La palabra del año
«Si no existen las casualidades, es una broma del destino que la llegada de la vacuna coincida con la festividad de San Juan»
![Yolanda Vallejo: La palabra del año](https://s1.abcstatics.com/media/opinion/2020/12/27/v/yolanda1-kKoG--1248x698@abc.jpg)
Si no existen las casualidades, seguramente es una broma del destino que la vacuna, ese salvoconducto para los besos que nos han negado, llegue hoy a nuestros brazos. Mejor hoy que mañana, por supuesto, porque ya sabe que lo del día de los Inocentes sigue ... sin tener buena prensa en este país y no andamos para muchas bromas precisamente, como si la Pfizer fuera una sucursal del Millonario, y una enfermera de Benny Hill, políticamente incorrecta –que conste que lo he dicho-, estuviese detrás de la puerta esperando para pincharnos con una jeringuilla de mentira. Dice Tezanos –no, no quería hablar de inocentadas- que cada vez son menos los españoles reticentes a la vacunación y que ya hay más de un cuarenta por ciento de población «que se pondría la vacuna inmediatamente sin añadir nada más». De aquí a dos semanas, según Juanma Moreno, estarán inmunizados nuestros abuelos y en menos de seis meses nos volveremos a ver, por fin, las caras. No estaría mal el cálculo, si la ciencia fuese exacta; mientras, no nos queda otra que esperar y celebrar que tal día como hoy, trescientos treinta y un día después de que se confirmara el primer caso de Covid-19 en España, hay algo al final del túnel.
Y si no existen las casualidades, será el destino el que ha querido hacer coincidir la fecha con la festividad de San Juan Evangelista, ya sabe, el del Apocalipsis. El que empezaba diciendo aquello de «Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido», ¿recuerda? Un cielo nuevo y una tierra nueva, o al menos diferentes, con eso nos conformamos. No hacen falta trompetas, ni carros de fuego, ni muertos saliendo de sus tumbas, ni ángeles turiferarios abriendo el cortejo. Bastante tenemos con ir provistos, a partir de ahora, de nuestro carnet de inmunes que nos hará herederos del mundo, como aquellos «sellados de todas las tribus de Israel» que irán –o eso dicen- directamente al cielo de los justos, sin pasar por casting.
En fin, guarde en su memoria el día. Lo mismo se lo preguntan en alguna entrevista de trabajo o le cae a su nieto en Selectividad. Tal vez lo del carnet sea lo primero, luego vendrán las listas, el chip o lo que es peor, la estrella amarilla de los que quedaron fuera del rebaño, sin inmunidad. Siempre habrá una asiática escondida –y por supuesto amenazada- en algún remoto lugar del mundo que dirá que todo es un complot mundial y que nos están inyectando agua destilada como a las planchas o a las cafeteras. A estas alturas, qué quiere que le diga, me da igual. No soy compatible con los grupos de riesgo –de momento- ni necesito mi salvoconducto para ir al fútbol –de momento. Esperaré mi turno y que me coja aquí cuando salga mi número.
Mientras, me interesan mucho más las palabras que los números, porque siempre fui más letras que de cifras y porque aún soy de las que creo que una palabra tuya bastará para sanarnos. Por eso, espero ansiosa a que la FundéuRAE nos diga cuál es la palabra del año 2020, qué etiqueta pondremos junto al calendario. Y aunque el próximo martes saldremos de dudas, el «hagan sus apuestas» me tienta, y mucho.
Y le contaré por qué. Lo del palabra del año no es más que otro ranking de esos con los que entretener los últimos días del calendario; de los ilustrados heredamos esa obsesión por catalogar y clasificar todo y por establecer ponderaciones, la mayor parte de las veces absurdas. Porque la Fundación del Español Urgente, la RAE y la Agencia EFE llevan ocho años empeñados en decirnos cuál es la palabra que mejor nos define, pero sin mucho éxito; del «escrache» del 2013 que encajaba a la perfección, fuimos pasando por «refugiado», «populismo», «aporafobia» hasta la degeneración máxima con «microplástico» y «emoji» en las dos últimas ediciones.
Qué se le va a hacer, si es difícil poner puertas al campo, cómo no va a serlo ponerle letra a esta partitura desafinada. Este 2020 ya tiene sus doce candidatas, variantes todas del mismo tema, «coronavirus», «infodemia» –esa no la he dicho en mi vida-, «resiliencia», «confinamiento», «Covid-19», «teletrabajo», «conspiranoia», «tiktok», «estatuafobia» –esta debe ser el intruso-, «pandemia», «sanitarios» y por último, «vacuna».
Dicen las bases del concurso que la palabra que resulte ganadora habrá estado «presente en el debate social y en los medios de comunicación» y debe ofrecer «interés desde el punto de vista lingüístico». Como verá, no se han complicado mucho y han tirado del lenguaje nuestro de cada día, ese que nos hizo epidemiólogos, politólogos, expertos de comisión, gestores económicos y cuñados, todo a la vez. Seguro que usted tiene su candidata, e incluso se atreve a aventurar ya cuál será el nombre exacto que subirá al pódium. Pero yo lo tengo aún más claro. Y no es ninguna de estas, lo siento mucho.
La palabra del año, la única, la genuina, la que voy a pronunciar con más gusto el próximo jueves mientras abro todas las ventanas y brindo con los míos es la que todos tenemos en la punta de la lengua, «Adiós, 2020».