Un año en expectativa
Hemos transitado en un constante “a ver”; a ver si mejora la pandemia, a ver si nos vacunan, a ver si se renuevan los ERTEs, a ver si se aprueban los presupuestos, a ver si hay Carnaval, a ver si quitan las mascarillas, a ver si se acaba esto de una vez…
No sé si a usted le pasa como a mí, que tengo la certeza de haber pasado un año esperando no se sabe muy bien qué y con la sensación de haber llegado tarde a casi todo. Tanto, que ya ni llego a felicitarle las ... Navidades, pasadas ya, -como el fantasma- por obra y gracia de un calendario que a todos nos ha cuadrado mal. Un año, este que casi se está despidiendo, que hemos transitado en un constante “a ver”; a ver si mejora la pandemia, a ver si nos vacunan, a ver si se renuevan los ERTEs, a ver si se aprueban los presupuestos, a ver si hay Carnaval, a ver si quitan las mascarillas, a ver cuánto nos cobran de luz, a ver si se levantan las restricciones, a ver si podemos vernos, a ver si se acaba esto de una vez… un año en expectativa, que nos ha dejado casi el doble de muertos que el anterior –más de cinco millones van ya- y doscientos setenta millones de contagios en el mundo, y que acabamos igual –no quiero decir peor- que lo empezamos, y con la sensación, no ya de haber perdido el tiempo, sino de que el tiempo nos ha perdido a nosotros.
Cierre los ojos, seguro que todavía puede ver a Ana Obregón poniéndole el cuerpo malo desde una puerta del Sol completamente vacía, mientras usted no contaba campanadas sino huecos en la mesa al compás de un reloj que solo daba el toque de queda. Recuérdelo, no hace tanto de los cierres perimetrales, de los horarios reducidos en comercios y hostelería, de aquellos aforos tan limitados que no permitían más que conversaciones a medias, mientras esperábamos dócilmente nuestro turno para la vacuna, ¿cuál te han puesto? Se me pegan las cucharas, ya te toca esta semana, ¿te ha hecho reacción? No hace tanto, y ya todo es tan lejano y tan difuso como aquel asalto al Capitolio que la Noche de Reyes nos trajo un pequeño adelanto del gran teatro del mundo que estábamos a punto de representar. El planeta protestando, -no hace falta que se lo recuerde-, Filomena, terremotos, volcanes, olas de calor, inundaciones, heladas, lluvias torrenciales, desbordamientos de ríos, y nosotros asistiendo, atónitos, al baile de la confusión…Un disparate detrás de otro, al tiempo que esperábamos, como quien espera el alba, que se parara el motor y pudiésemos bajarnos de esta locura que nos vendieron como el año de la recuperación y el año de la esperanza. Bueno, no les faltaba razón, porque eso es lo que ha sido 2021, un año de espera, por utilizar la raíz etimológica. Y dice el refrán –que para esto es muy balsámico y consolador- que el que espera, desespera. Así que el fin de año nos coge un poco desesperados, para qué vamos a engañarnos. Porque decía Alexander Pope que “bienaventurado el que no espera nada, porque nunca será decepcionado”, pero nosotros hemos esperado tanto que la decepción no solo se ha hecho carne, sino que habita entre nosotros y amenaza con instalarse cómodamente en la casa de cada uno. No es la invitada perfecta, ya lo sé, pero a ver quién es capaz de echarla.
Hay cosas de la que ya no me acuerdo y pasaron en este mismo almanaque que aún preside cada rincón de nuestras vidas. ¿Quién recuerda a Salvador Illa cuando era ministro y decía aquellas cosas tan mesiánicas? o lo que es muchísimo peor ¿quién se acuerda ya de Pablo Iglesias, el catequista que iba a asaltar los cielos? ¿Y quién de Pablo Hassel, -imagino que su madre sí- que se atrincheró en la Universidad de Lleida para no entrar en una cárcel, en la que lleva ya casi un año sin que ninguno de los políticos tuiteros haya movido un dedo por él? Eso por no hablar del “asalto” de la valla de Ceuta, de la polvareda que levantó la aprobación de la Ley de Eutanasia, de la caída de los dioses Instagram, Facebook y Twitter o de cómo vivir a la madrileña siendo Isabel Díaz Ayuso… qué lejano –y qué ajeno- todo, ¿verdad?
Y qué cerca, de nuevo, de caer en el laberinto y de retroceder casi a la casilla de salida, con un Gobierno que tira los dados pero esconde siempre la mano, no vaya a ser que alguien se la muerda. Alguien tan desesperado como para instalarse en el Metaverso que viene, lejos de toda realidad y tan cercano al deseo de ser otro. Dice Bill Gates –los referentes cada vez son más simples- que en dos o tres años nos habremos acostumbrado al virus y a convivir con nuestro avatar; el futuro era eso, al parecer. Respirar a escondidas y vivir en un mundo paralelo donde nada nos turbe ni nada nos espante, y donde todos nos conformemos con no ser más que un epsilon en un ‘mundo feliz’ como el de Huxley.
No tenía yo muchas expectativas para este 2021, pero las pocas que tenía se me fueron por el desagüe de las palabras huecas, donde acaban los sueños que no terminan de formarse, porque se convierten en pesadilla al poco de nacer. Me niego a seguir expectante en el año que empieza, y vuelvo a las distopías -que son la auténtica realidad- para encontrarme con Swift y su Gulliver «dichoso el que no espera nada porque siempre estará satisfecho».
Nos aguarda un año difícil, no esperen nada de él. Lo mismo hasta nos da satisfacciones, quién sabe.
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