En España se entierra muy bien
«Este país de plañideras y de gente que se mesa los cabellos, ante un féretro, es de hacer mucho aspaviento»
Mi abuela admiraba a Josefín Báquer –así lo pronunciaba y así lo recuerdo hasta hoy- y siempre hablaba de ella como si se hubiesen criado juntas y la conociera de toda la vida. Dudo mucho que fuera así -es obvio-, porque siempre hablaba ... de los doce niños del mundo a los que la Baker adoptó y exhibió convenientemente, pero nunca me contó sus andanzas como espía, ni me habló de su activismo, ni de su intervención en el mítico «yo tuve un sueño» de Martin Luther King, y ni siquiera creo que conociera sus números sicalípticos ataviada únicamente con una falda de plátanos con los que la «Venus negra» enloqueció a los mismos parisinos que esta semana le han rendido homenaje. El pasado martes, Josephine Baker se convirtió en la primera mujer negra con plaza en el Panteón de los héroes franceses , donde compartirá simbólico descanso eterno junto a Víctor Hugo, Emile Zola, Voltaire, Rouseeau, Marie Curie –andan cortos de mujeres, todavía- o Alexandre Dumas, todos considerados héroes en la vecina Francia; un país del que todavía tenemos mucho que aprender, sobre todo en la gestión de la memoria colectiva. Porque la 'diosa de Ébano' representa para los franceses un símbolo de la libertad y de la justicia, mucho más allá de su nacionalidad y de sus logros. No en vano es la primera artista del mundo del artisteo que reposa en el templo de los héroes franceses.
Y es que Francia trata bien a los suyos, que ya lo decía Macron en la ceremonia del otro día «Joséphine Baker entra aquí con todos aquellos que eligieron Francia» y ese planteamiento no solo es indiscutible sino que se ha convertido en un asunto de Estado consensuado y que no ha levantado la más mínima sospecha por parte de nadie. Habrá sus detractores –no digo que no-, pero nadie ha cuestionado el homenaje a una mujer que luchó en la Resistencia , que trabajó por los derechos de los negros, y que fue, en el mejor sentido de la palabra, libre. «Seguramente llegará el día –había dicho antes de morir- en que el color no signifique más que el tono de la piel, cuando la religión solo se vea como una forma de habla del alma, cuando los lugares de nacimiento tengan el peso de tirar los dados y todos los hombres nazcan libres». Mi abuela, creo, no sabía nada de esto –o tal vez sí, y no lo contaba- pero admiraba profundamente a Josefín Báquer , igual que la abuela de Almudena Grandes , aunque ella sí le reconoció a su nieta que la había visto bailar desnuda.
Pensaba todo esto, viendo las imágenes del entierro de la escritora madrileña , mientras recordaba una de las frases míticas de Alfredo Pérez Rubalcaba, ya sabe, «En España se entierra muy bien», y tentada he estado de darle la razón al que fuera vicepresidente del Gobierno. Porque este país de plañideras y de gente que se mesa los cabellos –esta es una de mis expresiones favoritas, aprendida seguramente en libros viejos- ante un féretro, es de hacer mucho aspaviento . Siempre lo fue. Morboso y chismoso hasta la extenuación, nos gusta mucho más un entierro que una boda, para qué vamos a decir otra cosa. O lo que es lo mismo, nos encantan las malas noticias . Y, por encima de todo, nos encanta ser los protagonistas de lo que sea. Fíjese, en Cádiz tenemos ya una calle dedicada a los 'Proletarios del metal', fruto del calentón de las movilizaciones de las pasadas semanas, y no tenemos ninguna que recuerde a los trabajadores de Astilleros que, durante años –y de verdad- reivindicaron trabajo –y no subidas salariales- para la bahía. En fin.
En estos días nos hemos enterado de que todos conocían a Almudena Grandes, todos habían estado en su casa, todos habían probado su comida, habían compartido aficiones futboleras, se intercambiaban whatsapp con ella y, por supuesto, todos han llorado su muerte como si de si la de un familiar cercano se tratara . Que no digo yo que no sea cierto, -y merecida la tristeza- pero también le digo que en un par de meses, y más pronto que tarde, los mismos que hoy la añoran y seguramente no habían leído ninguno de sus magníficos libros, encontrarán otro cadáver junto al que hacerse fotos y al que sacarle rédito .
Apenas un par de días después de la muerte –injusta y cruel- de Almudena Grandes, ya se le había concedido la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes , se había rotulado una calle con su nombre, y hasta la biblioteca de La Rioja –sí, de La Rioja- ha pasado a llamarse Biblioteca Almudena Grandes. Todo merecido, por supuesto, y si me apuran, hasta un tanto rácano por parte de las instituciones que, lamentablemente, no se han puesto de acuerdo en nombrarla 'hija predilecta' de la ciudad que la vio nacer y escribir. Porque somos así de perversos, seguimos siendo así de cerriles, «tus muertos» y «los míos» nunca llegarán a encontrarse, a pesar de todo .
Y mientras, me acuerdo de mi abuela, y de Josephine Baker a la que el estado francés ha enterrado con honores en un panteón dedicado a la memoria del país, sin complejos. Y discrepo de Rubalcaba, y me acuerdo de cuantos escritores, artistas, intelectuales, filósofos han muerto en nuestro país para siempre, sin que nadie los llore, ni siquiera un poquito .
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