Opinión
Todo no está en los libros
Un pueblo que no lee siempre es más fácil de gobernar, de domesticar, de alienar
Decía Cervantes –qué oportuna, o mejor dicho, qué oportunista la referencia en estos días– que «el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». Y, si fuese cierto, con lo que llevamos andado y leído en este año, a estas alturas seríamos ... todos una extraña mezcla entre Einstein y Petete. No le descubro nada nuevo si le digo que la venta de ropa deportiva se ha disparado tanto que el chándal, –que tan gaditano era– ha conquistado hasta las pasarelas más exclusivas de la moda internacional. Fíjese bien, las pocas tiendas que nos van quedando en Cádiz muestran, sin sonrojo, estantes llenos de lo que los modernos llaman «homewear» que no es más que un catálogo de ropa para estar en casa, desde el socorrido chándal a la sudadera, pasando por la camiseta «oversize», sin olvidar que los zapatos que nos venden como más estilosos parecen diseñados para correr la maratón de Japón. Normal, dirá usted; pero lo dirá por consolarse, porque muy normal, no es. Pero lo cierto es que, desde hace un año, invertimos más tiempo y más dinero en lo único que no nos han prohibido o limitado, estar en casa y pasear .
Y en la misma proporción se han incrementado los niveles de lectura, como consecuencia lógica de lo anteriormente dicho. Pasamos más tiempo en casa, la tele no hay quien la vea –bueno, yo sí, pero porque de toda la vida me ha entretenido mucho, incluso el único árbol del Serengeti que sale en los documentales de la 2– y las series de Netflix ya están más vistas que el tebeo –que decía mi abuela. A todos nos dio por leer, bendita costumbre, o por hacer como que leíamos, y este año el observatorio del libro y la lectura ha tenido más trabajo que de costumbre.
El índice de lectura en España creció a lo largo de 2020, especialmente de marzo a mayo, según se deduce del «Barómetro de hábitos de lectura y compra de libros en España 2020» que se presentó hace poco. El informe evidencia mediante datos, algo que ya se intuía en los perfiles de redes sociales, el prestigio de la literatura, de los libros –todo el mundo hacía videoconferencia delante de una estantería– durante los meses de encierro a los que nos obligó la pandemia. Según dicen, la lectura nos ayudó a sobrellevar una situación complicada –un abrumador 87% así lo considera– y eso se refleja en que muchos de los encuestados consideran el libro como «un bien de primera necesidad». El 68,8% de los españoles distrajo su tiempo y su dinero en leer libros, con una subida de 7 puntos sobre los índices de los últimos diez años. Y la mayoría eran menores de treinta y cinco años. Unos datos históricos, sobre todo, en los índices de frecuencia lectora, con un 57% de la población declarando que leía a diario.
No es de extrañar, entonces, que los poderes públicos se hayan empezado a interesar por la lectura, por los libros, en el país en el que menos se invierte de toda Europa en el fomento de la lectura y en el que menos ayudas hay para autores, editores y libreros . Es lo que tiene ponerse de moda, que hasta ‘Sálvame’ ha dedicado parte de su cuota de pantalla a hacernos creer que sus colaboradores hablan de Faulkner y leen a Dostoievski en las pausas publicitarias o que en la telenovela turca más absurda que existe se recomiende la lectura de «El principito» y de «Madona con abrigo de piel» del turco Sabahattin Ali –por cierto, que ya hay quien pregunta por este autor en las bibliotecas. Nuestros políticos y políticas –no, no voy a decir politiques– también se suman al carro y ya resulta raro escuchar un discurso sin cita o referencia literaria», que ya lo dijo el ministro de Cultura y Deportes –curiosa la combinación, ahora que caigo– José Manuel Rodríguez Uribes en la presentación de informe sobre lectura «el valor curativo del libro es indiscutible, leer nos hace libres, y la libertad nos hace verdaderos, dignos». Qué bonito lo dice el ministro, aunque no se lo crea ni él; «la lectura –continuaba– es un derecho de los ciudadanos y, por tanto, la obligación de los poderes públicos es fomentarl». En fin.
Para qué vamos a engañarnos más. No le descubro nada nuevo si le digo que política y libros son dos palabras que no suelen ir, a menudo, en el mismo sintagma. Por norma general, a los gobiernos nunca les ha interesado una ciudadanía ni formada ni informada , por lo que el fomento de la lectura siempre ha formado parte de las materias «maría» que en cada legislatura aparecían al final de la lista. Un pueblo que no lee siempre es más fácil de gobernar, de domesticar, de alienar. Por eso, salvo en los epígrafes de los programas electorales –que tampoco lee nadie– que la gente lea, nunca ha sido una prioridad.
El pasado viernes se celebraba el Día del Libro, un día que se viene festejando en España desde 1930 y que, salvo rosas y sanjordis, nunca ha tenido más trascendencia política que la del rédito que puede dar una foto leyendo. Es triste, pero es cierto. En este país un 36% de la población ni lee, ni lo piensa hacer , tal vez como medida de protección, porque como decía Unamuno «cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee».
Y lo mismo nuestros políticos no quieren hacernos daño.