Ni reluce más que el sol
Una cosa es el «yo estuve allí» y otra el «así se lo hemos contado», que deja un rendija abierta al ascua al que arrimamos la sardina de la conveniencia
Lo peor de la memoria no es su fragilidad, nunca me cansaré de decirlo, sino esa vulnerable capacidad para ser manipulada y manoseada por cualquiera. Porque la memoria no tiene nada que ver con el recuerdo, ya lo sabe; y no es por llevarle la ... contraria a la etimología, porque ambos términos vienen a ser lo mismo, pero el uso –y el abuso– y la costumbre han ido separando los conceptos, de manera que el recuerdo sigue conservando ese puntito que le otorga la experiencia propia, mientras que la memoria se va construyendo y acomodando sobre los recuerdos de otros. Es decir, que una cosa es el «yo estuve allí» y otra muy distinta el «así se lo hemos contado», que está muy bien para los libros de historia pero que deja siempre un rendija abierta por la que se cuela el ascua al que arrimamos la sardina de la conveniencia. Quiero decir con esto que es bastante fácil reconstruir un relato, si se tienen los datos oportunos y oportunistas que sirvan para coser los desgarros de la historia; y unas veces se acierta, y otras se notan demasiado los parches. De ahí que la Historia, con mayúsculas, sea una continua revisión de nuestro pasado, y de ahí que lo que en un tiempo fue blanco se emborrone de tal manera que se convierta en negro oscuro. Por eso es tan fundamental la labor de los historiadores, de los documentalistas, de los bibliotecarios –yo también arrimo las ascuas–, y por eso es esencial contrastar todas las fuentes antes de lanzar los chorros al aire. Que una cosa es el recuerdo, y otra, perdóneme que insista, la memoria.
Verá. Lo de Cádiz y la celebración del Corpus no es una cosa de ahora; lo de la rampa –me gustaría escribir rampla, pero el corrector me lo impide– y la negativa del Consistorio a gastar «aproximadamente 7.000 euros», no es un hecho aislado ni una cabezonería de este equipo de Gobierno, presuntamente alérgico a las celebraciones religiosas. De hecho, el error básico está en considerar que el Ayuntamiento colabora y apoya a la festividad y no en reconocer que es el Cabildo Municipal, junto con el Cabildo Catedral, quien organiza este festejo, que además, antes de la fusión de las delegaciones municipales de Cultura y Fiestas, estaba adscrita, a diferencia de la Semana Santa, a la concejalía de Cultura. El caso es que ambos Cabildos son los responsables al cincuenta por ciento de la organización de la festividad del Corpus Christi, y por tanto, ambos están condenados a entenderse para bien o para mal. Y siempre ha sido así –no me malinterprete, que porque siempre haya sido así, no quiere decir que sea bueno–, especialmente para lo malo.
El coste de la organización del Corpus Christi en Cádiz siempre fue motivo de disputa entre ambos Cabildos, sobre todo en lo que respecta al desembolso económico; de hecho, si usted quiere saber más solo tiene que coger un libro para ver las broncas monumentales que se dieron durante todo el siglo XIX a cuenta del coste de la cera, gasto que asumía el Ayuntamiento, no sin grandes protestas municipales porque entendían que no tenían que pagarle las velas «al clero concurrente» sino solo «a la Custodia y a las sagradas reliquias». Un siglo entero peleándose por las velas, peleándose por el alfombrado de las calles con «flores finas del tiempo y espigas», y peleándose por el entoldado de la «carrera del Corpus». Tanto lío se formaba cada año que en 1861, el alcalde Juan Valverde –que no tiene tantos fieles como Salvochea, pero debería tenerlos– decide que el Corpus sea, además, la fiesta de inicio del verano separando la parte religiosa de la civil con jornadas de fiestas callejeras que se convirtieron «en motivo de atracción para visitantes». Ese Corpus es el que la «memoria» recuerda, el de los toros, los bailes, los conciertos, el del desayuno municipal, el de los gigantes y cabezudos, el del estreno de zapatos y ropita de verano… el que nos han dicho mil veces que era el corpus más corpus de los corpus mundiales. Más motivos de discordia, como la pretendida venta de la Custodia que quiso hacer el Ayuntamiento en 1873 sin reparar en que unos años antes, el propio consistorio había cedido al Cabildo Catedral la propiedad de la misma y por tanto no podía venderla, o por no viajar tanto en el tiempo, la desidia de los últimos años del ayuntamiento socialista por una festividad que, y esto es rigurosamente recuerdo, he llegado a ver con una sola persona en la calle Nueva, sin sillas, sin aplausos y sin olor a rancio.
Que nos contaban que el Corpus era la fiesta más gaditana, pero en el fondo sabíamos que la gente se iba a la playa y había más personas dentro del cortejo que fuera de él, y que la excusa de aprovechar el traje de comunión era lo único que movía al personal a ver la procesión. Ahí lo tiene. Y le diré más, estos dos años sin Corpus en la calle han puesto en evidencia lo que muchas veces no estamos dispuestos a ver, que a esta ciudad le importa el Corpus mucho menos de lo que dice la memoria y que ha quedado, solo, como una fiesta religiosa.
Lo que, por cierto, está muy bien, qué quiere que le diga, que no hay que tener tantos complejos.
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