Proyecto de ciudad
El muelle es un proyecto de ciudad, Valcárcel es un proyecto de ciudad, el carnaval es un proyecto de ciudad, los gatos del campo del Sur son un proyecto de ciudad, y vámonos que nos vamos
Era antes cuando podíamos identificar a una generación por las palabras y expresiones que usaba. De hecho, no hacía casi ni falta preguntar la edad de alguien porque su vocabulario lo delataba, delataba los almanaques acumulados en la espalda y hasta el lugar de donde ... procedía; ya sabe, lo de los 'miarma' y los 'picha', que no eran más que tópicos, y todo un relicario de palabras que Mar Abad tan bien recoge en 'De estraperlo a postureo: cada generación tiene sus palabras', un libro delicioso y necesario si es usted de los que ya se han vacunado –de la cuchara que se pega al brazo, hablamos otro día si le parece- o si le gusta la arqueología lingüística. Pero eso era antes, ya le digo, porque de un tiempo a esta parte aparecen y desaparecen términos y frases hechas , de tan corto recorrido, que apenas dura lo que dura el remordimiento, es decir, nada.
Brotes verdes, líneas rojas, desaceleración, desescalada, son solo algunas de las que han perdurado –o no- en el imaginario colectivo pero otras muchas han caído tan en el olvido que cuando un día abramos un periódico de hace diez años no vamos a entender absolutamente nada –bueno, si abrimos el de ayer, por ejemplo, es probable que tampoco entendamos nada. Esto va así. De pronto se pone de moda una palabra y todo el mundo la usa manoseándola hasta que se gasta . Y lo peor es que la mayor parte de las veces ni siquiera nos molestamos en saber qué significan, andamos como un rebaño –por cierto, inmunidad de rebaño ya no se dice- y como un rebaño rumiamos el vocabulario y luego lo digerimos tan mal que lo que antes nos pareció una genialidad ahora nos resulta solo abono para el campo. Pasará con 'cuidados', 'sinergias', 'lineamientos', 'saberes' y toda esa jerga que suele adornar los discursos políticos porque ninguna de ellas apuntala los razonamientos, sino que los hace moverse en una cuerda tan floja que terminan cayendo por su propio peso: las palabras y los razonamientos.
Nada es tan frágil como la palabra. Ni en su significante, ni en su significado. Y si ya estamos acostumbrados a sustituir las letras por emojis o por gifs, lo del significado es aún más preocupante, porque nos lleva a no tomar el nombre de nada en vano, y a comunicarnos mediante memes. Si las comparecencias de Simón durante el confinamiento pusieron de moda lo de «dos o tres como mucho» que luego hemos utilizado en todos los contextos posibles, la desescalada, la vacunación… todo ha quedado reducido a memes, el nuevo entretenimiento del pueblo . También la subida de las tarifas eléctricas; y mientras andábamos riéndonos como bobos porque Cenicienta tenía que irse a planchar o porque poner lavadoras a las tres de la mañana es de tiesos, se nos escapaba lo más importante: este gobierno nos ha colado una subida en la factura de la luz en un 45%, que se dice pronto . Los que venían a cambiarnos la vida, lo están consiguiendo.
Pero a mí, más que los memes –una tiene su corazón boomer-, me siguen llamando la atención esos vocablos que, de pronto, inundan los titulares y las sobremesas. Ahora, ya lo sabe, todo es «proyecto de ciudad» , como si la labor de los gobernantes –y más de los municipales- no fuese esa desde el principio. Hacer proyectos para la ciudad. Pero parece que apellidando de este modo a cualquier cosa, se le confiere un pedigrí diferente. Oiga, que esto no es cualquier cosa, que es un «proyecto de ciudad».
Son las palabras mágicas del momento . Llega el consejero de la Junta y dice que Valcárcel debe ser «un proyecto de ciudad que financien, además de la Junta, la Universidad de Cádiz, la Diputación Provincial y el Ayuntamiento». Que ni la Universidad ni la Diputación están circunscritas a la ciudad de Cádiz, pero bueno, ellos dicen «proyecto de ciudad» y piensan que va a tener el mismo efecto que cuando decíamos «puli en alto» –me estoy delatando sola- jugando al coger. Ea, yo ya me he salvado porque he dicho lo que tenía que decir. El muelle es un proyecto de ciudad, Valcárcel es un proyecto de ciudad, el carnaval es un proyecto de ciudad, los gatos del campo del Sur son un proyecto de ciudad, y vámonos que nos vamos .
En el fondo me gusta lo de «proyecto» aplicado a la ciudad, por fin estamos llamando a las cosas por su nombre. Porque no solo de maquetas vive nuestra tierra, también de proyectos y de planes, como el que vino a presentar el ministro Grande-Marlaska el pasado jueves, el Plan Estatal contra Maremotos. Un plan que parece más apropiado para una distopía que para la realidad que estamos viviendo, en la que lo que nos ahoga es el paro, la pandemia, los ERTEs, la brecha escolar, la desigualdad social…
El tiempo, dice el plan, es esencial a la hora de diseñar una estrategia para ponernos a salvo si llega la ola., y más que el tiempo y la intensidad, dice que lo peor de todo es «la falta de información y de formación» –algo que me a mí me parece también lo peor, con ola y sin ola- y la coordinación entre administraciones. Total, lo de siempre, aunque ahora con coordenadas temporales.
Un proyecto de ciudad para salir corriendo, en treinta minutos . Estoy deseando ver los memes. Menudo plan.