Juegos reunidos
Terminan unos Juegos Olímpicos no exentos de polémica –todos los son, no nos llamemos a engaño- en los que la inclusión, la igualdad, y el buenismo le han ganado la partida a otros valores
Terminan hoy los Juegos Olímpicos más peculiares de la historia reciente. Para empezar, han sido los Juegos Olímpicos del año pasado, lo que no deja de ser un tanto fantasioso ya que en lo único contra lo que no se puede competir, por mucho que ... nos empeñemos, es contra el tiempo; y por mucho que repitamos Tokio 2020, estamos en 2021 con todo lo que eso implica, sobre todo para la próxima Olimpiada. Pero, salvando esta obviedad, los Juegos Olímpicos de Tokio pasarán a la historia por ser los juegos más caóticos, los más blandos y, si me permite, los más absurdos de todos los que hemos conocido y los que menos han respetado el espíritu del barón de Courbetin –ya sabe, el que se inventó todo esto- que decía que “el día en que un deportista deje de pensar en primer lugar en la felicidad que su esfuerzo le procura, el día en que deje que las consideraciones sobre la vanidad o sobre el interés prevalezcan, ese día nuestros ideales morirán”. Así que blanco y en botella, los Juegos Olímpicos han muerto en esta edición sin público, con camas de cartón –para evitar relaciones sexuales entre los atletas, aunque se han repartido más de ciento cincuenta mil preservativos, paradójicamente- , con medallas ecológicas –hechas con restos de teléfonos móviles y de aparatos electrónicos, que para eso se celebran en Japón-, y con el presupuesto más alto de la historia que supera los veintidós mil millones de dólares.
Han sido los Juegos en los que se han estrenado disciplinas como el surf, el skateboard, la escalada, el kárate y el beisbol, así como el baloncesto 3x3 –a este paso, en breve podrán participar el escondite, el contra y, tal vez, el Fifa en la Play, para que nadie se sienta excluido. Total, no voy a enredarme en consideraciones deportivas porque ni me gusta el deporte, ni lo practico, así que solo puedo opinar de lo que he visto en estos días en los que –se supone- el espíritu deportivo se hace carne y habita entre nosotros, y nos tiene pendientes del televisor para saber cuántas medallas –ecológicas- son capaces de coleccionar China y Estados Unidos, ahora que Rusia se llama COR.
No han sido unos juegos exentos de polémica –todos los son, no nos llamemos a engaño- en los que la inclusión, la igualdad, y el buenismo le han ganado la partida a otros valores que se consideraban, hasta hace poco, el top del espíritu olímpico, y que hoy se miran con recelo, cuando no con auténtico espanto. Los juegos de Tokio 2020 han sido los juegos de la reivindicación y de la reafirmación de que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya lo sabe, las gimnastas alemanas pasarán a las historia por sus maillots de cuerpo entero que no sexualizan ni cosifican a las chicas –aunque sigan llenos de lentejuelas, transparencias y bordados-, Tom Daley se recordará por ser el primer medallista gay -¿el primero?- y por aquella rueda de prensa en la que lanzó un mensaje a la juventud para que “cualquier joven LGTB pueda ver que no importa lo que sientas ahora. Puedes conseguir cualquier cosa”. Bueno, ser campeón olímpico no es cualquier cosa y Daley no ha subido al pódium por ser gay, no sé si llego a explicarme. La igualdad consiste en no poner etiquetas y en que nadie tenga que excusarse ni justificarse por nada que tenga relación con su vida y no con la práctica de un deporte, “las distinciones- decía Courbin- no tienen cabida en el deporte”.
Pero así andamos y así hemos convertido los Juegos Olímpicos en un circo de tres pistas, con Simone Biles como estrella absoluta del cartel. No, no voy a coger el camino fácil para que usted me ponga de vuelta y media; no voy a decir lo del juguete roto ni lo de la presión psicológica a la que se ven sometidos los deportistas de élite. Ni siquiera le voy a hablar de Nadia Comaneci –a su lado lo de Biles es de Disney-, ni de Errejón dando lecciones desde su casa sobre lo que es, o no es, la valentía, porque la salud mental es un tema muy serio para manosearlo tanto. Tampoco haré como Arcadi Espada y por eso no le diré que lo que realmente es duro es levantarse cada mañana y no saber cuándo y de qué manera va uno a encontrar trabajo aun perteneciendo a la generación más preparada, con más títulos y más expectativas de la historia.
No, yo solo quería decirle que estamos creando una sociedad muy excluyente, a pesar de todo. Una sociedad de la que hemos excluido el esfuerzo, la perseverancia, el sacrificio, la constancia, la frustración y el saber perder. Una sociedad que prefiere estar enferma antes que reconocer una derrota.
Terminan hoy, posiblemente, los últimos Juegos Olímpicos tal y como los soñó Pierre de Courbetin. Los próximos podrían llamarse Juegos Reunidos, así no habría tanta presión, ni tanta competición, y lo mismo me entero –y usted también- para que sirven los ratones de colores que venían en la caja de Geyper.