Por el humo se sabe

Que la pérgola nunca gustó en Cádiz no es una opinión, sino un hecho contrastado

Parece que últimamente están de moda las hemerotecas –nunca entenderé por qué las llaman ‘malditas hemerotecas’ cuando nos dan tantos buenos momentos-, tal vez porque ya nos hemos dado cuenta de que tenemos una memoria cortita o tal vez porque el «se veía venir» y ... el «te lo dije» de toda la vida, necesitan más avales que nunca. El caso es que ya no solo somos esclavos de nuestras palabras, sino de nuestros pensamientos, de nuestras obras y de nuestras omisiones y el peaje es cada vez más caro. Y el pasado, siempre vuelve.

Le cuento esto porque las fotos de la inauguración del carril bici por el interior del muelle me llevaron de vuelta a la antigua normalidad, aquella en la que en nuestra ciudad se inauguraban hasta las paradas de los autobuses y los bancos de la Avenida. No me diga que no se acuerda, porque no ha pasado tanto, aunque lo parece. Las mismas caras, los mismos gestos, las mismas palabras y el mismo aire megalómano y pretencioso de hace más de una década. Y le cuento esto porque la semana pasada salía ardiendo uno de los símbolos del despilfarro, del despropósito y del sinsentido que marcaron los últimos años de la alcaldía de Teófila Martínez. Ya sabe, las Antorchas de la Libertad, el Teatro de la Tía Norica y la pérgola-mirador de Santa Bárbara, que nunca llegó a tener nombre por mucho que la prensa del momento nos recuerde que alguien la llamó -qué bonito- «el balcón de América».

Que la pérgola nunca gustó en Cádiz no es una opinión, sino un hecho contrastado. Nunca llueve a gusto de todos, dicen; pero en esta ocasión es que ni siquiera llovía sobre mojado. El Diccionario soviético de filosofía –me voy superando en mis referencias- define lo feo como «categoría estética en la que se reflejan los fenómenos de la realidad adversos a lo bello y en la que se encuentra la actitud negativa del hombre respecto a tales fenómenos». Ahí lo tiene. Una cosa no es fea por sí misma, sino por el sentimiento de rechazo que produce en quien lo contempla. Y rechazo es lo que produjo el túnel mirador desde el primer momento. Esto tampoco es una opinión, y también es un hecho contrastado, solo tiene que buscar los periódicos de los días siguientes a la inauguración –bueno, del paseo triunfal hecho deprisa y corriendo antes de que se echara encima la campaña electoral de turno- de la pérgola y medir la distancia que hay entre la realidad y el deseo.

El deseo decía que aquello era una suerte de octava maravilla del mundo que no solo servía de cerramiento al parque Genovés, sino que ofrecía a los gaditanos «un paseo de borde marinero con vistas espectaculares», y un lugar de ocio, cultura –por supuesto, una biblioteca- y restauración como nunca antes se había visto en esta ciudad. «su piel –decía un reconocido arquitecto en aquellos días- es de vidrio. Láminas de colores hacen amable la serpenteante caja cuando esta se ilumina por la noche. Los elementos metálicos que configuran estructura y acabados representan un guiño a la construcción naval». Todo por el módico precio de un millón y medio de euros, barato, barato…

La realidad, no hace falta que yo se lo diga, mostraba incluso en aquellos días azules de 2015, su peor mueca. Un túnel elevado de trescientos ochenta y un metros, sin bancos, sin papeleras, sin sombra, con una factura y unos acabados que lo convertían en el escenario perfecto para rodar una película de guerra, o de miedo, porque uno entraba allí y no sabía a ciencia cierta por donde iba a salir. Las vistas, ya lo sabe, se intuían, porque una baranda mal terminada y oxidada impedía ver más allá de un suelo lleno de desperfectos, de acabados toscos –y peligrosos. Nunca gustó la pérgola a los gaditanos ni a las gaditanas . Y más allá de los calificativos de «mamarracho» de «chatarra» y de lo que el cuerpo le pedía a David Navarro «como ciudadano el cuerpo nos puede pedir otra cosa, pero no podemos coger una Rotaflex y eliminarla», lo cierto es que entre todos la mataron, pero no se murió ella sola.

El estado de abandono de la pérgola-mirador durante estos años tampoco es una opinión, claro está. La entrada al paseo fue adquiriendo el aspecto de una boca de metro mientras el pavimento del paseo se llenaba de pintadas, de colillas, de cristales y la baranda pedía la inyección del tétanos en cuanto te acercabas. La parte inferior, aquella de los cristales maravillosos nunca albergó ni bares, ni cultura, ni ocio, sino que dio cobijo a personas sin hogar, pero con tantas pertenencias, que aquello parecía el escaparate de Mobarí: muebles, colchones, souvenires, microondas, televisores, peleas, enfrentamientos y un mal ambiente que invitaba a salir corriendo. El equipo de gobierno nunca hizo nada por remediarlo. Bueno, sí que hizo, instalar un parque canino y dejar que los yerbajos crecieran a su antojo y las ratas camparan a sus anchas. Ah! y buscar desesperadamente a quién darle el regalo envenenado.

Lo que pasó el sábado era algo que se veía venir. Poco ha pasado teniendo en cuenta el deterioro del edificio y el uso que se le ha venido dando. Decía la zarzuela, «por el humo se sabe dónde está el fuego» y por el humo, que se vio desde toda la ciudad, sabemos dónde está el fuego. Más vale que el Ayuntamiento ande con cuidado, no se vaya a quemar antes de tiempo.

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