LA HOJA ROJA
El día de la marmota
Llueve y se inundan los pabellones deportivos, se inundan las iglesias y los santos tienen que ser trasladados
«Les daré un pronóstico para el invierno; será frío, oscuro y durará… el resto de sus vidas», decía un enfadado Phil Connors, el hombre del tiempo atrapado en el reloj de Punxsutawney. Ya sabe de qué le hablo porque el cine americano de los ... ochenta ha hecho más daño del que, en principio, se le suponía. Más allá del día de la marmota, que se celebra hoy, hay un día de la marmota eterno en el que también nosotros estamos atrapados. Atrapados, y por qué no decirlo, cómodamente instalados, asumiendo como nuestras tradiciones que trascienden nuestra cultura. Porque el 2 de febrero existía mucho antes de que Bill Murray y Andy McDowell se empeñaran en demostrarnos que no siempre hay un mañana.
La fiesta de la Candelaria, o de la Luz, de la que procede la pobre marmota que busca su sombra cada año entre los tímidos rayos de un sol que casi no calienta, se remonta hasta las Lupercales romanas, una celebración purificadora en la que, mediante distintos ritos, se invocaba a la luz y a la fecundidad, al renacer, a la vida.
De ahí, los cristianos tomarían la parte contratante de la primera parte, para conjurar el final del invierno en la presentación del Niño Jesús, nacido justo una cuarentena antes. Por eso, la fiesta de la Candelaria quedó señalada como el final del tiempo de Navidad, el día en el que los puristas quitaban el belén y guardaban los últimos espumillones.
Nosotros, que siempre fuimos más sincréticos, y mucho más prácticos, transformamos muy pronto el carácter religioso en festivo y le dimos un nombre que nunca debió desaparecer de nuestro vocabulario, «la feria del frío». Seguro que no se acuerda –porque la amnesia histórica es otra de nuestras especialidades-, pero basta con que le dé un repaso a su hemeroteca más sentimental para que vuelvan a su memoria los coches choque o el «látigo», en Santa Bárbara.
Fue Juan Valverde –el alcalde al que más le debemos y del que menos nos acordamos- en 1862 el que propuso la celebración de esta feria en los alrededores del mercado, prolongando hasta primeros de febrero los ecos de la Navidad. Tras la Candelaria, la luz, la primavera llamando fuerte a la puerta. Ya está aquí el sol.
Pero claro, la fagocitadora maquinaria del cine norteamericano pudo con esto y con más. Y desde hace un cuarto de siglo, el 2 de febrero es, por los siglos de los siglos, el día de la marmota. El 2 de febrero, el 3 de marzo, el 4 de abril… y, si me apuran, hasta el infinito y mucho más. Porque todo nos parece lo mismo «Buen día, ¿va a ver a la marmota? ¿la primavera empezará pronto?¿No hicimos esto ayer?». Sí, lo hicimos ayer, y antesdeayer, y el día menos pensado también lo hicimos. Abrimos los periódicos y todo era siempre lo mismo.
Verá. Hay emergencias mundiales, y emergencias locales. Llueve y se inundan los pabellones deportivos , y se inundan las iglesias y los santos tienen que ser trasladados y la rehabilitación de Santa Cruz tiene que ser rehabilitada. Y sale a licitación lo licitado sea o no sea lícito. Y la Ciudad de la Justicia vuelve a ser tratada de manera injusta. Y la gente sentada en las terrazas no mira a la gente que pasea. Y cierran los comercios. Y no hay aparcamiento. Y sube el precio de la vivienda. Y el paro. Y no hay alquileres, ni trabajo. Y el muelle se integra o se desintegra. Y otra vez salimos en el «New York Times ». Y este año, subimos a Primera. «¿Y si no hay un mañana? Hoy no lo habido».
Sí. Es el día de la marmota, ¿quién lo pondría en duda? Desde aquí es tan difícil ver el Sol que el invierno puede durar el resto de nuestras vidas. Y es complicado no conformarse, no acostumbrarse a que cada día sea igual que el anterior, aunque en este caso, la verdad aun siendo triste, puede que tenga remedio
«Céteris paribus» se llama el método científico por el que se mantienen constantes todas las variables de una situación , a lo largo del tiempo, menos aquella que se desea estudiar. Todo permanece en el mismo sitio y solo varía algo, a veces tan imperceptible como definitivo para que todo vuelva empezar desde el principio.
Nosotros lo llamamos carnaval . Y tiene más de ritual ancestral –póngale el apellido o la filiación que quiera- que de método científico, pero da igual; porque todos los caminos conducen al mismo sitio, al mismo Punxutawney al que peregrinamos cada año en busca de la luz.
Una sola variable es suficiente para que se repita, año tras año, el prodigio. La receta ya la dio Antonio Martínez Ares el pasado jueves, «Canta gaditano canta que es el milagro de este sur tan desgraciao; canta hasta que te sepa a sangre la garganta. Canta alma mía, que nos quiten lo cantao. Canta, canta la Tacita porque la vida solo dura un estribillo. Niña de Plata déjame que me repita, me repita, me repita».
Y así da gusto repetirse; así da gusto vivir en el día de la marmota… eternamente.
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