Aló Presidente
«En estas seis semanas hemos asistido atónitos al festival de los disparates desde el minuto uno»
Cuando comenzó el confinamiento - hace tanto- hice algo que nunca pensé que sería capaz de hacer. En este tiempo, todos hemos hecho algo por primera vez, usted también, no lo niegue; yo, tuve que enfrentarme a la dura decisión de elegir entre mi corazón y ... mi cerebro. Así que le hice un ERTE a mis pensamientos, o mejor dicho, le di unas vacaciones pagadas a mis ideas y me aislé, con todas las medidas higiénicas posibles, junto a mis sentimientos. Durante estas semanas me he dejado llevar por ellos, ahora arriba, ahora abajo, ahora cogíamos una curva… imagino que como usted. Los aplausos, los mensajes de ánimo, las videollamadas, los «cuídate mucho», los «ya queda menos» fueron la banda sonora que acompañaba a los días en los ya que no iba de mi corazón a mis asuntos como decía el poeta, porque había establecido un campamento en mi interior.
Por eso todo me parecía desdibujado, borroso, porque sin gafas, la miopía se hizo dueña del horizonte y me impedía ver más allá de mis narices. Todo era un ir y venir de emociones y de imágenes confusas, hasta que la desescalada me tiró de la manga del pijama. 100 días de gobierno de Pedro Sánchez que parecen toda una vida. 100 días de disparates, y casi la mitad de ellos con un país paralizado, confinado, aislado, protegido por mascarillas defectuosas y medidas disparatadas. 100 días preguntándonos qué hemos hecho mal, como si la responsabilidad fuese nuestra, como si el peso de la culpa cayera siempre sobre las mismas cabezas.
Así que, sin esperar más, he resuelto el ERTE por la vía más rápida, y he decidido reincorporarme a la vida sin esperar a que una mente privilegiada me diga cuál es la peor manera de hacerlo. La culpa de mi regreso la tienen la ministra de Trabajo «a ver si soy capaz de explicarlo», y sus monólogos para idiotas –que me disculpen los idiotas, por favor. Pero también la tienen los expertos -¿sabremos algún día quienes son los expertos? ¿a qué dedican el tiempo libre los expertos?-, el doctor Simón, el ministro Illa, las ministras Montero, el ministro Escrivá y sus risas, el vicepresidente Iglesias, la ministra Calvo, y el presidente del Gobierno.
Seis sábados escuchando a Pedro Sánchez y sus comparecencias, cada vez más absurdas, han sido suficientes para dejar atrás los sentimentalismos, los arcoíris, las sonrisas y las lágrimas. Porque lo peor está por llegar y si, como decía Guillermo Fernández Vara «esta crisis se llevará por delante a la clase política española al completo, salvo que algunos se escondan debajo de la cama y nadie se entere de que existen», lo mejor es que eso pase cuanto antes. En estas seis semanas hemos asistido atónitos al festival de los disparates desde el minuto uno; no es necesario que se lo recuerde, pero lo haré para que nunca se nos olvide ni a usted ni a mí. En este país se anunció el estado de alarma cuarenta y ocho horas antes de que entrara en vigor, dando pie a que media España cruzara la otra media llevando en las maletas el virus letal; en este país, el mismo que durante unas horas consideró las peluquerías como un servicio esencial, se podía sacar al perro –varias veces al día, incluso- pero no a los niños, los mismos niños que, según Iglesias, no comían porque no iban al colegio, los mismos niños a los que el presidente aplaudió porque habían aprendido a lavarse las manos, algo bueno tenía que tener todo esto, le faltó decir. En este país se recomendó el uso de unas mascarillas que no existen; este país, en el gobierno de coalición, cada socio va por un lado.
De las comparecencias del presidente, las primeras sin taquígrafos y casi sin luz, y las últimas, totalmente delirantes, hemos aprendido muchísimas cosas. Hemos aprendido que cuando estamos en casa desciende el consumo de keroseno y se incrementa el uso de internet. También hemos aprendido que ser gris es una estrategia como otra cualquiera, que la improvisación es un arte y que la retórica emocional solo sirve en la primera cura. «Haremos lo que haga falta, donde haga falta y cuando haga falta» decía Pedro Sánchez. Aún estamos esperando.
Desde hoy, ya lo sabe, los menores podrán salir a tomar el aire y a «saltar». Después de cuarenta y ocho días, después del baile de la confusión –supermercado, farmacia, parque-, después de todo, serán los primeros en romper la barrera del aislamiento. Hasta los catorce años, -edad pediátrica que tampoco conocía el presidente, aunque esto no sea lo fundamental- porque, al parecer, los de catorce a dieciocho podían salir durante todo este tiempo, aunque a nadie se le ocurrió decirlo, claro, para que la cosa se pusiera más interesante. Los niños y las niñas serán los primeros en ver la primavera, aunque apela el presidente a la responsabilidad de los padres para llevar a cabo estas salidas, que sean cortas y por lugares abiertos. Responsabilidad, dice.
La misma que han tenido todos ellos ¿no? A mi hijo de quince años nadie le había dicho que podía salir a la calle, y lleva seis semanas encerrado en casa. Ahora dicen que puede ir a comprar «el pan o similar». Así que lo tengo claro, presidente, ahora mismito lo mando a por dos botellas de similar. A su salud.