Opinión
El silencio más incómodo
Tanto Twitter y tanta opinión y al final la solución estaba en el refranero: «En la duda, tenga la lengua muda»
Nunca hay que desperdiciar una buena ocasión para quedarse callado, no lo digo yo. Lo dice Jorge Drexler –nada sospechoso de nada- y lo dice en una hermosa canción que se llama 'Silencio' cuya letra tampoco deberíamos desperdiciar en un momento como este, en el ... que sería conveniente poner en práctica aquello que decía Mark Twain «es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda». Ya lo sabe, Isabel Díaz Ayuso perdió –una vez más- una ocasión única para demostrar que en boca cerrada no entran ni moscas ni coronavirus, y se despachó a gusto diciendo que los madrileños «no quieren vivir subvencionados», que eso es cosa de los pobretúos del Sur que vivimos de paguitas y que cuando vamos a la capital del reino –como Paco Martínez Soria con el canasto- llevamos una buena carga viral para repartirla a la gente de bien que no vive «tutelada» en Madrid. Lo que pasa es que no vamos todos, solo van los más buenos, claro, eso a los que la presidenta de la Comunidad Autónoma llama «lo mejor de España», que no debemos ser ni usted ni yo, porque estamos aquí y ahora. En fin, qué le vamos a hacer; no es que Díaz Ayuso se haya caracterizado nunca por su prudencia ni su contención, pero eso de echar espumarajos por la boca contra todos porque hayas perdido la partida está muy feo, sobre todo si los espumarajos llevan aerosoles que, por lo visto, es el medio en el que el Sars-Cov 2 se siente más a gusto –en los aerosoles y en las alcantarillas de Madrid, pero no diré nada por no echar más Covid al fuego- y donde más se propaga.
Y es que dicen los expertos –haberlos, haylos, al parecer- que si toda la humanidad estuviese en silencio durante uno o dos meses, la pandemia desaparecería. Fácil y barato, ¿no?; el profesor de la Universidad de Colorado –no Conil, al lado- José Jiménez que es uno de los grandes divulgadores mundiales en esto de la transmisión del coronavirus, lo tiene clarísimo «todas las rutas de transmisión viral fallarían si habláramos menos en los espacios públicos». Fíjese, tanto twitter y tanta opinión –nunca me resisto a escribirlo- y al final, la solución la teníamos en el refranero, «en la duda, ten la lengua muda».
México fue de los primeros países en darse cuenta. Después de que su presidente alentara a la población diciendo que no pasaba nada, que se abrazaran y salieran a comer y que lo mejor para no contraer el coronavirus era «no mentir, no robar y no traicionar» –las profecías mesiánicas, cada vez más cerca-, el país se entregó a una campaña singular para evitar la propagación del virus «Callados prevenimos el contagio», decía el lema en todos los medios de transportes públicos, una acción encaminada a disminuir las «gotículas» que se expanden cuando los seres humanos tratan de comunicarse verbalmente. Método cartujo, todos en silencio. Calladitos que estáis más monos como estructura profunda de un disparate, otro disparate, superficial, que no ha servido para disminuir los casos en México pero sí para que los expertos –que haberlos, haylos al parecer- de esta parte del mundo se líen la manta a la cabeza y empiece el baile de los despropósitos.
Yo no sé cuántas tonterías más vamos a tener que escuchar antes de que se acabe la pandemia, o antes de que la pandemia acabe con nosotros. Ya no sé si el virus vive veinticuatro horas en el metal, en el papel, en el plástico o en la habitación de alguno de mis hijos. No sé si se propaga por aire, tierra, mar o fuego; ni sé si vive en el pensamiento, la palabra, la obra o la omisión. No sé si es mejor saludar con el codo, inclinando la cabeza, llevándome la mano al pecho o como saluda Pablo Iglesias al Rey. No lo sé. Treinta y cinco adolescentes son grupo burbuja en una clase de Bachillerato y se cierran antes las Universidades que los bares. Al fin y al cabo, ya lo dice un anuncio «España es un país de bares», no dice es un país de bibliotecas, ni de científicos, ni siquiera un país de sanitarios saturados en atención primaria. No, el anuncio dice «somos un país de bares», y ya le echaremos la culpa a otro.
Para estos casos, lo mejor es refrescar la mente con el poema de Niemöller, y aplicarlo a la situación que vivimos, ya sabe, primero vinieron a por los ancianos, y yo no dije nada porque no soy vieja; luego vinieron a por los jóvenes, y yo no dije nada porque no soy joven… después vendrán a por ti, a por mí, pero no habrá nadie, o estará todo el mundo en silencio.
Tan callados como nuestros dirigentes que están viendo cómo se desangra la calle Columela, cómo esto es solo el principio y que la marcha de las franquicias arrastrará, aunque nos neguemos a reconocerlo, la piel del comercio local, despellejará a las tiendas pequeñas, y asfixiará la iniciativa gaditana porque no habrá aire que corra por la calle. El esfuerzo titánico de nuestro comercio no servirá de nada si no hay clientes. Es triste, muy triste, pero todos somos cómplices porque todos estamos callados.
No nos matará el virus, pero nos va a matar el silencio.