Cuestión de educación
La realidad, sin embargo, ha abierto una grieta moral en el sistema educativo andaluz que tardaremos años en cerrar
Con tantos cambios en las costumbres y en los horarios –antes, para salir a caminar miraba el tiempo y ahora miro el BOE- he de confesar que yo también he cambiado . Si la semana pasada le decía que no me gustaba ir sola ... a una terraza, hoy me encuentro preparada para gritar a los cuatro vientos que estoy deseando que llegue mañana para irme a un bar , a pedir las dos botellas de similar que tengo pendiente desde hace un par de semanas, mientras veo, tranquilamente, las fases pasar.
Y es que creo que ya hemos tocado fondo . Fondo y forma, claro está. Porque los niveles de los mensajes son para analizarlos. Fernando Simón, que ha pasado de héroe a villano, y de ahí a misionero , en menos de tres semanas, lo tiene claro «entiendo que cuando dicen que con viento hay más riesgo es por la posibilidad de que si alguien tose se pueda diseminar el virus, pero lo cierto es que si se disemina el virus también hay menos riesgo de que otras personas puedan inhalar la cantidad suficiente»; entiendo, dice. ¿Usted lo entiende? Yo no. Debe ser lo del diccionario de la Nueva Normalidad, donde se incluye la gran pregunta ¿es mejor referirse a esta situación como «burbuja» reforzando su sentido de protección, de «cuidados»; o decir «confinamiento» que tiene connotaciones penitenciarias? Ahí lo tiene. ¿Usted lo entiende? Yo tampoco. Pero me da igual, porque esta semana hay muchas cosas que no se entienden . Mucho hablar de crisis sanitaria –que es normal- de crisis económica –que es normal- y de menús poco saludables; y nada se habla de uno de los sectores más vulnerables y perjudicados por esta pandemia. Es cuestión de educación .
Cuando el 12 de marzo , el presidente de la Junta de Andalucía anunciaba, ya llegando la noche –para regocijo de adolescentes y universitarios- que se suspenderían las clases presenciales en toda la comunidad por un periodo de quince días , nadie sospechaba –ni en sus peores pesadillas- que el curso escolar no volvería hasta septiembre . Nadie, y cuando digo nadie hablo de alumnado, profesorado, personal administrativo y familias. Tampoco creo que lo imaginaran los responsables de educación, en aquel momento en el que los focos estaban en otras partes. Se habló luego –sí, un poco- de la brecha digital que se estaba abriendo, cuando la teledocencia empezó a hacer aguas por la parte más débil, los niños y niñas de entornos más desfavorecidos –o más despreocupados- esos de los que los políticos solo se acuerdan a la hora de comer. Y un poco más tarde se habló de la PEvAU, y de la excepcionalidad, y de la conveniencia del repaso y de muchas milongas. Fue ahí cuando empezaron las milongas y cuando se descubrió el pastel. Esta Andalucía imparable , que tanto había invertido en alfabetización digital, la que tan preparada estaba sobre el papel, la que lideraba la enseñanza en TICs con miles de plataformas, pizarras, classroom y eso, sigue sentada a la puerta de su casa viendo como el futuro pasa por delante y ni se para .
La realidad y el deseo, frente a frente. Porque el deseo ha estado alimentado por el profesorado, luchando contra los elementos, contra los recursos, contra los recortes ; ha estado alimentado por los padres y madres, luchando contra los horarios –el teletrabajo es un horror-, contra los contenidos, contra sus propias limitaciones. Y ha estado alimentado por un alumnado que, en su mayoría, ha querido dar curso de normalidad a un curso bastante anormal. La realidad, sin embargo, ha abierto una grieta moral en el sistema educativo andaluz que tardaremos años en cerrar .
Solo hay que escuchar a las familias, solo hay que escuchar a los maestros y maestras, solo hay que escuchar al alumnado. Cada uno hace lo que puede, pero apenas pueden hacer nada . Los más pequeños quizá salvarán el bache con el tiempo, pero los más mayores arrastrarán durante mucho tiempo las carencias de un sistema educativo que no ha estado a la altura de estas extrañas circunstancias.
Con el proceso de escolarización parado, con una Selectividad a medias –a ver dónde y cómo se pueden celebrar los exámenes- y con sistemas de evaluación que premian la velocidad por encima del conocimiento –a quién se le habrá ocurrido hacer exámenes online como en la T.IA. con autodestrucción a los treinta minutos- lo único que faltaba es que una mente privilegiada sembrara el pánico en esta tierra quemada. Y como no hay situación que no pueda empeorar, la ministra de Educación ha dado un paso al frente .
En la próxima fase abrirán los colegios para guardar a los niños de 3 a 6 años y para refuerzo voluntario –voluntario, dice- de los alumnos que titulan este año. Es el colegio pero no es colegio, porque el colegio no vuelve hasta septiembre. O sea que es un mamarracho. Tan mamarracho como la vuelta a las aulas el curso que viene : con la mitad de alumnos, unos en casa, otros en el colegio, otros en virtual y otros en analógico. Con separación de dos metros – la ministra hace siglos no va a un colegio, y se le nota -, con continuos lavados de manos –tampoco ha visto los baños de los colegios- y con recreos que no van a ser tanto. Demasiado poco se habla de esto, quizá por educación.
Se me está acabando la segunda botella de similar. También la educación, y lo que es peor, la paciencia.