Coronavirus: Encuentros en la tercera fase
«En apenas siete días hemos pasado de la certeza de que el virus apenas nos afectaría, a la seguridad de que nada volverá a ser igual que antes»
Según los expertos, la segunda semana es la peor. Yo me imagino que los expertos viven, como yo, con tres adolescentes de la generación Greta, y es por eso por lo que lo dicen. La segunda semana es la peor; mis adolescentes lo saben, y ... usted también. En veinticuatro horas pasan por todos los estados de ánimo posibles. Cada día es igual que el anterior, transitan de la risa al llanto, se desesperan y ven series de cuando eran muy pequeños -bendito Disney+, que ha venido para poner paz en los hogares. Discuten diciéndose auténticas barbaridades, sacan sus instintos cainitas, y a los cinco minutos se abrazan los tres en el sofá como si lo que está pasando fuera no fuera con ellos. Hablan –que ya es mucho-, hablan de cómo se estudiará esta cosa tan rara en el futuro «como la gripe de 1918», se vienen arriba, y toman conciencia de la trascendencia «como la peste del siglo XIV», y luego se vienen abajo, y se asoman al balcón, benditos balcones.
Según los expertos, el duelo tiene cinco fases. La primera, la de la negación, ya la hemos pasado. La pasamos, ya lo sabe, haciendo planes y viviendo como si viviésemos de verdad. Limpiando, ordenando armarios, aplaudiendo en los balcones, trabajando -o teletrabajando- como si no hubiese un mañana, haciendo rutinas deportivas, o simplemente celebrando la vida en casa. Pero dura bien poco la alegría en la casa del pobre, y al final, la realidad cae con todo su peso sobre nuestras cabezas. «Todas las familias felices –decía Tolstoi- se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera», y cada una hace lo que puede. Porque ahora todos somos infelices.
La segunda fase del duelo es la de la indignación. La ira explota ante la certeza de que no podemos controlar la situación, y aparece la frustración; todo se ve borroso. Dicen los expertos que en esta etapa afloran la rabia y el resentimiento, y sobre todo, la búsqueda de responsables o culpables. Los balcones ya no solo sirven para aplaudir, sino para insultar. Para increpar al que se salta el confinamiento, para mirar mal al que pasea al perrito más de la cuenta –yo no lo hago, por educación, pero no por falta de ganas-, para contar las veces que el vecino ha bajado al supermercado. Las redes ya no solo sirven para mostrar los cajones arreglados, sino para enseñar toda la basura que tenemos debajo de las alfombras. «Fuiste tú el culpable o lo fui yo» se convierte en el mantra de los políticos. Los recortes, la permisividad, el haber llegado tarde, el desabastecimiento, la falta de equipos EPI para nuestros sanitarios, la insolidaridad del que se lleva cuatro cajas de leche, la manifestación del 8M, el cómo nadie se dio cuenta, el ya ajustaremos cuentas.
La segunda semana es la peor. Hemos pasado en apenas siete días de 7.753 infectados –según datos del Gobierno de España– a más de 72.000 positivos en Covid–19; de 288 fallecidos a los casi 6.000 –según el dato de este sábado, que lo mismo ya son más. Hemos pasado de la certeza de que el virus apenas nos afectaría, a la seguridad de que nada volverá a ser igual que antes. Hemos pasado de hacer planes para dentro de quince días, a conocer que el estado de alarma se alarga otros quince, y que volveremos, si volvemos, después de la Semana Santa. En esta semana hemos sabido que ni los test rápidos comprados rápidamente a China, tienen fiabilidad, como si los hubiesen comprado en un chino. Hemos pasado de aplaudir a la primera paciente que logró salir de la UCI, a llorar su muerte en apenas veinticuatro horas. Y hemos visto la cara más desagradable de nuestra sociedad. Gente que se salta el confinamiento, gente que apedrea autobuses en los que viaja el virus disfrazado de abuelo, gente que insulta a quienes tienen salvoconducto para bajar a la calle, gente denunciando la falta de medios, la falta de camas, la falta de previsión, la falta…
Y es que ya no nos fiamos ni de nuestra propia sombra. Las sonrisas cómplices del todo va a salir bien, son ahora miradas furtivas, cabezas bajas, bocas tapadas, miedo, saludos entrecortados, indignación.
La segunda semana es la peor. Pero, alégrese porque ésta ya la hemos pasado. Según los expertos, para elaborar por completo este duelo, nos quedan aún tres fases. Así que ya sabe, entramos en la tercera fase, la de la negociación, esa etapa en la que tendremos que gestionar nuestro ánimo, que se mueve entre la realidad y el deseo, ¿qué habría pasado sí…? ¿Y si se hubiera hecho esto o lo otro?, el momento en el que hay que estar más fuerte de pensamiento, palabra, obra y omisión. No podemos cambiar la realidad, pero podemos imaginar qué realidad es la que queremos cuando salgamos de esto. No qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos, sino qué clase de mundo se nos va a quedar después de la pandemia
Mis niños, los de la generación Greta, están empezando a comprender que no todo es blanco o negro, y que esperar tiene sus pequeñas recompensas, y hasta su encanto. Ya va quedando menos; desde hoy, una hora menos.