Cuento de Navidad
...que no le ahogue la pena, mal disimulada, ante una mesa demasiado grande y demasiado vacía. Mientras usted lo recuerde, ocurrirá, aunque no esté pasando
La última noche, cuando Ebenezer Scrooge ya pensaba que lo había visto todo, vinieron a visitarlo sus peores pesadillas. Su corazón duro y sus heladas intenciones no se habían conmovido con el calor de las Navidades pasadas; es más, la visión del pasado solo ... había servido para reafirmar su condición de sieso y de malaje . Uff -debió pensar- otra vez la comida de empresa, otra vez la cena con mi cuñado, otra vez los niños con los villancicos, y otra vez el rollazo de descambiar los regalos. Tampoco las navidades presentes, y todo eso de que “volveremos”, y “saldremos de esta” y de “que le den al 2020”, le había ablandado un poquito la coraza; al fin y al cabo, se había ganado por méritos propios, y durante años, el título de “aguafiestas” del año. Ya lo sabe, el señor Scrooge odiaba la Navidad, su almíbar y su exceso, su brillo y su calor. Pero la última noche, cuando Ebenezer Scrooge ya pensaba que lo había visto todo, un monstruo distinto a todos vino a visitarlo. Lo reconoció inmediatamente, “Fantasma del futuro –le gritó- te tengo más miedo a ti que a cualquiera de los espectros que he visto”.
No era para menos. La sombra del fantasma era su propia sombra, “envuelto en un ropaje de profunda negrura”, un espíritu frío y silencioso, que lo habría de conducir por alcantarillas, entre ratas y cucarachas, hasta el cementerio, donde una tumba abierta que llevaba su nombre, lo esperaba ansiosa.
Es terrible lo de Dickens, lo sé. Pero a la gente le gusta siempre leerlo por estas fechas como si de un libro de conjuros se tratase ; tragamos con todos los fantasmas, porque todos sabemos que la mañana de Navidad, el viejo avaro se levantará como nuevo, que irá a casa del paciente Cratchit, que le pagará el tratamiento al pequeño Tim, que se reconciliará con su sobrino, y que serán felices y comerán perdices, porque para eso es un cuento, y los cuentos casi nunca son verdad .
Lo que sí es de verdad, y hace llagas, es el panorama incierto que se divisa desde este lado del abismo, el lugar en el que naufragamos en marzo y del que aún no hemos sido capaces de escapar . Nadie ha venido a rescatarnos, y contamos los días que pasan haciendo muescas en nuestra propia memoria. A la deriva, los vientos nos trajeron hasta aquí y ninguno de los sacrificios, ninguna de las ofrendas que depositamos en los altares, ninguno de los oráculos han servido para librarnos de este mal. Y a la deriva seguimos, porque como Penélope, deshacemos cada noche el sudario para comenzar a tejerlo cada mañana, los datos suben, los datos bajan, ahora estamos bien, ahora estamos mejor, ahora ya no estamos.
Es una Navidad rara la que marca este calendario. Navidad sin besos, sin abrazos; Navidad sin mantra –a nadie se le ocurre ya decir aquello de “pero tenemos salud”-, sin planes, sin luces largas, sin noche, casi. Es lo que toca, decimos porque nos encantan las frases hechas, ya vendrán tiempos mejores, repetimos convencidos de que una mentira repetida mil veces termina por hacerse realidad . Porque a los tiempos mejores no se les espera de momento; engañaremos al virus, eso sí, y le haremos creer que todos hemos caído en su trampa –al fin y al cabo, eso es la vacuna, una piel de lobo que esconde a un cordero indefenso- y quizá recuperemos parte de las conversaciones que dejamos a media, y parte de los besos que no nos dio tiempo a darnos; y tal vez recuperemos la confianza, quién sabe.
Pero lo que nunca recuperaremos es la vida que teníamos hace un año. La vida que creíamos tener hace un año . Mire hacia atrás, y asúmalo, esas Navidades pasadas ya no volverán, ni aunque los bares abran de seis a ocho, ni aunque pudiera usted reunirse con su bloque de vecinos entero, ni aunque Pedro Sánchez y Pablo Iglesias vuelvan a fingir que se llevan bien. A este molino al que estamos amarrados no lo mueve el agua pasada .
Por eso, hágame caso, no dé esta batalla por perdida, vuelva a casa, como el turrón. No se preocupe porque el camino sea largo, evite los atajos y guíese solo por la brújula de sus recuerdos , el recuerdo del calor que dejaron los que se fueron dejando un hueco demasiado profundo, el recuerdo de las risas de los que aún creen en la eternidad y la retan descaradamente, el recuerdo de los abrazos de los amigos, de las miradas cómplices, de las sonrisas furtivas; que no le ahogue la pena, mal disimulada, ante una mesa demasiado grande y demasiado vacía. Mientras usted lo recuerde, ocurrirá, aunque no esté pasando .
No estamos solos, eso es precisamente la Navidad, aceptar que no estamos solos, a pesar de todo. Descuelgue el teléfono y haga esa llamada que debió hacer mucho tiempo, olvídese de lo que nos queda por vivir, olvide el eco que no deja oír las voces y déjese llevar. No permita que entren más fantasmas en su vida ; riegue las plantas, eche la llave y ordene los cojines del sofá. Cierre los ojos, ningún sentimiento es definitivo, ni siquiera la sensación de vacío.
¡Feliz Navidad!
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