HOJA ROJA
La tentación de Eva
Hoy las tentaciones se dan en una isla, donde jóvenes de apenas veinte años escenifican los peligros de una educación errática
Algo no debemos estar haciendo bien cuando ni siquiera en el nombre nos ponemos de acuerdo; mal vamos, de entrada. Naciones Unidas nos invita a conmemorar –lo de celebrar, mejor lo dejamos para cuando las reuniones puedan ser más numerosas y seguras– mañana el Día ... Internacional de la Mujer. El Gobierno de España, fiel a su pluralidad –gramatical, más que otra cosa, no nos engañemos– insiste en que lo llamemos Día Internacional de las Mujeres, como si el mal de muchas fuera consuelo de tontos. La organización internacional aboga por el liderazgo de las mujeres bajo el lema ‘Mujeres líderes: por un futuro igualitario en el mundo de la Covid-19’, desafortunado eslogan que, analizado con frialdad, no deja de ser un mensaje poco alentador; futuro sí, igualitario, también, pero reducido a un mundo paralelo, el que nos ha dejado la pandemia. Y es que nos cuesta tanto sacudirnos el polvo del machismo, que siempre quedan pelusas sueltas. La intención es buena, claro, se trata de poner en valor los enormes esfuerzos que están haciendo las mujeres y las niñas en todo el mundo para forjar un futuro más igualitario y salir pronto del rincón en el que nos ha arrinconado el virus matón. Se trata de subrayar en rojo que solo un 24,9 por ciento de parlamentarios en el mundo son mujeres y que al ritmo de progreso actual, la igualdad de género entre jefes y jefas de estado no llegará hasta dentro de ciento treinta años. La intención es buena, pero ya sabe que de buenas intenciones está el infierno lleno.
Dentro de ciento treinta años, yo no estaré aquí para verlo. Ni mi hija, ni mis nietas –si es que alguien las alumbra-, y seguramente no se cumplan los plazos previstos porque el mundo no siempre gira en la dirección que creemos. La teoría va por un lado, y luego la práctica, las malas prácticas, se encargan de que echemos el freno. Que está muy bien que las instituciones internacionales nos digan que cuando las mujeres están al mando, las cosas funcionan mejor –eso ya lo sabíamos– y que está muy bien que nos recuerden que las respuestas más eficientes y ejemplares ante la pandemia han sido dirigidas por mujeres, igual que los movimientos a favor de la justicia social, la igualdad o la lucha contra el cambio climático –por citar algunos de los temas más sensibles de los últimos tiempos– han estado liderados por mujeres, jóvenes casi siempre. Pero no estaría de más recordar también que las mujeres menores de treinta años representan menos del uno por ciento de los parlamentarios en el mundo.
El Gobierno de España, por su parte, nos alienta con un lema que tiene dos sintagmas a cual más interesante. ‘Por ser mujeres’ pretende rendir un homenaje a todas las mujeres que durante la crisis sanitaria «se han visto obligadas a compatibilizar su actividad laboral con el rol de cuidadoras que la sociedad les impone por el simple hecho de ser mujer». No se habla de liderazgo, ni de futuro –como hace Naciones Unidas– sino, otra vez, del papel subsidiario al que eternamente estaremos condenadas. Hay que avanzar, incluso en la gramática, y construir otro tipo de mensajes que destierren de una vez por todas, esa imagen de mujer-cuidadora, porque la lengua también transforma el pensamiento –no solo el los, las, les– y mientras sigamos insistiendo en verbalizarla, haremos presente la desigualdad.
La segunda parte del lema, más que un lema es un oxímoron. Porque verá, ‘España feminista’ es casi una contradicción en los tiempos que corren. Y no lo digo por la «agenda antifeminista de la extrema derecha» –entrecomillo porque es el título de un seminario organizado por el Ministerio de Igualdad–, sino porque mientras más hueco está el cántaro más ruido hace, que decía Alfonso X, el rey moderno de la Edad Media.
Y los huecos del cántaro se siguen llenando de comportamientos machistas y sexistas que, a falta de otros modelos, terminan por convertirse en referentes para una sociedad más perdida que el barco del arroz.
Verá, a Eva la expulsaron del paraíso y la condenaron a ser lo que hemos sido, durante siglos, por caer en la tentación. Hoy, las tentaciones se dan en una isla televisada en horario de máxima audiencia, donde jóvenes de apenas veinte años escenifican los peligros de una educación errática y los fracasos de la supuesta coeducación implantada en este país mucho antes de que ellas nacieran. No sé si me da más vergüenza o pena ver a niñas –tienen la edad de mi hija, y para mí siguen siendo niñas– peleando por convertirse en el trozo de carne más apetitoso para el macho alfa; comportándose como mujeres sumisas –lo de ellas con sus maromos también es un ejercicio de sumisión–, y buscando con la mirada la aceptación y la aprobación de unos novios que parecen sacados de la caverna.
Una caverna que también forma parte de la realidad y que no podemos obviar, ni fingir que no existe. Hay una pareja de paisanos en ‘La isla de las tentaciones’; él se dedica a humillar a su hembra; ella, a llorar por los rincones y a declarar que está dispuesta a «ser la cornuda de Puerto Real, pero no de España», ni siquiera de la España feminista.
Y así nos va.
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