OPINIÓN

Dama, dama

Un viernes a primera hora de la tarde –todo tan litúrgico, ya ve- subió a los suelos de nuestra ciudad el sarcófago antropoide femenino del que todos hablaban pero al que nadie había visto nunca

La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados por mucho que caigamos en la tentación y nos de por comer del fruto prohibido del conocimiento. Uno solo es lo que recuerda, aunque las hemerotecas se empeñen en sacarnos los colores desde ... el espejo en blanco y negro que nos muestra lo que sucedió, sin apasionamientos, sin envoltorios, sin esa melaza pegajosa que dulcifica el pasado y transforma los límites de la realidad en un páramo desdibujado. Me gusta perderme entre las páginas de los periódicos antiguos porque nunca he pensado que la prensa de hoy sea la que envuelve el pescado de mañana ; todo lo contrario, con la prensa de hoy se escribirá la historia de mañana y eso no debemos perderlo de vista. Y mucho menos en estos tiempos extraños en los que habrá que invocar a la luz y a los taquígrafos para entender, si es que fuese posible, qué nos está pasando. Pero a pesar de las hemerotecas, soy de las que confío a la memoria el recuerdo de lo que fuimos, no hace todavía demasiado tiempo.

Hace exactamente cuarenta años , el periódico del día abría alertando a los ciudadanos de la «invasión» de coches en las calles de Cádiz –ya ve, ni en eso hemos cambiado- «Si hay alguien permanentemente agredido en nuestra ciudad ese es el peatón, pariente pobre de esta familia que llamamos población»; una marea de dimensiones considerables había anegado la zona de casetas de mampostería en la playa Victoria y aunque no había causado daños, merecía un titular en primera página. Era el 26 de septiembre de 1980, y en el Casino Bahía de Cádiz actuaba Paco de Lucía –y los ilusionistas Rovit y May, también- y los cines gaditanos competían por los títulos más sugerentes de la época, desde «Libertad sexual en Dinamarca», clasificada «S» y anunciada como «un paso gigantesco en la manera de tratar el sexo en el cine», a «Yo hice a Roque III» con Pajares y Esteso, pasando por la reposición de «El graduado» –cada vez me gusta más esa película. En esos días, Cádiz ya era un plató de cine y justo se andaba rodando por aquel entonces «Días calientes», que pasaría a las filmotecas sin pena ni gloria. En fin. A finales de aquel septiembre de 1980 aún sonaba en las emisoras de radio «Aire» de un Pedro Marín –inclasificable entonces igual que ahora- mientras Julio Iglesias, despechado, cantaba aquello de «no vayas presumiendo por ahí», y nuestra ciudad se resistía a que llegara el final del verano, disimulando sus desconchones y sus grietas entre fiestas vecinales, movimientos asociativos y vientos de libertad. Todo era tan nuevo en aquellos primeros años del primer Ayuntamiento democrático y, a la vez, todo era tan viejo.

Entonces ocurrió. Un viernes a primera hora de la tarde –todo tan litúrgico, ya ve- subió a los suelos de nuestra ciudad el sarcófago antropoide femenino del que todos hablaban pero al que nadie había visto nunca, tantos años esperando su venida, hasta que emergió de las entrañas del chalet donde había vivido Pelayo Quintero, su profeta. Sin embargo, fue al tercer día cuando Cádiz se despertaba en una epifanía que se celebró desde una punta a otra de la ciudad. La «Dama de Cádiz», como la bautizó Agustín Merello, despertaba majestuosa, de un letargo de casi dos mil quinientos años para poner el nombre de la ciudad en el mapa de los hallazgos arqueológicos más importantes de todos los tiempos. El periódico del 30 de octubre recogía las palabras del entonces director del Museo Provincial, Ramón Corzo «Es el máximo hallazgo a que se puede aspirar en Cádiz», y se aventuraba entonces a decir que la dama «puede ser una sacerdotisa de Astaré o Istar».

Hace cuarenta años. Dan ganas de preguntar dónde estaba usted entonces, porque los grandes acontecimientos no lo son tanto si no se adornan con la propia experiencia, si no se integran en la vida cotidiana del lugar donde suceden. El sarcófago antropoide femenino pudo ser el símbolo de Cádiz -es más de Cádiz que Gades- y pudo ser la imagen de la ciudad, aunque se conformó con ser la compañera perfecta de un señor con barbas que se le adelantó cien años en su llegada, convirtiendo su historia en la narración más grande que ha dado esta ciudad. Porque toda gesta necesita su canto, y su cantor; Las bélicas, como el «Cantar de Mio Cid» o «La Araucana» y las épicas, como «La Ilíada», «La Odisea» o «La Envida», por poner solo algunos ejemplos.

También nuestra dama tiene sus cantores, y no solo uno, sino dos. Dos de los mejores escritores que ha dado nuestra tierra y que nunca fueron del todo profetas en ella. Fernando Quiñones y Pilar Paz Pasamar, chiclanero y jerezana , gaditanos al fin y al cabo, contaron y cantaron la historia de la aparición del sarcófago femenino, la «tía guapa» que se apareció entre los escombros a los trabajadores de la obra de la calle Ruiz de Alda –hoy Parlamento- para dar brillo a nuestro pasado.

«La Dama de Cádiz» de Pilar Paz Pasamar y «Los perdedores» de Fernando Quiñones son el evangelio revelado de aquel 26 de septiembre de 1980, del que ayer se cumplieron 40 años, que son un poco más que veinte, que no son nada.

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