Los sueños de Pablo Iglesias
En estos diez años nos ha pasado de todo y no hemos aprendido de nada
No hay nada más relativo que el tiempo, no hace falta ser Einstein –estoy como Monedero- para comprenderlo y ni siquiera hay que mirar el reloj para tener la certeza de que el tiempo -el bien más escaso y codiciado en la sociedad actual- pasa ... lentamente, o demasiado rápido, en función de una sola variable, lo entretenidos que estemos y la cantidad de nostalgia con la que llenemos el depósito de la memoria. Ya sabe de qué le estoy hablando, mientras los veranos de la infancia se le antojan larguísimos, ahora las semanas se resuelven en un lunes continuo del que no parece uno recuperarse nunca . Todo pasa muy deprisa, y de pronto, de todo hace muchísimo tiempo, hasta de aquel 15M indignado del que ahora se van a cumplir diez años.
Diez años no es siempre una década –lo de la relatividad sirve para todo, también para esto. A veces diez años es media vida o una vida entera, que se lo digan a Pablo Iglesias . El líder de las camisas de Alcampo, la palabrería hueca y la mochila desvencijada que llegaba a su sillón en Bruselas como una alcayata, después de veintidós horas de autobús - porque la estética de ser casta le obligaba a viajar como en los años cincuenta- también estaba en la puerta del Sol, cuando la plataforma Democracia Real Ya nos enseñó cómo debíamos comportarnos cuando se está indignado; entonces, en Madrid todavía no se vivía a la madrileña y se sucedían los escándalos políticos y los desahucios y los bancos eran el enemigo común. Diez años ya, que se dice pronto, de aquellas acampadas, de aquellas asambleas –ingenuas, como todas-, de aquel movimiento que vino para quedarse , pero para quedarse poco, el tiempo suficiente –y relativo- que tardaran en «asaltar los cielos», como prometía en Vistalegre el joven catequista reconvertido en político de oficio y, sobre todo, de beneficio.
En estos diez años nos ha pasado de todo y no hemos aprendido de nada . De aquella primavera libertaria, a esta primavera de saldo que nos aprieta porque nos queda estrecha y corta, hay una distancia que va más allá de los tres mil seiscientos y pico de días que señala el calendario. Una distancia, que no es solo temporal sino mental. Porque la transformación de este país –sea lo que sea en lo que nos hayamos transformado-comenzó con aquel movimiento de indignados del que salieron los profetas que anunciaban el fin del mundo capitalista y que nos apremiaban a convertirnos porque ellos sí que sabían el día y la hora. Nos hablaban de justicia, de igualdad, de niños como Oliver Twist que rebuscaban en los contenedores de basura y rendían cuentas a Fagin, de reparto de miserias, y se sentaban en el suelo porque las sillas –según ellos- estaban demasiado calientes. Nos decían que se podía –no llegamos nunca a entender bien qué era lo que se podía- y que ellos solo estarían el tiempo imprescindible –tan relativo- para sentar las bases del nuevo mundo, que resultó ser solo su propio mundo.
De Pablo Iglesias supimos que sus padres, cuando era pequeño, lo dormían con la versión que Paco Ibáñez –eso explica algunas cosas, para qué vamos a engañarnos- hizo del poema 'El lobito bueno' de Goytisolo, y eso le debió marcar bastante. Tanto, que debió interiorizar aquellos versos «cuando yo soñaba un mundo al revés» porque, al final, ha resultado uno de los mayores fraudes de la historia reciente, por mucho que sus nostálgicos –que en sus filas también los hay- alaben la manera en que ha abandonado la política.
La relatividad, de nuevo. Hay quienes elogian su honestidad, su valentía, y su integridad al considerar que no quiere ser «un tapón» para la renovación de su partido y hay quienes solo vemos al niño mimado, consentido y caprichoso que quiso ser misionero y que acabó de vicepresidente segundo de un gobierno que pasará a la los libros de texto, y no precisamente por sus logros.
Diez años en el curso de la historia no son nada, una gota microscópica en una devastadora riada. Algo tan efímero como la gloria, y a la vez tan eterno como la derrota . ¿Dónde estarán ahora aquellos jóvenes que acamparon sus sueños en la Puerta del Sol? Tal vez, si les dieron a elegir, hayan depositado sus ansias de libertad en la marmita de Isabel Díaz Ayuso. No es la ideología, estúpidos, es el instinto de supervivencia, porque como bien decía Monedero –ya no canta por alegrías cuando viene a Cádiz- «los que ganan 900 euros y votan a la derecha no me parecen Einstein»; y seguramente no lo serán, pero votan y su voto vale lo mismo que el de cualquier politólogo de izquierdas, igual que el de cualquier ideólogo de casapuerta, igual que el de cualquier salvador de la patria . Y sus sueños, aunque nadie lo tenga en cuenta, valen lo mismo que los de Pablo Iglesias; «soñamos –decía el comunicador del megáfono- pero nos tomamos muy en serio nuestros sueños».
Tan en serio, que los ha cumplido todos.