No son molinos, amigo Sancho
Los molinos eólicos de La Caleta acabarán, seguramente, en el mismo cajón que el aeropuerto de las marismas de Torregorda
![Yolanda Vallejo: No son molinos, amigo Sancho](https://s3.abcstatics.com/media/opinion/2022/02/06/v/molinos-k5vC--1248x698@abc.jpg)
Estoy casi segura –lo del casi lo digo para curarme en salud, no porque tenga muchas dudas- de que los molinos eólicos de La Caleta acabarán, finalmente, en el mismo cajón que el aeropuerto de las marismas de Torregorda, el 'Cádiz 3', el cementerio en ... mitad de la bahía, los palafitos de Cortadura, el parque del Descanso, o el graderío de Santa María del Mar; es decir, irán a dormir el sueño de los justos en el olvido –o la memoria- de los frikis que, de cuando en cuando, nos ponemos melancólicos con lo que pudo haber sido y no fue esta ciudad.
Que algún día habrá que estudiar la historia urbanística más reciente de Cádiz, según los proyectos y maquetas abandonados, es algo que todos tenemos asumido. Porque es mucho más divertido el deseo que la realidad, y porque la escasez de suelo que caracteriza a nuestra ciudad la hace muy proclive al fantaseo y al fantasmeo.
Lo mismo usted no se acuerda –yo tampoco- del aquella Torre 3000 que, a principios de los años 70 fue diseñada por Javier de Navascués, con el alcalde Jerónimo Almagro a las palmas, y que aspiraba a convertirse en uno de los mayores «hitos» –qué coraje me da este término- de Europa, con más de 265 metros de altura y todo un derroche de imaginación acristalada, cuya maqueta de metro y medio fue recibida por el entonces director general de Televisión Española, -luego conocido como presidente Adolfo Suárez- quien le dio las bendiciones y un lugar para descansar eternamente.
Aquello, que fue el asombro de Damasco, y que no estuvo exento de polémicas y debates lugareños, no fue un hecho aislado. Luego vendrían otros disparates, como aquel cementerio marino –nada que ver con Paul Valery- que Eduardo Mangada proyectara en mitad de la bahía, cuando el gobierno de Carlos Díaz se encontraba en la encrucijada de cerrar nuestro camposanto por aforo completo. O los palafitos de Cortadura que aparecen y desaparecen como el Guadiana y que se vendieron en 2006 como el futuro para los jóvenes «como en Holanda» –no decían como en los suburbios de Guayaquil porque lo de Holanda sonaba más civilizado- y volvieron a venderse en 2019, esta vez asemejándolos a Sotogrande, que para eso siempre ha habido clases.
No me olvido del parque del Descanso, o de los hoteles y requetehoteles de cartón de la Punta de San Felipe, de la estación gastronómica, de la plaza de Sevilla; ni me olvido del auditorio de San Sebastián, ni del teatro del parque, ni siquiera de la Facultad de Ciencias de la Educación cuya maqueta ya molestaba a los vecinos por su impacto visual –o tempora, o mores-, con sus cuarenta aulas y sus 3.130 estudiantes de mentira. Ya ve, «adiós leche, dinero, huevos, pollos, lechón, vaca y ternero. ¡Oh loca fantasía!» que diría Samaniego. Hasta más ver, maquetas.
Por eso le decía que a lo de los molinos de viento en la Caleta le veo poco recorrido, a pesar de la polvareda que han levantado. Más allá de lo que denuncia Ecologistas en Acción en relación a la empresa que ha presentado el proyecto y que no cuenta con experiencia en parques eólicos marinos, el desarrollo del mismo sería prácticamente inviable en una zona rocosa como es la nuestra, porque los «monopilotes» –apunten la palabra, porque la volverán a oír y hasta a usar- estarán muy bien para el mar del Norte, pero no para la Caleta. Y tampoco está muy claro qué impacto tendría sobre el ecosistema de la zona, en la fauna sobre todo, ahora que todo lo medimos en ecoresultados. Habrá que esperar, además, a que se pronuncien los ayuntamientos afectados, y la propia Autoridad Portuaria, que hasta el momento se ha limitado a defender su postura como mediadora en la tramitación.
Así que no me preocupa, Sancho, que estemos viendo gigantes donde solo se verán unos palitos lejanos –a quien tenga la vista como para alcanzar seis kilómetros que Dios lo bendiga- que servirán para generar una energía limpia. Lo que me preocupa es que nuestros gigantes siempre tengan los pies de barro y no haga falta ni siquiera que venga el pequeño David con la honda a darles una pedrada para que se deshagan en polvo, en nada.
Mire el súper proyecto del museo de arte contemporáneo que la Diputación iba a instalar en lo que fue el Instituto del Rosario. Recuérdelo, un edificio NZTB –ya, ya- para el pelotazo cultural del siglo, con las más modernas tecnologías que lo harían convertirse en un «ejemplo de ahorro y eficacia energética», con sistemas de climatización y refrigeración natural y con una cubierta solar fotovoltaica que coronaba un inmueble totalmente domotizado que iba a permitir controlar en todo momento la temperatura y la humedad de las salas. Tres millones y medio costaba aquello.
Y ahora, el estado de ruina del antiguo instituto paraliza las obras y obliga a cambiar el diseño del edificio, y a olvidar en el cajón de los proyectos todo aquello del consumo de energía casi nulo, «Mire vuestra merced que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas que hacen andar la piedra del molino».
Hay quien cree que la fe es más poderosa que el miedo, aunque a veces haya que comulgar con ruedas de molino. Todo es cuestión de esperar.