No queremos ser como ustedes

Volver a ver una sesión parlamentaria con palomitas era algo que echábamos de menos

Por unas horas, pensé que había vuelto la antigua normalidad. La radio no hablaba de nuevos contagios, ni de nuevas restricciones, ni salía ningún representante de la hostelería llorando por los rincones de los periódicos. Tampoco la televisión daba en sesión continua ninguna hoguera de ... reproches ni cuernos de las tentaciones. Parecía, en algunos momentos, que hubiésemos regresado a 2018 o que los retorcidos guionistas de este 2020 se estuvieran quedando sin argumentos y hubieran echado mano de aquella cosa que se llamaba flashback y que no era más que un recurso para alargar las tramas en las telenovelas de bajo presupuesto. Eso es lo que parecía la mañana del jueves, una analepsis de nuestra propia historia , un respiro en la trama pandémica que nos permitió recordar que hubo un tiempo en el que nos levantábamos por la mañana y escuchábamos cosas como “Váyase, señor González” –por echar la vista atrás que no quede-, o confesiones melancólicas como la de Rajoy tras su derrota en el parlamento “Creo que cumplí con el mandato de la política, mejorar la vida de la gente”; si usted lo cree, no seré yo quien le quite la venda de los ojos, señor Rajoy.

Eran días en los que desayunábamos con lo que nos cocinaba Tezanos y en los que hacíamos apuestas que hoy nos parecen juegos de patio de colegio. Quién nos iba a decir que una moción de censura de opereta nos iba a producir tanto bienestar mental. Y es que seguimos siendo animales de costumbres, y nuestra costumbre es de natural el reproche, el echar en cara, el “y tú más”, que en estos tiempos de cólera no usamos demasiado por el respeto a las víctimas y por el temor a la incertidumbre que se ha apoderado de nosotros. Volver a ver una sesión parlamentaria con palomitas era algo que echábamos de menos .

Por eso es que el sainete de Vox ha sido un paréntesis –casi necesario- en el caos nuestro de cada día. La moción de censura más delirante de la historia, “una pérdida de tiempo”, como decían el resto de los grupos parlamentarios, que sin embargo, a mi, se me antoja una auténtica revelación. La bravuconada de Abascal ha sido el mal necesario para que se empiece a ver algo de sentido común –no diré cordura, que ya es pedir mucho- en el parlamento de este país. Si tenía que pasar lo de Garriga “con esto ya hemos ganado” –estos chicos son de buen conformar, por lo que se ve- y su “deber nacional” para que reaccionaran los demás grupos políticos, bienvenido sea el discurso del odio, de los menas, de los floreros y de los “machitos alfa”. Nunca creí que diría esto, pero me lo va usted a perdonar, porque tampoco creí nunca que viviría con mascarilla ni que me lavaría las manos más de cincuenta veces al día, y así estoy.

En fin, que ya lo dijo Inés Arrimada “si son malos españoles los que votan a partidos que apoyan el gobierno y los que estamos en la oposición somos unos traidores y los únicos españoles son ustedes… nos le va a quedar ni don Pelayo”. Y efectivamente, ni don Pelayo, porque hasta Pablo Casado ridiculizó el discurso de Abascal –un dislate, llego a decir- y rompió una lanza por la moderación “pasar del enfado a algo constructivo”, que tanta falta hace en estos momentos. “No queremos ser como usted” dijo el líder del Partido Popular , sin saber que acababa de verbalizar el pensamiento de millones de españoles –y de españolas- que no queremos ser como ninguno de ellos.

Como ninguno. Ni aunque hubiésemos vuelto a 2018, ni aunque un DeLorean nos trajera de nuevo al nuevo mundo, no queremos ser como ustedes. Lo más sensato que se ha escuchado en el congreso de los diputados durante este año que recordaremos siempre por el pulso temblón de nuestros dirigentes. ¿Se acuerda de aquello? Todos decían lo mismo “no me temblará el pulso…” y ponga detrás lo que quiera, estado de alarma, confinamiento, toque de queda, cierre de Universidades. Y el pulso cada vez más temblón, porque ahora resulta que los contagios en las aulas no superan el cuatro por ciento, que los contagios en los bares no van más allá del tres por ciento, que los contagios en la noche no son más que durante el día… y nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato, porque como dice Salvador Illa “nos esperan cinco o seis meses muy duros”. Vaya por Dios.

Creí, por unas horas, que había vuelto la antigua normalidad. Tanto me lo creí, que hasta creí ver que se presentaba el proyecto del museo del Carnaval -¿cuántas veces se habrá presentado ya?- ; un museo que ahora es “innovador y vanguardista”. Sería interesante recopilar todos los adjetivos que ha ido atesorando el museo desde que se imaginó, pero bueno, sus siete salas de exposición, su hemeroteca, su mediateca y su terraza mirador me han devuelto, por unas horas, a mi vida anterior. Esa vida en la que no entendía absolutamente nada de lo que hacían nuestros gobernantes pero en la que me divertía –y cómo- pensando dónde iba a acabar expuesto el gorro de “La mar de coplas ”.

¡Qué tiempos aquellos!

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