Opinión
La nueva normalidad
Más que un ejercicio de resistencia, necesito un curso completo de comprensión lectora para entender al presidente del Gobierno y a sus vicepresidentes, incluyendo al de Barrio Sésamo
No sé si a usted le pasa, pero a mí, lo de iniciar el camino hacia la ‘nueva normalidad’, me suena a L. Ron Hubbard y sus libros –si no los ha leído, no corra a hacerlo, no merecen la pena– sobre dianética y ciencia ... ficción. Bien es cierto que vivimos en unos tiempos en los que resulta muy complicado separar la ciencia, de la ficción, y sobre todo, de la realidad porque como usted sabe –igual que yo– una cosa es la realidad y otra cosa es el gobierno. Y no se preocupe, ni pienso juzgar la desastrosa gestión de esta crisis, ni voy a criticar las decisiones de Pedro Sánchez, –no tengo ganas de linchamiento– fundamentalmente, porque no entiendo nada de lo que dice. Lo he intentado, la verdad, pero o no me quedan ganas, o no me quedan neuronas, ¡qué le voy a hacer!
Verá. De lo de las fases, las distintas velocidades, la asimetría y la flexibilidad solo me quedó clara una cosa, que en la fase 1 –el breikindance, que diría Chiquilicuatre- no puedo ir a casa de mi hermana pero sí me puedo tomar «el vermú en una terraza». No me gusta el vermut, por cierto, ni el rojo que siempre ha recordado al Oraldine, ni tampoco el blanco que sabe aún peor de lo que aparenta; tampoco me gusta ir sola a una terraza, con lo que no me esperen en esta fase, que ya me incorporaré en la siguiente. Aunque claro está, lo mismo yo estoy en una fase y usted en otra, porque todo es permeable y líquido, y pudiera darse el caso de que Cádiz, que limita al este con Almería, esté en la fase 2 –el cruzaíto–, y yo en la tercera –el maikelyason– haciendo de mi capa un sayo, que cosas más raras se han visto. Es cuestión de perspectiva, como las de las fotografías del pasado domingo en las que estaba la playa igual que una feria, aunque nos dijeron y nos juraron que todo el mundo guardaba la distancia de seguridad, cumplían con la norma, y que todo era un efecto óptico malintencionado. En fin, al final, resulta que nada es lo que parece.
El caso es que tengo un lío gordo con las fases del «desconfiamiento», y aunque ya me fiaba poco antes de la pandemia, hay veces que la nueva normalidad se me hace muy cuesta arriba. Será, tal vez, lo que dicen algunos, que estoy atravesando la quinta fase emocional, la de la «resistencia», en la que aumenta la tensión ante las restricciones de movimiento y una vida social muy limitada, pero no lo creo así. Más que un ejercicio de resistencia, necesito un curso completo de comprensión lectora para entender al presidente del Gobierno y a sus vicepresidentes, incluyendo al de Barrio Sésamo, ese que le pide perdón a los niños y las niñas, y les habla como un catequista –bueno, él siempre ha hablado como un catequista– cuando les pide «perdón por no haber sido claros». Esas mismas disculpas, por no ser claros, las estamos esperando los peluqueros, los hosteleros, los tenderos, usted y yo desde hace tiempo.
Necesito con urgencia un diccionario ‘Español-Nueva Normalidad’ que me ayude a entender los límites por los que empezamos la desescalada. Ya sé pronunciar algunos términos, pero aún no sé muy bien lo que significan. Me tranquiliza pensar que tampoco lo sabe el presidente del Gobierno y no tiene problema en reconocerlo «vamos a iniciar una travesía sin disponer de GPS», dijo, y eso sí lo entendí, mire usted, vino a decir Pedro Sánchez que no sabemos por dónde vamos.
Pues estupendo. De momento, sin saber en qué fase o en qué desfase ando, puedo pasear de seis a diez de la mañana o de ocho a once de la noche, porque estoy en esa edad intermedia entre los catorce y los setenta años y aguanto todo lo que me echen. Puedo hacer deporte individual en esa misma franja horaria, incluso surf –lo que pasa es que no sé hacerlo– aunque el baño en la playa siga estando prohibido. Son las cosas de la nueva normalidad. Los niños seguirán paseando a diario, pero ahora de 12 de la mañana a 7 de la tarde, la hora menos recomendada por los pediatras para que los niños estén expuestos al Sol, pero eso era antes. En la nueva normalidad todo es diferente.
Tan diferente que podrán ir al colegio los menores de seis años cuyos progenitores –me encanta el eufemismo- tengan que trabajar. Ya teníamos el concepto de colegio como «comedor social» y ahora lo vamos a tener como ‘aparcaniños’, porque según el presidente el colegio como tal no vuelve hasta septiembre. Aparcaniños de hasta seis años, los de siete no importa que se queden como Macaulay Culkin, solos en casa. Tan diferente que los museos –y los archivos y las bibliotecas– abrirán en unos días, y nadie sabe si el tiempo que pasemos en ellos será computable como paseo, como deporte o como ancha es Castilla. Tan diferente que puedo alojarme en un hotel de mi provincia pero no puedo hacer uso de las zonas comunes y tampoco ir a ningún restaurante. Tan diferente que puedo ir a misa pero no ir a ver a mis amigos.
No entiendo la nueva normalidad. Quizá si leyera más a Hubbard lo entendería, «el hombre está enfermo y las naciones se han vuelto locas». Eso será, que se han vuelto locas perdidas.