Opinion
Las consecuencias
Lo que parecían solo grietas son, en realidad, profundas brechas en una sociedad cansada, que se siente estafada y que no ha salido reforzada de toda esta pesadilla, sino todo lo contrario
Casi siempre ocurre igual, después de la tormenta no solo viene la calma, sino que con la última ola comienzan a aparecer en las playas los restos que el mar vomita. Es, entonces, cuando empiezan a cuantificarse los daños, cuando nos damos cuenta realmente de ... que debajo de los adoquines siempre está la playa, debajo de las buenas intenciones, siempre está el infierno .
Así que después de la última –penúltima, diré mejor- ola de esta pandemia, se puede ver que lo que parecían solo grietas son, en realidad, profundas brechas en una sociedad cansada, que se siente estafada y que no ha salido reforzada de toda esta pesadilla, sino todo lo contrario. Exhausta por el esfuerzo de llegar hasta la orilla parece cada vez más decidida a morir en ella. Lo hemos visto, una vez más, esta semana. Las diferencias en el gobierno de coalición son evidentes, muy evidentes; PSOE y Unidas Podemos no son lo mismo y ya no solo se conforman con parecerlo, sino que se esfuerzan en serlo y en poner sobre la mesa todos los reproches que llevaban escondiendo debajo de las alfombras. Los desacuerdos por el texto de la Ley Trans ya no son un secreto a voces, sino la escenificación de que el matrimonio de conveniencia está atravesando una profunda crisis que no van a ser capaces de superar.
Cuando, por fin, las lágrimas nos dejan ver las estrellas –la cita de Tagore, o de quien sea, es de las más cursis que existen-, nos entran ganas de llorar otra vez. Lo que ha pasado esta semana en la frontera con Ceuta, lo que sigue pasando en la frontera con Melilla, es justamente una consecuencia de lo que somos . Y no, no me refiero a las mismas consecuencias a las que se refería la embajadora Marruecos, Karima Benyaich, en clarísima alusión a la estancia en nuestro país del líder del Frente Polisario Brahim Ghali –lo de la chapuza de meterlo en plan Mortadelo y Filemón con una identidad falsa y todo eso, lo dejaré para otro momento-, aunque no puedo dejar de reconocer que el reino alauita las gasta así, porque puede, y se le permite, entre otras cosas.
Y se le permite porque mientras entraban por Ceuta más de ocho mil personas, con toda la permisividad de la policía marroquí; mientras cientos de niños pequeños llegaban a nuestro país, engañados con un partido de fútbol en el que verían a Messi y a Cristiano Ronaldo –lo de Pinocho y la isla de los juegos sigue dando muy buenos resultados-, mientras familias enteras cruzaban esos cuatro minutos nadando por la playa –que deben ser como cuatro horas en pleno Océano para quien no sabe nadar- , mientras gente procedente, no de Marruecos, sino del África subsahariana, con meses de travesía incierta a sus espaldas, veía cumplido su sueño, aquí estábamos a otra cosa. Como siempre. A otra cosa.
La ‘invasión marroquí’ de la que hablaba Santiago Abascal era un ejército de hambre, miseria y sueños rotos. Eso lo sabe usted, y lo sé yo; y lo sabe Santiago Abascal, por supuesto, pero la tradición quijotesca nos enseñó que hasta los molinos de viento pueden parecer gigantes si se les mira con la perspectiva intencionada. Al partido de Abascal solo le hacía falta poner el foco donde más deslumbra, para que los miles de violadores, de ladrones, de «varones en edad militar», de gentes de malvivir que venían a atacarnos, a reventar los comercios, a llevarse a nuestras mujeres y a comerse a nuestros hijos aparecieran por todas las esquinas. Las palabras mágicas todo lo pueden, ya lo sabe usted, así que inseguridad, gobierno débil o muro eran suficientes para recoger la cosecha de odio que unos han sembrado y otros han ido regando casi sin darse cuenta. «Vallas altas hacen buenos vecinos», decía el líder de Vox, parafraseando a Robert Frost, aunque quizá no lo supiera.
Marruecos lo sabe. Quizá también sepa que a río revuelto, la ganancia es siempre para los pescadores y por eso, saben utilizar la carnada perfecta. La carnada humana.
Porque mientras se sucedía lo que Juan José Téllez llama ‘la Marcha Verde en bañador’, mientras el presidente del Gobierno sobrevolaba en helicóptero El Tarajal, mientras el sueño de un referéndum en el Sáhara se deshacía entre las olas, mientras España hacía públicos los treinta millones de euros destinados a frenar la inmigración ilegal en una de las fronteras de Europa, en la playa solo había personas .
Personas acogiendo a personas que llegaban cansadas, sedientas, hambrientas –que no venían del otro lado de la frontera-, que nada tenían que ver son la crisis diplomática entre España y Marruecos, para las que el Sáhara es solo una etapa más en el camino. Personas que se quedaban en el agua, sin atreverse a salir, personas sin más documentación que el color de su piel y su mirada perdida. Personas que, en esos momentos, necesitaban más un abrazo que un pasaporte. Un abrazo como el de Luna.
Todos los actos tienen consecuencias, no me cabe la menor duda. Incluso el acto de abrazar en estos tiempos de pandemia y de distancia, en los que estamos decididos a ser cada vez peores. Qué poco hemos aprendido, y qué poco hemos leído, que ya lo decía Blas de Otero «no sigáis siendo bestias disfrazadas de ansias de Dios. Con ser hombres os basta» .
No debería ser tan difícil.
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