Yolanda Vallejo
Esta España nuestra
«Galdós, que fue el que mejor nos dijo a los españoles cómo somos, ya escribió sobre la pandemia de la gripe española y la Navidad»
Nadie escarmienta en los datos ajenos y mucho menos si esos datos amenazan con dejarnos huérfanos de Navidad
A los españoles nos cuesta ser españoles con demasiada frecuencia; no nos cuesta serlo en los Mundiales de fútbol, ni en las finales del Roland Garros, y tampoco cuando el niño se nos va de Erasmus y le metemos la bandera con disimulo en la ... maleta, igual que nuestras abuelas le metían el chorizo del pueblo a sus hijos quintos en el petate; lo del tocino y los cristianos viejos, que nos viene persiguiendo desde la Edad Media. Para todo lo demás, disimulamos que somos españoles. La culpa no es nuestra, claro está; ni es una cuestión de ahora. Llevamos siglos tirándonos la bandera a la cabeza en cuanto podemos, tal vez, porque España nunca ha sido una manta que nos tapa a todos por igual. Cuando alguno agarra bien la punta y tira, a los demás se nos quedan los pies al descubierto y nos entra frío. Y al contrario, cuando a otro le da demasiado calor, nos echa encima todo el peso y nos ahoga. Lo nuestro nunca ha sido una historia de amor, para qué vamos a engañarnos; más bien ha sido un matrimonio de conveniencia como lo fue el de los Reyes Católicos empeñados en apellidar España a todo lo que se moviese. Pero que no se nos olvide que somos España desde hace 500 años, no más, y desde entonces hemos sido una España a ratos, y un país de Caínes casi siempre.
Galdós, que fue el que mejor nos dijo a los españoles cómo somos los españoles, lo sabía y lo dejó escrito en sus maravillosos “Espisodios Nacionales”. Discutido por sus contemporáneos y denostado por la generación del 98, el elogio, el culto a Galdós siempre tuvo algo de vergonzante –no ha cambiado mucho la historia, y eso que ya hemos celebrado el centenario de su muerte-, incluso para Buñuel que solo a regañadientes consintió mencionar su nombre en los créditos de Tristana y Nazarín, basadas en las novelas homónimas de nuestro garbancero. “Bien está que fuera tu tierra” es el poema que Luis Cernuda le dedicó a quien había retratado esa “otra España”, la que escuece, la que sonroja, la que nos sigue recordando los versos de Machado “españolito que vienes al mundo, te guarde Dios”.
Y es que lo de hacer patria lo dejamos siempre para los demás. Nosotros, mejor, a lo nuestro, a tirarnos los trastos y echarnos cosas en cara, instalados siempre en el reproche, en la venganza y en el “y tú más” –que tiene su versión pandemial en el “y tú menos”. Ya lo sabe, cuando el gobierno central tenía todas las competencias en la gestión del Estado de Alarma, nos pasábamos el día protestando porque Pedro Sánchez nos ponía puertas en nuestro campo; cuando la gestión pasó a las autonomías, llorábamos porque Pedro Sánchez nos había dejado de la mano de Dios. Como la gata Flora, vamos, que es la metáfora perfecta de nuestro país y no solo en los tiempos del Covid.
Vuelvo a Galdós, porque el bueno de don Benito también sufrió en sus maltrechas carnes las consecuencias de la primera gripe española, la que se desató en 1889 y que fue “una verdadera calamidad”, en palabras del escritor canario. Su artículo “La gripe en Madrid” debería ser de lectura obligada antes de darle a nadie el título de tertuliano o cuñado. Pero nadie escarmienta en los datos ajenos y mucho menos si esos datos amenazan con dejarnos huérfanos de Navidad. Ya pasó hace más de un siglo “ha coincidido su mayor fuerza con las fiestas de Navidad, y el comercio menudo, que en estos días de expansión y de gula hace comúnmente buen negocio, ha sufrido rudísimo golpe. La mitad de la población enferma y la otra mitad cuidándola, tenía que dar por resultado el desastre económico”, decía Galdós, “el duelo o las tristezas de la mayor parte de las familias, han reducido a proporciones mínimas la fastuosa costumbre de los regalos”. Ya ve, nada nuevo bajo el sol, todo está en los libros.
Todos preocupados por si vamos a ser seis, diez o dieciséis a la mesa, por si podremos o no correr la San Silvestre, por si la cabalgata estática resultará igual de mamarracha que la bicicleta estática de Carbonell –hay cosas que procuro olvidar pero no puedo-, por si se instalará la pista de patinaje, por si la venta online se comerá al pequeño comercio local… y resulta que no es la primera vez que pasamos por este valle de lágrimas, aunque se nos haya olvidado.
Esta España nuestra es así, incapaz de reconocerse en la historia, incapaz de escuchar y mucho menos de reflexionar y de llegar a acuerdos comunes. Madrid, la misma Madrid que retrataba Galdós, sigue pidiendo medidas especiales de ampliación de horarios y de aforos, y el resto de comunidades se suben al carro, lanzando jeremiadas “¿qué será de nosotros si ni siquiera vuelve el turrón?”, “¿por qué nos quieren quitar la Navidad?”, “¿qué hemos hecho para merecer esto?” como si todo lo que ha pasado hasta ahora hubiese sido un mal sueño. Esta España nuestra tiene mala memoria, mala memoria histórica y mala memoria reciente, y nunca ha estado tan desunida como en estos momentos.
“Los nacidos –decía Galdós en su artículo- no recuerdan una Navidad tan desanimada y triste”. Nuestros hijos tampoco recordarán la Navidad de este 2020, el año que los españoles fingimos ser españoles, pero nos arrepentimos enseguida.