HOJA ROJA
Dejarse de pamplinas
Recibí, como usted, el mensaje de whatsapp en el que desde «fuentes sanitarias» se reseñaba de manera cronológica, y muy detallada, la crónica del confinamiento anunciado
Recibí, como usted, el mensaje de whatsapp en el que desde «fuentes sanitarias» se reseñaba de manera cronológica, y muy detallada, la crónica del confinamiento anunciado, «nos encierran la semana que viene. El 7 confinados hasta el 30 de noviembre. Nos lo dirán el 5, ... saldrá en el BOE el 6». Me llegó, una y otra vez; desde fuentes más o menos sanitarias y desde fuentes con más o menos ganas de echar unas risas, porque el tenor del mensaje parecía redactado por Carlos Jesús - Cristofer o Micael para los creídos- en uno de sus delirios divinos «al mundo vendrán 13 millones de naves, de Ganímedes, de Constelación Orión, de Raticulín, de Alfa, de Beta»… conservo el mensaje del encierro, porque alguien tendrá, alguna vez, que contar todo esto y porque mis hijos se me hicieron mayores y ya no tengo grupos de whatsapp de los papis y mamis del colegio, donde a buen seguro, el cronoconfinamiento estará en el top ten de los reenviados, como en su día lo estuvo el mensaje que alertaba de que habían localizado «a la gallina» que puso los huevos contaminados con los que un conocido bar hizo unas tortillas que mejor no recordar: «Pasadlo a todos vuestros contactos, han localizado a la gallina que pone los huevos contaminados. Han vendido huevos en toda la provincia, me lo ha dicho una muchacha que trabaja en residencia, no fiarse de los periódicos, porque no nos están diciendo toda la verdad».
Ahí lo tiene. Siempre hay un cuñado, o un primo, o un vecino que conoce a una muchacha que trabaja en residencia, dispuesta a contarle con pelos y señales lo que pasa dentro del hospital. Siempre hay una viróloga escondida en alguna parte del planeta -siempre temiendo por su vida, claro está- que nos alerta de la «verdad verdadera» que nadie más nos va a contar. Cómo crearon el virus, como se les escapó del laboratorio, como nos meten en casa por las noches para que no veamos lo que hacen con nosotros, cómo quieren -ahora- cambiar nuestros hábitos y costumbres por hábitos y costumbres uniformados y controlados…Y es que, en tiempos de posverdad, cualquier escalón se convierte en un estrado para difundir bulos y para poner en práctica aquella lección de Goebbels -me da mucho asco citarlo, pero siempre lo hago- sobre la mentira repetida mil veces que acaba convertida en la verdad más absoluta.
A Donald Trump lo llamaban el presidente de las cinco mentiras diarias. Su fe en la posverdad lo llevó en muchas ocasiones a rozar las lindes del ridículo internacional -en muchas no, en todas- y a caer en el mayor número posible de tentaciones: acusaciones falsas, ocultación de información, ataques feroces a sus rivales, exageraciones, muecas, negación absoluta de la realidad… Y sin embargo, casi 70 millones de norteamericanos le rindieron tributo en las urnas y en las calles -hay gente pa tó, que decía El Gallo- y hasta llegaron a creer que la maquinaria electoral se pararía con que solo lo ordenara su líder «dejad de contar los votos», pedía como el niño al que no le gustan las cartas que le han tocado en la partida y decide acabar la partida como sea, incluso proclamándose ganador frente a Biden.
«El recuento es un fraude» decía, y se lo creía; aunque el recuento ponía en evidencia que el demócrata iba en camino de convertirse el presidente más votado de la historia de los Estados Unidos -también en el más mayor, con casi 80 años-; un recuento sobre el que pesará para siempre la sombra del fraude, que los republicanos se han encargado de propagar como un virus, «un trabajador admite haber tirado más de 100 papeletas pro-Trump» «han cerrado tiendas y comercios en la zona demócrata», corrían como la pólvora los mensajes; ya sabe, como la muchacha de residencia, pero en Pensilvania o en Arizona o en Nevada o vaya usted a saber dónde…
Lo preocupante de lo que ha pasado en Estados Unidos no es lo que ha pasado, a ver si soy capaz de explicarme, ni lo son los disturbios callejeros, ni lo van a ser los continuos ataques de populismo de lo más profundo de la Norteamérica republicana. Lo verdaderamente preocupante es que eso, que nos parece tan lejano, está pasando ya más cerca, y con más frecuencia, de lo que pensamos.
Así que mientras espero las nuevas medidas que llegarán mañana, y mientras hojeo catálogos de ropa de estar por casa -homewear le dicen ahora- que será el regalo estrella las próximas Navidades, he decidido que ya está bien de decirle al Emperador lo bien vestido que va y lo maravilloso que resulta el tejido invisible a los ojos de los necios. Que están todos en pelotas, y que hay que decirlo.
Ahora resulta que el equipo de gobierno ve un ataque de la extrema derecha en el proceso de votación para el cambio de nombre del estadio, un sabotaje «con votaciones automatizadas por máquinas dedicadas a proporcionar votos uno detrás de otro» y por eso es una «ardua tarea» dar a conocer el resultado del escrutinio.
Dejen de contar votos, que diría Donald Trump, y déjense de pamplinas que no está el horno para bollos… de momento.