El Plan B

En Cádiz, de toda la vida, decíamos «yo no ha hecho» pero ahora lo llamamos «la herencia» y nos quedamos tan tranquilos

Fue Garcin, el de Sartre, el que en “A puerta cerrada” dijo aquello de «el infierno son los otros»; lo podía haber puesto en francés y me habría quedado mucho más resultón, pero quizá se habría entendido menos o quizá no, porque la realidad tiene ... un lenguaje tan universal que, aunque lo hubiese escrito en arameo usted sabría a qué me estaba refiriendo. El infierno, los malos, siempre son los otros. Eso es una máxima de primero de «sálvese quien pueda», y llevamos poniéndola en práctica desde que a Eva la pillaron con la manzana en la mano y las desnudeces al aire. En Cádiz, de toda la vida, decíamos «yo no ha hecho» pero ahora lo llamamos «la herencia» y nos quedamos tan tranquilos. Lo formulamos de mil maneras, desde el «ya me lo encontré así», «cuando llegué ya estaba roto», «yo quería arreglarlo pero ustedes no me dejan», hasta el alarmismo que ve Martín Vila en denunciar que los autobuses urbanos van como una feria y que no cuentan con medios suficientes para cumplir con todas las medidas sanitarias exigidas. El infierno, ya sabe, los autobuses están bien, todo está correcto, pero son los otros, que disfrutan criticando al Equipo de Gobierno. Igual que los que se dedican a sacar fotos de lo sucia que está la ciudad, ¡qué malos ciudadanos! –y ciudadanas-, qué ingratos, con lo que nuestro Ayuntamiento baldea las calles y las plazas y las casapuertas y los escaparates, y todo lo que sea susceptible de baldeo, cada mañana, ¿no cree? Hay que ser malos, criaturas del infierno, para estar constantemente poniendo palos en las ruedas –ay, no que eso era antes- de la gestión municipal.

Que la culpa no era mía, como decía la canción. Que la culpa siempre es de los otros. Ya lo ha dicho García-Page, el presidente de Castilla-La Mancha, el ochenta por ciento de los casos detectados en su comunidad han sido consecuencia directa «de la bomba vírica radioactiva que se plantó en Madrid», no se eche las manos a la cabeza porque usted y yo también lo hemos dicho muchas veces, la culpa del aumento de casos en nuestra provincia es de quienes veranean en nuestras costas –que vienen de donde vienen, claro. No es un hecho constatable, sino una manera de lavar nuestras conciencias y de prepararnos para lo que viene. La vuelta al cole está ahí mismo y Díaz Ayuso –la sibila doliente- ya lo ha dejado bien claro «todos los niños se van a contagiar». Asumiendo el discurso, no tenemos más remedio que aceptar que eso mismo decían Trump y Bolsonaro –«no tiene sentido huir, todos moriremos algún día»- hace unos meses y nos parecía un horror. Lo poco espanta, que decía mi abuela, y lo mucho amansa.

Así que ahí estamos, buscando alternativas para no acabar en el infierno. El vicepresidente del Gobierno contradice a la ministra Montero, la ministra se desdice, y los padres no saben si tendrá derecho a una baja laboral cuando sus niños –y niñas- se vean obligados a guardar cuarentena. Los maestros no saben aún cuál es el protocolo de actuación en ningún caso, las familias no saben si llevar a sus hijos –e hijas- al colegio es un derecho, una obligación, un deber, un descanso… los estudiantes no saben si las clases serán modales, bimodales, trimodales, el ministro de Universidades no sabe quién es, ni lo que tiene que hacer –dimitir, por ejemplo-, Salvador Illa descarta otro confinamiento y Casado se reafirma en no apoyar al Gobierno. Mientras, la economía se hunde, el turismo se hunde, los precios se disparan, los ERTEs se prorrogan y la vida sigue sin un rumbo cierto. Si el infierno, donde están los otros, es peor que esto, que venga Dios y lo vea. O que nos explique qué demonios es eso de la onda gravitacional gigante que está donde no debería estar y que trae de cabeza a los científicos. O que nos diga si algún día tendremos una vacuna que nos proteja de la estupidez ambiental. Qué se yo.

De momento, hay que buscar un Plan B. No nos queda otra, y no me refiero solo a apostatar del género humano. Winter is coming y la Navidad vuelve como cada año, aunque este año venga con mascarillas. Habrá quien ya esté echando mano de la herencia para excusarse, pero aún hay tiempo de buscar alternativas para que sigamos creyendo en los Reyes Magos. Se llama previsión y se ve poco por los despachos de los políticos, pero existe y muchas veces, va acompañada de sentido común. De ahí que sean tan raras sus apariciones y de ahí que invoquemos su presencia como quien espera un milagro.

Aunque para milagros, ya tengo mi propio Plan B. Desde el pasado viernes, una conocida tienda de recuerdos cofrades ha puesto a la venta el bálsamo de Fierabrás que todos necesitábamos, el hidrogel «Añoranza Cofrade» que reúne en sí mismo todos los ingredientes para afrontar esta pandemia, tradición, vanguardia y una gotas de ceguera indispensables para no ver lo que se nos viene encima. El hidroalcohol de los gaditanos, con la imagen del Regidor Perpetuo que ya nos salvó –dicen- una vez del pestazo que asoló a nuestra ciudad en el siglo XVI, dispuesto a echarnos un cable otra vez. Yo, por si acaso, ya estoy preparada.

A la fe, ya lo sabe, la pintan ciega. Lo triste es que también pinten ciegos a nuestros dirigentes y gestores; y lo más triste, lo peor, es que lo sean.

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