Opinión
Feminismo, sin apellidos
De aquel feminismo que nos unía a estos feminismos marcianos hemos destrozado el mapa de los afectos, y cada una ha cogido el camino por donde le ha parecido
El 8 de marzo de 2018 cientos de miles de mujeres, y de hombres, llenamos las calles de todo el país como colofón a un Día Internacional de la Mujer que estuvo marcado por la primera huelga general feminista realizada en España para exigir la ... igualdad real entre hombres y mujeres. Sin precedentes, por el impacto social y económico, el feminismo consiguió que ese día en las casas, en los bares, en las escuelas y en los medios de comunicación se hablara, como nunca se había hecho, de conceptos y de realidades que hasta entonces no eran demasiado habituales, la brecha salarial, el techo de cristal, la conciliación laboral, el acoso o la violencia sexual.«Si nosotras paramos, el mundo se para», fue el lema que unió a sindicatos, colectivos, partidos políticos, asociaciones, estudiantes, empresarios y trabajadores, y que supuso un punto de inflexión en la lucha por la tan ansiada igualdad entre hombres y mujeres. El 8 de marzo de 2018 todos, y todas, fuimos feministas; o al menos, entendimos perfectamente que el feminismo no es una guerra, ni una amenaza, ni es una cosa de «mujeres»; y que no es de izquierdas, ni de derechas. Ese día, entendimos que el feminismo es un movimiento social que pide para la mujer el reconocimiento de unas capacidades y de unos derechos que, tradicionalmente, han estado reservados solo para los hombres.
Lo que nos une es lo que mejor nos define. Y aquel 8 de marzo de 2018 la sociedad española, tan recelosa siempre a los cambios, se mantuvo unida y empezó a intuir que el camino hacia la igualdad real entre hombres y mujeres podía ser más corto de lo que parecía en un principio.
Nada más lejos de la realidad. Dos años después -lo que en Cádiz es bastante para considerar «tradicional» a cualquier cosa-, hemos demostrado, no que el que camino se demuestra andando, sino que se puede desandar borrando las huellas por las que habíamos avanzado. De aquel feminismo que nos unía a estos feminismos marcianos -no es mía la expresión, es de la exdiputada del POSE, Ángeles Álvarez- hemos destrozado el mapa de los afectos, y cada una ha cogido el camino por donde le ha parecido. Como la maldición de Babel, cuando estábamos más cerca, nos confundieron los dioses y empezamos a hablar lenguas distintas.
Feminismo radical, abolicionista, transfeminismo, feminismo de igualdad, feminismo de la diferencia, ecofeminismo, feminismo separatista, feminismo interseccional, feminismo liberal, feminismo de género, feminismo postcolonial, feminismo de la diferencia, feminismo andaluz… o feminismo amazónico, cada una le fue poniendo el apellido que más le convenía, renegando de sus genes comunes, si hacía falta, como ha ocurrido en este Día Internacional de la Mujer, que amanece con más división que nunca. La falta de acuerdo, el "y tú más", los egos, los intereses políticos y los enfrentamientos entre distintos colectivos no han hecho más que empobrecer una reivindicación que este año -por caer en domingo- ni siquiera nos da opción a la huelga. La comisión 8M de Madrid, lo justificaba diciendo que este año, en vez de huelga, habría una revuelta femenina durante un mes, comenzando por el manifiesto de 8 de febrero en el que, entre otras cosas, se dijo «la revuelta será puteril o no será» .
Y es que no solo nos confunde la lengua, también nos confunde el lenguaje. Entiendo que en una sociedad donde el que da primero, no da dos veces, sino doscientas, se elijan eslóganes, proclamas o nombres de talleres que causen impacto en los medios y en las redes sociales, que hablen de nosotros aunque hablen mal, y luego ya recularemos o rectificaremos o usaremos el donde dije digo, que da igual, que da lo mismo.
Yo no quiero una revuelta puteril, ni quiero llegar a mi casa borracha y sola -tampoco quiero que lo hagan ni mis hijos ni mis hijas-, y no quiero autocoñocerme porque ya me conozco bastante. No quiero hacer delantales, por muy reivindicativos que me digan que son, ni quiero ir en bicicleta gritando que «de tantos tíos chulos estamos hasta el culo». No quiero recoger microplásticos -¿cómo se recogen microplásticos que según la NOAA son los que tienen menos de 5 milímetros de diámetro?- ni quiero ir a un cine forum que se llame «¿Qué coño está pasando?». Pero tampoco quiero que Cayetana Alvarez de Toledo me diga que rechace un «bloque molítico y granítico llamado mujeres» y que me haga feminista amazónica y tampoco quiero que Inés Arrimada me de una catequesis sobre el feminismo liberal.
Yo quiero levantarme cada mañana en un país donde nadie me juzgue ni me examine continuamente por ser mujer, donde la brecha salarial no nos coloque siempre en el lado más débil, donde mi hija pueda volver a casa sola o acompañada a la hora que quiera, y donde pueda estudiar y trabajar sin cuestionarse si tiene sitio o no. Yo quiero un país donde mujeres y hombres puedan pensar de la misma manera, sin paternalismos ni maternalismos . Yo quiero compartir mi vida con personas que no pongan etiquetas a lo que tanto nos ha costado a las mujeres y por lo que tanto lucharon nuestras madres y nuestras abuelas.
Yo quiero reivindicar este 8M en positivo, porque soy feminista, sin apellidos.