¡Es la guerra!

Es paradójico que en la supuesta «sociedad del conocimiento» vivamos de sucedáneos de la información y nos hayamos convertido en la sociedad del desconocimiento y la desinformación

No sé si a usted le pasa lo mismo que a mí, pero las imágenes de la guerra de Ucrania me resultan demasiado familiares porque las he visto en demasiadas películas. No de ahora, claro está; sino de épocas tan pasadas que ni la memoria ... me alcanza a poder recordarlas. Es lo que tiene eso que llaman memoria histórica, que se escapa a territorios tan cinematográficos, que lo mismo podría estar viendo una película sobre el Gueto de Varsovia que sobre la batalla del Somne, o la del Ebro. Lo mismo da, porque no hemos avanzado nada ni hemos aprendido nada, ni estamos dispuestos a hacerlo. Nos conformamos con saber lo que creemos que sabemos, y con dar vueltas alrededor de la misma rueda de molino con la que comulgamos una y otra vez, tan campantes.

La gente lee -leemos- poco. Y lo poco que lee tiene la letra tan pequeña que es imposible verla sin las gafas de cerca. Vemos las letras, intuimos el sentido, interpretamos el contexto y con ello damos por sentado que tenemos la información, y que por eso, tenemos el poder. Qué sabe usted, qué se yo, de la guerra de Ucrania más allá de los mensajes desesperados de Twitter, de las cadenas de favores y oraciones de Whatsapp, de los textos desahogados de Facebook, y de los testimonios desgarradores de quienes aún se resisten -simplemente porque no pueden huir- a salir de un país sitiado. Qué sabe usted, qué se yo, si lo que sabemos es lo que nos llega, de manera interesada, como si fuese una película. Que sí, que un convoy de sesenta kilómetros de tanques que avanza desorientado por unas carreteras sin señales de tráfico ni satélites de localización es la imagen más impactante de este nuevo «momento histórico» que nos ha tocado vivir, y que somos tan solidarios que ya hemos mandado medicamentos y ropa y armamento y hasta hemos enviado un SMS de ayuda humanitaria porque en estos juegos del hambre, jugamos todos y la mala conciencia es la peor consejera. El relato -odio la palabra «relato» aplicada a los hechos- que nos han contado suena a película de malos y de buenos, a héroes de la resistencia, a malvados exterminadores, a niños que nacen arrullados por las sirenas antimisiles, a amenaza de ataque nuclear y de teléfono rojo, a historias de amor bajo las bombas, a políticos de perfil, a orgullo patrio, a himnos en las trincheras… a todo lo que usted y yo hemos visto ya en el cine. Porque de eso es de lo que nos están alimentando en esta macrogranja de la ignorancia en la que hacemos como que vivimos.

Porque nunca, como ahora, hemos sabido menos. Y es paradójico que en la supuesta «sociedad del conocimiento» vivamos de sucedáneos de la información y nos hayamos convertido en la sociedad del desconocimiento y la desinformación. Leo -más bien tarde- el ensayo de Daniel Innerarity que define de una manera tan cruel como certera la fórmula del desastre, «acumular información –dice- es una forma de librarse de la incómoda tarea de pensar porque la instantaneidad impide la comprensión de los datos». Ahí lo tiene, para qué pensar si ya hay quien lo hace por nosotros y nos deja dormir tranquilos. Casi todo lo que sabemos, continúa Innerarity, lo sabemos de segunda mano, a través de otros «ya sean medios de comunicación o redes sociales». Y para este mundo de segunda mano no sirven las reglas ni las instrucciones que conocíamos hasta ahora. Lea a Stefan Zweig en 'El mundo de ayer' y verá que todo estaba inventado antes de que usted y de que yo manoseáramos la información.

Por eso, de todas las imágenes de la guerra que nos llegan, me quedo con el llamamiento de las bibliotecas ucranianas que, en apoyo a la ciudadanía, están volcando todos sus esfuerzos, en distinguir las voces de los ecos, diferenciando información, información errónea y desinformación. Una misión, la de las bibliotecas de Ucrania, que se ha visto amplificada y multiplicada, gracias a las asociaciones internacionales de bibliotecarios, a las que no les ha temblado la voz ni el coraje, para que todas las bibliotecas del mundo luchen contra la incertidumbre de las noticias que llegan y ofrezcan lo mejor que tienen, la información, el conocimiento y las armas contra la ignorancia, en el convencimiento de que la vieja máxima que presidía la biblioteca de Tebas, sigue estando vigente: “Lugar cuidado del alma”.

Porque los libros curan, la lectura sana, leer salva y, sobre todo, porque en un mundo en el que cada vez somos más ignorantes y tenemos un pensamiento menos crítico, las bibliotecas suponen una resistencia a la desigualdad, a los abusos, a la manipulación. Las bibliotecas son lugares seguros y libres, donde todas las personas –sin ningún tipo de distinción- tienen acceso gratuito a la información, a la de verdad.

En Ucrania, entre las bombas y los misiles, las bibliotecas siguen abiertas, los bibliotecarios siguen haciendo su trabajo, construyendo puentes, tejiendo vendas, salvando la memoria, escribiendo la historia, en Lovaina, en Varsovia, en Irak, en Sarajevo… La vida sigue, a pesar de la guerra.

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