Momentos históricos
Demasiadas veces al filo mismo de un abismo de muertes, de destrucción, de desesperación, de miedo, que nos están haciendo excesivamente insensibles a lo que ocurre a nuestro alrededor
No sé si a usted le pasa, pero a mí lo de vivir tantos “momentos históricos” en tan poco tiempo me tiene ya un poco harta. Pienso que no nos tocaba; cada generación vive uno, o como mucho, dos momentos históricos a lo largo de ... su vida, pero lo nuestro supera lo que cualquier generación estaría dispuesta a asumir en su cuota voluntaria de aportación histórica. Y si tenemos en cuenta aquello de que “veinte años no es nada”, me planto aquí mismo y me quedo a esperar la nave que nunca ha de tornar –lo bueno de Machado es que vale lo mismo para un roto que para un descosido-. Porque en los últimos veinte años hemos visto de todo –nos faltaba lo de los rayos C en la puerta de Tahnnhäuser pero ahora ya no estoy tan segura- y hemos visto de todo tanto, y con tanta intensidad que ¡pobres! bachilleres los del futuro que tengan que examinarse de todo esto.
Y es que no, todos estos momentos no se perderán como lágrimas en la lluvia, que decía el de ‘Blade Runner’ porque aunque la historia es cíclica y solo hace falta darse un paseo por la historia y aunque sabemos que por este camino ya habían pasado otros Pulgarcitos alfombrando con miguitas de pan el mismo suelo porque el que ahora nos toca a nosotros regresar a casa, lo cierto es que una cosa es que te lo cuenten y otra muy distintas es tener asientos vips para el gran espectáculo del mundo, aun a sabiendas de que cuando caiga el telón ninguno estaremos aquí para aplaudir. La insoportable levedad del ser podría ser un buen título para la obra que estamos representando, si no fuera porque ya lo usó Milan Kundera en una novela que se hizo muy famosa entre los culturetas de los años ochenta, y que hablaba precisamente de esto, de la inutilidad de la existencia y de la necesidad del eterno retorno: todo lo vivido ha de repetirse eternamente, aunque sea de un modo diferente y con personas diferentes, «el hombre vive solo una vida y no tiene modo de compararla con vidas precedentes ni enmendarla con vidas posteriores».
Pensaba esto al saber que el testamento de Felipe de Edimburgo, el rey consorte más longevo de la historia, no se abrirá hasta dentro de noventa años. Ni usted ni yo estaremos aquí para conocer sus voluntades, a pesar de que el juez que preside la División de Familia del Tribunal Supremo de Reino Unido ha rebajado en casi medio siglo el tiempo estipulado por la legislación. No serán ciento veinticinco años, sino solo noventa, pero aun así, ni mis hijos siquiera estarán aquí para contarlo. Y este dato, que puede parecer una tontería, y que seguramente sea una tontería, es el que me ha devuelto a la realidad, una realidad en la que no habitan epidemiólogos, meteorólogos, vulcanólogos ni cuñados titulados en la universidad de la calle –odio, por cierto, esa etiqueta tan recurrente, y tan vulgar, en Facebook- y en la que tampoco hay reporteros cubriendo momentos históricos.
En cien años, decía el refrán, todos calvos. Algunos, incluso antes, a pesar de los viajes a Turquía. Este 2021, Año del Buey para los chinos, Año Internacional de la Paz y la Confianza, nos ha salido un poco respondón y no disimula su afán de protagonismo, porque si su antecesor se cubrió de gloria con el Covid-19, de enero a lo que llevamos de almanaque hemos asistido a tantos momentos para la historia que no sabría ya decirle cuando tuvimos un día normal y corriente, de los de diario, de los de aburrirse.
Desde el ataque al Capitolio de los Estados Unidos la noche de Reyes –confiéselo, a estas alturas ya ni se acordaba-, a la nevada descomunal que dejó Filomena, pasando por la tragedia del Tarajal en el intento de asalto a Ceuta, los toques de queda, los dos millones de muertos por el coronavirus –dos millones, que se dice pronto-, la vacunación masiva –y pasiva-, el terremoto de Haití, la evacuación desesperada de Afganistán bajo el poder talibán, el incendio de Sierra Bermeja, y el volcán de La Palma, hemos asistido a demasiados momentos históricos ¿no le parece? Demasiadas veces al filo mismo de un abismo de muertes, de destrucción, de desesperación, de miedo, que nos están haciendo excesivamente insensibles a lo que ocurre a nuestro alrededor. Y todo lo que no venga envuelto en el celofán de lo histórico nos parece una bobada.
Por eso, repito, estoy un poco harta de tanta megalomanía histórica, y por eso me reservo el derecho a conmoverme con las cosas pequeñas. Verá. Hoy, 26 de septiembre, hace diecisiete años que LA VOZ DE CÁDIZ, vio la luz por primera vez. Y al contrario de lo que suele suceder, en vez de nacer pequeño, nació grande, muy grande y con la intención de dar voz a un siglo que apenas comenzaba. Seguramente, ninguno de los que comenzaron aquel proyecto podría imaginar que darían cuenta de tantos momentos históricos, ni siquiera que estarían presentes en esta ciudad casi veinte años después.
La memoria –como los momentos- tiene que ser histórica, pero sobre todo, tiene que ser agradecida. Y por eso, y porque llevo diecisiete años dándole a usted cuenta de los momentos cotidianos, los que, al fin y al cabo, hablarán de nosotros cuando estemos muertos, es por lo que agradezco infinitamente que en esta ciudad, aun haya espacio para la opinión, y para la crítica. Aunque no siempre nos guste.
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