Emosido engañado
Nada pasa por casualidad y es mucho más rentable, desde el punto de vista mediático, un escándalo que un encuentro endogámico de escritores pagados de sí mismo mirándose en los espejos
Lo mismo usted no se acuerda del escándalo que supuso aquel 12 de noviembre de 1990 que Frank Farian confesara que Fab Morvan y Rob Pilatus no eran los auténticos cantantes de Milli Vanilli; si me apura, lo mismo usted ni se acuerda de quienes ... eran Milli Vanilli, pero para eso estoy yo. Para eso, y para recordarle que el fraude forma parte de la naturaleza humana desde que a Adán le dio por comerse un pero en el paraíso , y a su hijo le pareció lo más normal del mundo decir que no había sido él el guardián de su hermano –en aquel momento, con solo cuatro personas en el mundo, no era muy difícil de resolver el crimen-, ni el que se lo había cargado por hacerle la pelota al creador. Ya ve, lo de intentar engañar al vecino viene de antiguo pero se ha mantenido en el tiempo con una vitalidad tremenda. En 2008, la pequeña Lin Miaoke enternecía al mundo desde la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín con la voz melodiosa de la poco agraciada Yang Peivi, que cantaba detrás de las cámaras, «pensando que era lo mejor para la nación», como llegó a afirmar el director musical de la ceremonia, Cheng Oigang.
Y es que, a veces, lo mejor no es lo correcto, y la primera impresión es la única que vale. Le cuento esto por el revuelo que se ha montado con la verdadera identidad de Carmen Mola y su premio Planeta , y por el asombro del personal como si el uso de un pseudónimo no fuese una práctica habitual en el mundo de las letras –de las letras, de la música o del arte en general-, y como si Antonio Mercero, Agustín Martínez y Jorge Díaz hubiesen desafiado a los dioses o hubiesen matado a Kennedy. Desde los papanatas que, a toro pasado, van por ahí diciendo «yo lo sabía», «siempre supe que era un hombre» o «me lo habían dicho pero guardé el secreto», hasta los aún más papanatas que con la biblia del feminismo mal interpretado en la mano, rezaban la salmodia de «señoros», «desfachatez», «trampa» , pasando por las declaraciones de Héctor Escobar, presidente del Gremio de Editores de España que ha calificado de «juego de mal gusto» el que han estado jugando los tres guionistas «porque lleva a la confusión a muchos lectores y lectoras que piensan que tienen entre manos un producto editorial que entra en el ámbito de lo femenino, cuando no lo es». Otro papanata más.
La Alianza contra el Borrado de las Mujeres –ya lo sé, suena a «Un mundo feliz» de Aldous Huxley, o a algo peor-, ponía el grito en el cielo porque esto «va más allá de la escritura bajo un pseudónimo», cosa que no deja de ser otro acto de fe en el papanatismo, qué quiere que le diga. Porque el uso del pseudónimo es una de las prácticas más extendidas y no solo en el mundo de la literatura , basta darse una vuelta por los perfiles de la gente en redes sociales para comprobar que nadie es quien parece, o que nadie quiere ser quien parece . No obstante, las voces más críticas contra el flamante premio Planeta no iban solo por la osadía de la banda criminal de Carmen Mola , sino porque las seis manos de la escritora de novela negra habían tenido el «mal gusto» de confesar que lo habían hecho por dinero en una operación comercial que les ha salido redonda . No veo por qué tiene que ser malo eso de trabajar por dinero, ni tampoco entiendo qué de malo hay en que tres hombres utilicen el nombre de una mujer para firmar sus novelas –bastante flojitas, por cierto, que yo me las he leído todas-, después de que tantas mujeres tuvieran que ocultar su verdadero nombre a lo largo de la historia de la literatura, o incluso después de que optaran por una firma masculina para obtener éxito y –también- dinero. ¿O es que J.K. Rowling firmaba con sus iniciales por timidez? Ni Mark Twain, ni Lewis Carroll, ni Pablo Neruda, ni Rubén Darío se llamaban así, y la máscara del pseudónimo no ensombrece su obra . Pero, como dice el refrán, cuando el demonio no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas.
Y con el rabo han removido las entrañas de la organización del Planeta, poniendo en evidencia algo que nadie se atreve a decir y que a mí me parece lo más suculento del asunto, nada pasa por casualidad y es mucho más rentable, desde el punto de vista mediático, un escándalo que un encuentro endogámico de escritores pagados de sí mismo mirándose en los espejos .
En el colmo de la ridiculez , la librería 'Mujeres & Compañía' especializada en feminismos y en obras escritas por mujeres, retiró en un acto público–que tiene su punto de ingenua poesía- los libros de Carmen Mola de sus estanterías, tal vez por la vergüenza de reconocer que la sinécdoque –lo del todo por una de sus partes- las había vuelto muy locas. Si Carmen Mola no es una mujer, no puede estar en una librería de mujeres. En fin .
A mí, como usted comprenderá, me da igual quien está detrás de la autora del flamante Planeta. Soy más de Vázquez Montalbán que decía que «un escritor es siempre un personaje» , y soy más de las bibliotecas –donde no hay lugar para la censura- que no caen en la tentación de retirar los libros de sus estantes, y que hoy, por cierto, celebran su día .
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