14M: Año I de la pandemia
Lo que éramos hace un año ya no nos vale, y lo que seremos, ni siquiera somos capaces de sospecharlo
Debe haber un mecanismo por el que nuestro cerebro es capaz de fijar con nitidez en la memoria determinados momentos relacionados –casi siempre- con acontecimientos que han marcado de una u otra manera nuestras vidas . A todos nos pasa; seguro que ... usted se acuerda, incluso, de qué comió el día que nació su primer hijo, o con quién estaba charlando cuando le avisaron de que había muerto su padre. Tal vez recuerda qué ropa llevaba puesta el día que aprobó las oposiciones, o el día que firmó la hipoteca y, con toda seguridad, guarda memoria de dónde estaba cuando el presidente del Gobierno anunció el estado de alarma por el coronavirus, hace hoy justamente un año . Los que saben lo llaman hipertimesia, o síndrome hipertimésico , y consiste en la facultad que tienen los seres humanos de recordar, sin esfuerzo y de forma inmediata, lo que hicieron, dijeron o hablaron –con detalles excesivamente precisos- en un instante concreto. Normalmente, esta cualidad –por llamarla de alguna manera- está relacionada con situaciones dramáticas o estados de shock, o con momentos que se pueden considerar trascendentes para la vida de una persona.
Todos recordamos dónde estábamos el 11M de 2004, o qué hicimos cuando España ganó el Mundial de Fútbol . Todos somos capaces de rememorar la tarde del 23F de 1981 o la mañana en la que José María González Santos se asomó, por primera vez, al balcón de San Juan de Dios, blandiendo el bastón de mando –ojo, que no siempre el momento fijado tiene por qué ser dramático- porque nuestra memoria lo mismo es histórica que histérica y, además, muy caprichosa .
Pero, curiosamente, no guardamos memoria exacta de aquel 14 de marzo de 2020 en el que, sin saberlo aún, comenzamos el camino hacia esta 'nueva normalidad' en la que ya llevamos un año . Al menos yo, claro. Sí recuerdo, con nitidez hipertimésica, los momentos previos, los días anteriores, la crónica anunciada del cierre inminente, aquellas declaraciones del alcalde de Sevilla en las que plantaba cara a la OMS y le invitaba a convencerlo de por qué había que suprimir la Semana Santa, o aquel lamento del presidente de Horeca –los árboles de entonces no le dejaban ver el bosque de ahora- «suspender la Semana Santa, la Feria de Jerez y las Motos GP puede causar más daño que el coronavirus», en fin, ya sabe lo que tienen las hemerotecas. Recuerdo también el acopio de papel higiénico, la obsesión por no tocar nada y por lavarnos las manos continuamente y aquella primera comparecencia de Pedro Sánchez alentando a la confusión ¿Son las peluquerías esenciales? ¿Pueden salir los perros a la calle?... y recuerdo, como usted, el caos .
El caos más absoluto orquestado por las más altas instancias, que cada uno de nosotros interpretaba como podía, sin partitura y, muchas veces, sin instrumentos . Aplausos, arcoiris, resistiremos, limpiezas generales, ataúdes congelados en pistas de patinaje, mascarillas caseras, pantallas, respiradores turcos sin aliento, test chinos falsos y la sensación –instalada ya para siempre- de estar esperando algo y de intentar justificar lo injustificable. Decíamos entonces que de esta íbamos a salir mejores –un año después no solo no somos mejores, sino que ni siquiera hemos salido- y que el parón nos iba a venir bien para resetear y valorar más los abrazos, los amigos, la familia, el trabajo … Decíamos tantas cosas para no dejar espacio al silencio; decíamos palabras nuevas, confinamiento, desescalada, asimetrías, cierres perimetrales; hablábamos de síntomas, de extrañas vías de contagio, de nuevos espacios para la sociabilidad donde la distancia no era el olvido, sino la única y verdadera manera de relacionarnos entre nosotros .
Ha llovido mucho desde entonces. Muchísimo. Han pasado doce meses y seguimos, como decía Octavio Paz, con la vida entre paréntesis. Lo que éramos hace un año ya no nos vale, y lo que seremos, ni siquiera somos capaces de sospecharlo . Seguimos, eso sí, distanciados y cada vez más conscientes de que nada –y lo que es peor, nadie- volverá a ser lo mismo.
Galdós, el español que mejor nos ha dicho cómo somos, escribía que «los españoles nunca empiezan por el principio». Y tenía razón. A esta historia, la de la enfermedad, la del paro, la desesperación y la angustia, le falta el principio . El virus, el pequeño enemigo invisible, nos pilló por sorpresa e hizo añicos nuestras costumbres. No hubo señales, como en las grandes epopeyas, ni profetas que anunciaran su llegada con viejas escrituras.
Lo triste es que tampoco tenemos un final , por mucho que ahora seamos expertos en vacunas y sepamos cuál es la que mejor nos conviene, porque la verdadera vacuna, la que nos inmuniza contra el miedo, aún no se ha inventado. Un año más tarde, somos aún más frágiles, más vulnerables y por tanto, más fáciles de manipular .
Curiosamente, mi hipertimesia se paró el 13 de marzo, cuando me despedí de alguien con un «la semana que viene nos vemos» . Y ya ha pasado un año.