No es ciudad para niños
«O aquí empiezan a nacer niños, o se hacen políticas sociale que atraigan a gente joven y con hijos pequeños.. o Cádiz tiene los días contados»
Una evidencia es un tipo de conocimiento, generalmente intuitivo, que permite ratificar un acontecimiento como verdadero. Los filósofos –los de ahora, no los de antes- no están, sin embargo, muy por la labor de identificar la evidencia con el conocimiento, porque la mayoría de las ... evidencias no se construyen sobre fundamentos cognitivos, sino que se sustentan sobre sentimientos, deseos, ideologías o, simplemente, bajo la premisa del porque yo lo valgo. Vamos, que eso de ‘hay evidencias’ suele ser tan poco científico como las tasaciones de Rick en su casa de empeños. Sin embargo, el lenguaje, que no atiende a otras razones que no sean el uso y la costumbre, es mucho más visceral y atesora expresiones tan rotundas que dejan ‘en evidencia’ a quienes se empeñan en defender y abanderar posturas y opiniones tan ridículas como absurdas. Por eso, y porque no hay otra manera de hacerlo, la lógica nos dice que tres son los tipos de evidencias que avalan el conocimiento: la experiencia, la memoria y la cultura. Y a partir de ahí, podemos evidenciar lo que nos dé la gana, porque la experiencia –esa que dicen que es la madre de la ciencia- nos dará los datos, la memoria nos ayudará a construir el relato y la cultura nos ofrecerá las herramientas necesarias para analizar cualquier acontecimiento.
Y el acontecimiento es que la natalidad ha caído tanto en España, que esto ya no es un país para niños. Verá, los datos nos dicen que 2019 fue el año con menos nacimientos desde 1941, fecha en la que empezaron a tenerse en cuenta estas cosas. La memoria nos recuerda que el flautista de Hamelin lleva años en las listas del paro y la cultura hace mucho que se empeñó en confundir las churras y las merinas y en vendernos una piel que no necesitábamos, el acceso tardío a la maternidad –y a la paternidad- para vivir en la eterna juventud del todo incluido. Así, la evidencia demuestra que se juntaron el hambre y las ganas de comer para que en 2020 la tasa de fecundidad se situara en un 1,19 hijos de media, convirtiéndonos el país con una de las tasas más bajas natalidad de Europa y del mundo.
Con estos mimbres, y con recién terminada campaña de escolarización de este año, la guerra ya no está –como nos quieren hacer creer- en las trincheras del debate entre enseñanza pública o enseñanza concertada, sino en una batalla más cruenta. Los pocos nacimientos son, más que nunca, pan para hoy y hambre para mañana, porque el saldo vegetativo negativo y la brecha demográfica son dos valores seguros para un envejecimiento acelerado de un país que lleva años gastándose la hucha de los ahorros. La evidencia es mucho más que una evidencia; los colegios de Cádiz se quedan con más de la mitad de las plazas de tres años sin cubrir y, por primera vez, presentan pupitres vacíos en las aulas de Primaria.
La crisis demográfica ha llegado al colegio. Este año no ha hecho falta que la campaña del Ayuntamiento nos recuerde mucho que la escuela pública es la única inclusiva, igualitaria y que es la única en la que se aprende porque en las demás escuelas, al parecer, lo único y poco que se aprende es malo. No; este año no ha hecho falta tirar por tierra el modelo de educación pública –tan pública como el servicio de limpieza o de transporte, o la Feria del Libro- concertada, ni sacar a relucir batallitas de abuelo cebolleta “»yo hace treinta años –siguiendo el ejemplo de Los Enteraos- conocía una maestra a la que echaron de un colegio de monjas…», «hace treinta años que los curas y las monjas separaban a los niños y a las niñas…», en fin. Evidencias.
De las 1.050 plazas para el primer curso de Educación Infantil que ofertaba la Delegación Provincial de Educación en nuestra ciudad, solo se han cubierto 637, lo que ha supuesto un alivio para algunos padres y un disgusto enorme para colegios como Gadir o Adolfo de Castro que siguen perdiendo alumnado año tras año, pese a los esfuerzos que vienen realizando tanto padres y madres como el profesorado. Los problemas crecen, además, con los pocos chiquillos que quedan, afectando ya a la Educación Primaria que también comienza a notar los estragos de la brecha demográfica.
Y es que cuando no hay, no hay. Y no hay niños.
Otra cosa, claro está, es la decisión última de los padres de optar por un colegio u otro. Y ahí, es donde yo siempre quiero llegar. Las evidencias son claras: si los padres optan masivamente –lo de masivo es hipérbole a estas alturas- por la escuela concertada en detrimento de la pública, habría que preguntarse, o preguntarles el porqué. Y no me valen las trampas que pretenden dejar en evidencia la elección, con argumentos tan antiguos y casposos como el clasismo, el elitismo -¿en Cádiz, really?- o la ignorancia; ya sabe que los ultradefensores de la escuela pública suelen tachar –muy demócratas y tolerantes, claro- de ignorantes a las familias que optan por la escuela concertada.
La pelota, este año, está ya embarcada en otro tejado. O aquí empiezan a nacer niños, o se hacen políticas sociales de vivienda y empleo que atraigan a gente joven y con hijos pequeños, o Cádiz tiene los años contados. El último que salga, que cierre la puerta.