El rábano por las hojas
Somos los mismos, y jugamos con las mismas cartas. La partida aún no ha terminado
Llevo unos días acordándome de Greta Thunberg y del mal cuerpo que nos dejó a finales de 2019 con su discurso apocalíptico –bastante integrado, dicho sea de paso- y tremendista sobre el futuro del planeta. Lo último que sabía de ella es que se había ... aislado por voluntad propia, poco antes de declararse la pandemia, en lo que calificaba un acto de responsabilidad social, muy acorde a los aspavientos a los que nos tenía acostumbrados. Luego, como todos nos vimos obligados a confinarnos y a acomodarnos a la nueva normalidad, le había perdido un poco la pista, tal vez porque los titulares no nos dejaban ver la información, o tal vez porque las lágrimas de la activista sueca no conmovían tanto como los aplausos y los balcones. El caso es que, ayer mismo, supe que la pequeña Greta sigue haciendo declaraciones proféticas “el mundo es completamente diferente a lo que era hace tan solo unas semanas y nunca va a volver a parecer lo mismo”. En fin, no sé yo.
Ni es tan diferente el mundo, ni nos hemos distanciado tanto de lo que éramos a primeros de marzo, al menos en este país. Tenemos, eso sí, veintisiete mil muertos más –veintiséis, veintinueve… según los días-, doscientos cuarenta mil contagiados, tres millones y medio de personas que han perdido su empleo, millones de niños y niñas en casa, un sistema sanitario debilitado, un clima político cada vez más tormentoso y un gobierno totalmente descuartizado. Por lo demás, el mismo país, la misma gente –con más kilos, todos- la misma sensación de que nos están tomando el pelo. “Salimos más fuertes” dice el Gobierno. ¿Más fuertes en qué? Al virus no lo hemos vencido, simplemente nos hemos escondido de él, conteniendo la respiración para que no nos encontrase, detrás de las mascarillas obligatorias, y hemos contado hasta 100 antes de salir del escondite. Pero somos los mismos, y jugamos con las mismas cartas. La partida aún no ha terminado.
En la nueva normalidad , el sol sigue saliendo por el mismo sitio, y no hay nada nuevo bajo él. La maquinaria propagandística ideada por Goebbels –conste que escribo su nombre con toda la distancia social e ideológica de la que soy capaz- sigue moviendo a todos los gobiernos. Simplificación, pensamiento único , exageración intencionada –el afrecho y la harina, que decía mi abuela-, populismo, verosimilitud –no necesariamente verdad-, impresión de unanimidad y renovación constante de informaciones y datos, son los principios por los que se rigen nuestros políticos para hacernos creer lo que ni ellos mismos se creen, ni se han creído nunca. No hablo, claro está de la “desescalada” de cargos públicos, ni de las medidas que valen para hoy pero no para mañana, ni de cómo hacer chantaje con el número –ya que no tienen nombre- de muertos en este país, ni siquiera le hablo de la gestión municipal, porque creo que el bollo no se puede sacar del horno cuando está demasiado caliente . Le hablo de cómo coger el rábano por las hojas, o lo que es lo mismo, de cómo desviar la atención, de cómo convencer a mucha gente de que lo importante no es lo que realmente es, sino lo que parece. Y le hablo de la manipulación, de la desfiguración, de cómo convertir una anécdota en una grave amenaza .
A mí me da igual que el alcalde esté gordo , lleve bigote, se haya pelado o que compre en el comercio local. Mientras haga bien su trabajo, me da igual, insisto. A usted, también, lo sé. También me da igual que utilice las redes sociales para dar sus catequesis –a esto ya me he acostumbrado- y que nos pretenda dar lecciones morales en Facebook. Dicho esto, también le diré que me parece estupendo su compromiso contra las fobias –contra las fobias que a él le han parecido más oportunas, claro está- y su llamada al orden para que el vecindario no se desmande y se vaya insultando por ahí. Vaya por delante que suscribo sus pensamientos, sus palabras y sus omisiones. Ahora bien, utilizar lo que en otro momento no sería más que “la gracia gaditana”, “el habla de la gente” del “pueblo llano”, y esas cosas que tanto admiran en determinados sectores, para neutralizar y desviar la atención ante una crítica por una gestión cuando menos cuestionable –eso va en el cargo, alcalde-, poniendo en primer plano a los niños y niñas con obesidad y a las mujeres, siempre amenazadas por los cánones establecidos por la moda, y a las que se “juzga bajo un punto de vista absolutamente patriarcal”, me parece grandioso.
Poner en práctica el Arte de llevar razón de Schopenhauer en estos tiempos tan raros, no es fácil. Hacer de la debilidad, virtud o marcarse un mutatio controversiae –cambiar el tema por la cara- no es muy decoroso que se diga, pero sí bastante efectivo. Desde el pasado jueves, usted ya sabe que meterse con el alcalde se llama gordofobia. Lo que todavía no sabe es c ómo vamos a salir de esta crisis , ni cuáles son las medidas reales que nos afectarán de aquí en adelante.
Claro que eso implicaría coger el rábano. Y mejor, nos quedamos con las hojas, aunque sean las hojillas parroquiales del Facebook de nuestro alcalde, que son como las pipas, que no mantienen, pero entretienen.