Los esenciales
Sin haber nadie imprescindible cada uno es esencial a su manera, cada uno establece lo esencial según sus prioridades
![Yolanda Vallejo: Los esenciales](https://s3.abcstatics.com/media/opinion/2020/11/15/v/manifestacion-bar-kQxE--1248x698@abc.jpg)
Sabíamos que nadie es imprescindible, pero lo que no sabíamos, y lo hemos aprendido esta semana, es que muy pocos son esenciales. También hemos aprendido que lo esencial es un concepto tan relativo –tan líquido, dirían los modernos cazapalabras– que usted, incluso sin saberlo, puede ... ser esencial ahora mismo, y no serlo en media hora, o en lo que tarde el BOJA en publicarlo. Parece que, como decía el Principito «lo esencial es invisible a los ojos», al menos, invisible a nuestros ojos miopes y un poco astigmáticos que no terminan de ver claro los límites de la nueva realidad y miran, achinados, sin creer lo que ven.
Desde el martes en nuestra comunidad autónoma está tan limitada la movilidad, que es casi imposible salir y entrar de los municipios sin una causa lo suficientemente justificada; y digo casi porque ya sabe lo de la ley y la trampa, sobre todo cuando la ley es tan confusa que necesita continuas modificaciones y rectificaciones. Durante toda la tarde del domingo había gente haciéndose la misma pregunta «¿Seré yo esencial?» porque, a tenor de lo dicho por el presidente Juanma Bonilla la respuesta estaba en aquello que cantaba la chirigota del Selu ‘Los que no se enteran’, «puede que sí, puede que no…»
Y es que, sin haber nadie imprescindible, cada uno es esencial a su manera. ¿Por qué, si hablamos de culto, es más esencial ir a un oficio religioso que a un gimnasio? ¿a partir de las seis de la tarde es esencial una tienda de productos de limpieza pero no una de electrodomésticos? ¿Son esenciales las librerías pero no lo son las bibliotecas, cuando estas últimas prestan un servicio público y gratuito a personas que, tal vez, no tienen medios para comprar libros? ¿Y por qué los estancos sí y las floristerías no? Claro, cada uno establece lo esencial según sus prioridades; a mí, lo de la ITV me parece algo frívolo, pero llego a entender que haya quien considere vital poder pasar la inspección de su vehículo después de las seis. Igual que a usted le parecerá una tontería pero yo entiendo que las peluquerías siempre fueron de primera necesidad –incluso en lo más duro del confinamiento–y aplaudo su esencial consideración en esta segunda ola. Es lo del cristal con que se mira, evidentemente.
Aunque lo que sí vemos todos con el mismo cristal, y sin necesidad de aumento, es la ruina económica que se nos viene encima. Si después de la tempestad de marzo vino la calma del verano, las borrascas otoñales han terminado por destrozar un tejido industrial que ya estaba lleno de remiendos y de zurcidos. El cierre de la hostelería a las seis de la tarde ha sido la puntilla que ha terminado de rematar una faena de aliño; venían sonando los clarines, sí, pero una cosa es el pasodoble y otra muy distinta es la suerte suprema. Es muy complicado reinventarse cuando biológicamente dependemos de unas costumbres muy arraigadas en la sociedad. Con las limitaciones impuestas por la Junta de Andalucía, los bares tienen el margen solo de los desayunos y los almuerzos, y ni siquiera cuentan con el alivio de la sobremesa, porque la hora del cierre se les echa encima. Pasa igual con otros comercios, dirá usted, y dirá bien, porque los comercios textiles, las tiendas de muebles o de decoración están en las mismas circunstancias que la hostelería, pero como le dije hace una par de semanas, somos un país de bares y eso, no lo podemos remediar.
El pasado jueves la hostelería gaditana se echó a la calle para solicitar ayuda a las administraciones. Fueron casi mil quinientos empresarios y trabajadores, en representación de los más de cincuenta y siete mil empleos que genera el sector en nuestra provincia, que de forma silenciosa, cumpliendo todas las medidas de prevención, cruzaron la avenida entre aplausos –qué bien se nos da lo de aplaudir- y mensajes de ánimo, porque ellos, los hosteleros, lo que quieren es trabajar, seguir siendo esenciales para la economía de una zona bastante deprimida.
En esta pandemia no son los únicos estigmatizados. Primero, acuérdese, señalaron a los abuelos, luego a los jóvenes, y ahora a los bares. Y si es verdad que el ocio hace mal negocio con el virus –se relajan las distancias, se quitan las mascarillas, se exaltan los sentimientos–, también es cierto que el número de contagios en bares y restaurantes no ha representado, hasta ahora, una amenaza significativa.
Pero no son esenciales, como tampoco lo es la cultura que es la gran damnificada de esta segunda ola. Con horarios imposibles y aforos impensables, estamos desgarrando aún más el tejido cultural de nuestra provincia. Y ya sé que todos tenemos que hacer el esfuerzo y arrimar el hombro, pero también sé que no solo de pan vive el hombre y que, como decía Miguel Delibes, «un pueblo sin cultura es un pueblo sin alma», un pueblo mudo.
Los esenciales, en mi barrio, me ponen el desayuno cada día, me peinan y me visten, me ayudan a escoger la decoración de Navidad y me aconsejan qué libro leer. Me saludan cuando paso y me enseñan que el Principito no tenía razón, que no son invisibles, que basta con abrir los ojos para verlos.