Es una feria
«El problema es cuando se nota demasiado la tramoya, por eso los tramoyistas van siempre de negro intentando pasar desapercibidos»
Como iba diciendo, en vez de leer a Pemán –por ir contracorriente, más que nada- o esperar el oportunista libro de Paul Preston, he estado leyendo esta semana el que algunos han dado en llamar el fenómeno literario de la temporada. Sospecho siempre de las ... etiquetas de las fajas de los libros y de las reseñas con muchas admiraciones, pero esta vez he caído en la tentación y me he tragado en dos días la opera prima de Ana Iris Simón, ya sabe, Feria . Una novela con un título genial y un desarrollo un tanto irregular que se convierte en un pretexto –demasiado arbitrario a veces- de los debates que a todos nos gustan, el feminismo, la España vacía, la masculinidad, la afectación social, los desclasados… Por si a usted le interesa, le diré que no dice nada de ni Pemán, ni de Alberti , pero tiene una de esas citas que a una le gustaría grabarse en la memoria –en la histórica y en la de todos los días- y repetirla como un mantra cada mañana: «para sentir que uno pertenece a algo o a alguien o que algo o alguien le pertenece a uno, es necesario conocer sus tramoyas».
Y como soy de esas, de las que se empeñan en conocer las tramoyas y en meterme en las habitaciones más oscuras antes de posicionarme sobre algún tema, no tuve más remedio que leer aquella reseña en la que Juan Soto Ivars decía que «Ana Iris Simón ha escrito una novela rojísima que le encanta a la derecha». Otra vez, la izquierda, la derecha… Santiago Abascal subiendo al atril del Congreso con un ejemplar de Feria , o la propia autora del libro recriminándole al presidente Sánchez que si no tiene ni hipoteca ni coche no es por ser moderna, sino porque no puede, porque «No habrá agenda 2030 ni plan 2050 si en 2021 no hay techo para placas solares porque no tenemos casas, ni niños que se conecten al wifi porque no tenemos hijos» para escándalo de gran parte de la izquierda que la identifica con el rojipardismo –eso que dicen que es la izquierda dentro de la derecha- o que la tachan directamente de falangista rediviva, siendo como es, nieta de militantes comunistas comprometidos. No es algo que me preocupe, ni el pasado de la autora –tampoco me interesa mucho su futuro que auguro imperfecto-, ni su ideología, porque ocurre hasta en las mejores familias. Ya sabe que hay hijas de Falange cuyos padres, afamados defensores de la izquierda, son capaces de declarar que «si ella está bien podemos hasta reírnos y cantar cualquier himno» mientras reescriben los episodios nacionales . Eso es lo que yo entiendo como tramoya «que podemos pedir que se respeten nuestras ideas siempre que no nos empeñemos en imponer nuestras ideas a los demás», como escribía Luis García Montero –el padre de la criatura- en un magnífico ejercicio de gimnasia mental.
El problema es cuando se nota demasiado la tramoya, por eso los tramoyistas van siempre de negro e intentan pasar desapercibidos, cuando se ven las cuerdas o el foco tiene tanta intensidad que impide ver lo que está ocurriendo en el escenario. El problema es cuando queremos, a toda costa, que se nos noten las costuras; cuando lo fiamos todo a las formas y no al fondo. Cuando los árboles no nos dejan ver el bosque, o las lágrimas no nos dejan ver las estrellas –no me resistía a citar a Tagore, que es muy cursi.
Terminé Feria el mismo día que Macarena Olona hacía de Blacamán en San Juan de Dios , en una lamentable performance en la que no dudo que fueran muchos los llamados, pero fueron tan pocos los elegidos que hasta el propio alcalde escribió en su diario que había «menos gente que en una mudanza», aunque se le pasó precisar que la audiencia era similar a ambos lados de la policía. Unos gritaban y otros gritaban más, despreciables en cualquier caso unos y otros, condenable la violencia de unos y de otros, y no solo de unos, como escribía el propio alcalde en su diario.
Siempre repito que cuando se pierden las formas, se pierde también el fondo. Y aunque me pierde la rapidez, y el gusto por lo inmediato, creo firmemente que muchas veces hay que contar hasta diez, o hasta cien o hasta mil antes de tirarse al charco . Luego pasa lo que pasa en el Pleno Municipal, o en las redes sociales –que viene a ser ya lo mismo que el Pleno Municipal- donde cargos públicos contestan a las provocaciones más infantiles como auténticos pandilleros, o como auténticos kamikazes, sin filtros, sin medida.
Es entonces cuando se conocen sus tramoyas. Cuando se nota el pelo de la dehesa –no conozco una expresión más clasista y despectiva, y a la vez más efectiva que esta- y cuando una se da cuenta de que ni quiere pertenecer a ese espectáculo ni quiere que le representen estos actores, ni le gusta la obra que se representa.
Escogió mal el portavoz del PP para argumentar su propuesta; la carta que leyó en el Pleno tenía la validez sentimental de un hijo hacia su padre, escrita con las tripas, con la tramoya y no con la razón. Su lectura invalidaba cualquier debate pero encendía, de nuevo, el alumbrado de la feria. La misma Feria que me leí en dos días sin saber que tenía tantas lecturas.