes de que nos toque vacunarnos.

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