Tó lo tengo que hacer yo
«A esta clase política no le dijeron que la democracia consiste en que todas las voces tienen el mismo valor, aun cuando no valgan para nada»
Fitur ya no es lo que era. Y no hablo del despilfarro, las croquetas, las veladas a lo Boris Johnson, el resacón en Las Vegas y todas esas cosas que se contaban, que contaban los concejales como batallitas de una guerra de despropósitos. Muy de ... pueblo –sin connotaciones, por favor– llegaban las delegaciones, soltaban sus cosas institucionales y las otras, se tiraban a la noche madrileña que estaba a reventar de concejales de pueblo y luego, como Paco Martínez Soria, a lamentarse en el tren de vuelta «la ciudad no es para mí». Le hablo de oídas –y de leídas– claro está, porque no he tenido nunca el gusto de ir a Fitur, aunque me parece que ya no es lo que era. Lo mismo promocionar el turismo del siglo XXI con las herramientas del siglo XX ya no es tan buena idea, y por eso ahora a Fitur se va a otras cosas.
Por ejemplo, a amenazar con un adelanto de las elecciones autonómicas, como ha hecho Juanma Moreno en la inauguración del stand de Andalucía, hasta donde ha llegado la alargada mano que mueve la cuna parlamentaria. «Si os ponéis chulos con las pinzas –parece que decía el presidente– adelanto las elecciones y a ver cómo vais a pagar la luz y el agua». Evidentemente no era esa la estructura superficial de su discurso, pero créame, la estructura profunda no tenía muchas más lecturas. Que ahora es justo cuando está la temperatura del horno para bollos, ahora que la oposición empieza a reaccionar y a pedir que se aborden situaciones tan, llamémoslas delicadas, como la sanidad de nuestra comunidad, una petición que según nuestro presidente, solo tiene como objetivo «criticar al gobierno de Andalucía», como si criticar al gobierno de Andalucía estuviese penado por la ley.
Es lo que tienen estos nuevos tiempos políticos o como quiera que se llamen. Ni se puede criticar, ni se puede estar en desacuerdo, ni se puede decir absolutamente nada que pueda suponer una mínima disensión porque entonces, ya sabe, en el mejor de los casos van a chivarse a la seño para que te castiguen otro día más sin recreo. Es una hartura, la verdad. A esta clase política no le dijeron que lo de la democracia consiste en que todas las voces tienen el mismo valor, aun cuando no valgan para nada. No sé si me explico pero sí sé que usted me entiende, sobre todo después de haber visto los resultados de las dos últimas encuestas encargadas y publicadas sobre la intención de voto municipal para las próximas elecciones de 2023.
A mí me gustan mucho las encuestas, tal vez porque durante año y medio formé parte de ese selecto grupo de encuestados que el Instituto Nacional de Estadística venera como al Santo Grial. Lo he contado muchas veces, pero nunca me canso –yo estoy ya como los concejales batallitas– de contarlo. Me llamaban para preguntarme por mis preferencias políticas, por el detergente que usaba, por el precio de los tomates, por la última serie que había visto, por las horas que pasaba en la biblioteca –ahí reventaba todas las estadísticas–, por cuantos planetas conocía y por cuántas cervezas me tomaba a la semana –ahí también reventaba todas las estadísticas. Año y medio fui carne de encuestas y por eso me gustan tanto, y por eso sé que las encuestas no son los padres, como los Reyes Magos, sino que detrás de cada porcentaje hay alguien, como yo hace unos años, que responde aunque sea para reventar las estadísticas.
Así que esta semana he disfrutado comparando los resultados de las encuestas de Social Data y de GAD3, dos sondeos que, lejos de vaticinar lo que pueda ocurrir en junio del próximo año, nacen con la intención de reconducir o de modificar el voto de los gaditanos en las próximas elecciones municipales. Y es que más allá de que el muestreo se haya hecho prácticamente en el mismo tiempo y al mismo número de personas –una sobre 601 y otra sobre 602, no le pienso buscar explicación–, el resultado solo concluye una cosa, lo fácil que es hacerse un traje a medida. Una encuesta da como ganador a un partido, la otra a otro, una puntúa de manera notable –más bien de manera aprobado raspadillo– a un líder, la otra a otro, y así dígame usted qué credibilidad tienen una y otra encuesta. Sobre todo, porque el resultado ya viene envasado y precocinado, listo para meter en el microondas, engullir y desechar.
En la misma encuesta dicen que solo uno de cada diez entrevistados considera bueno el balance del Gobierno Local y, sin embargo, la nota más alta en la gestión la obtiene el partido que ostenta la alcaldía. El PSOE es, según el sondeo, el partido que despierta «más simpatías» –en fin, no voy pensarlo mucho– y a la vez, el que menos concejales obtendría. Y todo así. Muy divertido y muy peligroso, a la vez.
Porque hemos entrado ya en las apasionantes últimas cinco vueltas de la competición, y ahora es cuando se pone interesante esto. Tan interesante que nuestro alcalde ha decidido dar un golpe en la mesa y encargarse «personalmente» del asunto de las terrazas de la calle de la Palma, desacreditando al concejal encargado del tema y asegurando – según De María– que «será él personalmente quien se va a encargar de realizar un plan».
Vamos, que tó lo tengo que hacer yo… así empezó una que yo me sé.
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