Tras la máscara
En la nueva normalidad voy como los monos de Toshogu, ni veo, ni oigo y sí, hablo… pero a gritos
Todos mis referentes me conducen al mismo sitio. Hace calor, y mientras va subiendo el termómetro, me debato entre Los Rodríguez y Radio Futura –la edad, que tampoco perdona en esto- ya sabe, entre «tan dulce como el vino, salada como el mar» y «arde ... la calle al sol de poniente». Qué le vamos a hacer, me gustaría tener otras referencias más intelectuales, pero soy un producto genuino de mi tiempo y de la televisión que me tocó vivir, en la que el verano siempre estaba lleno de vaquillas del Gran Prix, de galas horteras tipo 'Murcia, qué hermosa eres', de chicas tutifruti -¡Ay qué calor!- y de canciones del verano. No parece, sin embargo, que este verano vaya a tener canción, tal vez porque todo lo que teníamos que cantar ya lo hicimos durante el confinamiento, y tampoco parece que vayamos a tener muchos referentes en este verano extraño que recordaremos, sobre todo, por las mascarillas y por el calor. Por el calor que dan las mascarillas.
Y por lo mal que vemos, y lo peor que oímos desde que llevamos mascarilla. Es como si en vez de cubrirnos la nariz y la boca, nos hubiesen echado una capucha por la cabeza. No sé si a usted también le pasa, pero en la nueva normalidad voy como los monos de Toshogu, ni veo, ni oigo y sí, hablo… pero a gritos. No hay mal que por bien no venga y tal vez eso, lo de no ver ni oír, me mantiene a salvo de las informaciones «inquietantes y perturbadoras» –palabras del Presidente- que nos rodean. No me refiero al viaje de los Reyes por las Hurdes –perdón, por la España profunda-, ni a los devaneos del monarca emérito y sus dadivosos regalos, ni a la normalización de los insultos y el pensamiento único, ni tampoco a los nuevos e incontrolables brotes de coronavirus, y eso que las declaraciones de la delegada del Gobierno Andaluz «brotes habrá, pero ya sabemos cómo actuar» son poco tranquilizadoras. Mi parcial ceguera y sordera me protegen del nombramiento del nuevo delegado de la Zona Franca, de la programación cultural del Ayuntamiento y hasta del ascenso del Cádiz C.F. –no me malinterprete, no entiendo de fútbol. No me altera que haya ratas en la Alameda, ni que la espada de Damocles haya caído con todo su peso dejando en evidencia el abandono, por parte de todas las administraciones, del patrimonio artístico de la ciudad; tampoco me altera que una de las acompañantes del marqués de Comillas en su monumento –de Antonio Parera, también, como el de las Cortes- haya perdido la cabeza por el mismo motivo que La Pepa perdió su espada, por el deterioro manifiesto de la estatuaria gaditana. Como no veo y no oigo, no me espanta que los vigilantes de la playa no hayan recibido formación, que no haya policías locales suficientes, ni siquiera me afecta que Valcárcel se quede en lo que ya es –siempre dije, y hay testigos, que Educación no vendría a Cádiz-, ni me sofocan las veinticuatro plataneras –que no dan plátanos, sino sombra, según el concejal de Urbanismo- que se van a trasplantar para que la plaza de España sea la «puerta principal de Cádiz».
No es dejadez por mi parte, ni falta de compromiso ciudadano, no vaya pensar mal; tampoco es porque mi paciencia haya llegado al límite, que llegó hace ya mucho tiempo. Es simplemente que desde el pasado Pleno Municipal no dejo de pensar en Albert Camus; es lo bueno de nuestro alcalde, que de cuando en cuando, nos ilumina con esa tarea pedagógica que se ha autoimpuesto y nos ofrece alternativas para paliar nuestra ignorancia. De toda la filosofía existencialista del autor francés, José María González nos ilustró con 'La Peste' –no va con segundas, de verdad- y los monstruos que produce la indiferencia, pero podría haber elegido 'El extranjero' y a Meursault, el hombre que ni busca explicaciones ni cuestiona lo que sucede a su alrededor, el asesino deslumbrado por el calor . El calor insoportable que derrite glaciares y voluntades, que confunde el día y la noche, que quema, que aturde, que agota y que atonta.
Hace calor, pero podría ser peor. Hay un estudio que dice que los veranos en Cádiz dentro de treinta años tendrán temperaturas de hasta 50º y habrá noches tropicales durante más de dos meses –ya ve, ya estoy hablando del tiempo otra vez- que no nos dejarán conciliar el sueño. No pierda de vista a Camus, porque el calor dejará de ser un atenuante y una excusa, para convertirse en un estado de ánimo; y ya sabe usted cómo nos ponemos de impertinentes con el calor.
En el fondo, estoy encantada con mi nueva normalidad miope y teniente. Dicen que ojos que no ven, corazón que no siente y que los oídos sordos son lo mejor para las palabras necias. Y para lo que hay que ver y lo que hay que oír…
Menos mal que ya está a la venta la lotería de Navidad. Después de todo, la vida es una tómbola y hay cosas que nunca cambian, y al menos, hasta el momento, en diciembre no hará este calor sofocante, y quizá no llevemos mascarillas. Aunque quién sabe, habrá que volver a leer a Albert Camus, por si acaso.