El coloquio de los perros
«Tocamos a un cuarto de perro por persona en esta ciudad y todo indica que en muchos hogares gaditanos hay más de un perro conviviendo sin espacio»
No se asuste, a pesar del título, no voy a hablarle del Pleno Municipal –si no, no habría tenido empacho en titularlo «Diálogo de besugos»- sino de algo mucho más pedestre, si cabe la indexación –hay que aprovechar el tirón de las palabras de moda- ... en este contexto. Verá, el príncipe de los ingenios escribió en 1613 una extraña novela en la que dos perros, Cipión y Berganza, desarrollan la cualidad humana del habla y dialogan durante una noche sobre lo humano y lo divino de ser “mascotas” –bueno, Cervantes no tenía tanto tacto y no los llamaba así, entre otras cosas porque hasta el siglo XIX no se empezaría a llamar «mascottes», amuleto, a los animales de compañía-, y de tener la capacidad de «que no solamente hablamos, sino que hablamos con discursos, como si fuéramos capaces de razón». Poco imaginaba el autor del «Quijote» que, andando los años, a los perros de ahora no les hace falta ni siquiera hablar, porque tienen a la voz de su amo, para defender sus derechos y reclamar al Equipo de Gobierno el cumplimiento de su programa electoral en relación al mundo canino. Ya lo sabe, esta misma semana conocíamos que más de 4.000 personas habían firmado un escrito reclamando al Ayuntamiento de Cádiz que permita a sus mascotas disfrutar de la playa como cualquier otro hijo de vecino, tal y como habían prometido antes de las elecciones. Lo hacían en su nombre y en nombre de los más de veinticinco mil perros censados en nuestra ciudad, dato que a primera vista pudiera parecer una exageración, pero que se queda corto al comprobar que el censo perruno se eleva a 26.091, y subiendo.
Verá. A comienzos de siglo, en 2001, había censados 3.017 perros en una población de más de ciento cuarenta mil personas, lo que posiblemente sea un dato no demasiado fiable por aquello de que, hace veinte años –aunque veinte años no sean nada- no existía la conciencia animalista que tenemos ahora y, con toda probabilidad, la gente ni registraba a los perros, ni les lavaba los dientes, ni les suministraba ansiolíticos, ni les daba de comer productos gourmet. Los perros eran perros y, como decía el Selu en ‘Los lacios’, «los perros dicen guau» y poco más que añadir. La evolución, la revolución canina, se produciría años después, en 2016 –hace apenas seis años- el número de canes domésticos ascendía a 16.112 –diez mil más en quince años- mientras descendía, y de qué manera, la presencia humana en la ciudad, con 118.919 personas en el censo de aquel año. La proporción –tan desproporcionada- se acentuaría hasta día de hoy en el que apenas 114.244 seres humanos compartimos la ciudad con los más de veintiséis mil perros que la gente tiene metidos en sus casas. Y digo metidos en sus casas porque ese es el principal problema que denuncian los firmantes de la plataforma #Playasdogfriendlycadiz, que los perros necesitan más espacio. «El espacio que necesitan no es solo su casa o estos parques, sino su entorno, un entorno, en Cádiz, donde la mayor parte del espacio está rodeado de mar”.
Se quejan, y con razón, de que mucho lirili y poco lerele con sus amiguitos los perros, a los que el partido gobernante había prometido «defender como seres sintientes, iguales y sujetos a derechos», comprometiéndose a «recoger en el transporte público la posibilidad de llevar animales, establecer tiempos y espacios delimitados en las playas para perros y otras mascotas -¿otras mascotas?- y promover la utilización de pirotecnia silenciosa». Eso, y los parques caninos donde los perros hacen amiguitos, porque lo de estar solo en casa debe ser muy estresante, y luego se deprimen y todo lo demás.
Usted sabe, porque lo he dicho muchas veces, que no me gustan los perros ni comprendo esta batalla por la conquista animal de un espacio que –entiendo- es para las personas. Pero que no lo entienda no me invalida para tener una opinión al respecto, y que no esté de acuerdo con las reivindicaciones de un colectivo al que respeto aunque, dicho sea de paso, no siempre muestre el mismo respeto con los demás. No me gustan los perros, no me gusta que se me acerquen en una tienda, no me gusta sentarme en una terraza y que haya un animal de tamaño considerable jadeando al lado de mi mesa, no me gusta pasear por Santa Bárbara y que los perros estén saltando fuera del parque canino y sus dueños dentro –así de absurdo y así de cierto-… y, por si fuera poco, lo confieso, me dan mucho miedo. Por eso, cuando llegue el día, no iré a la playa, no cogeré el autobús y dejaré de entrar en los comercios «pet friendly», porque cuando llegue el día, y al paso que vamos, en esta ciudad habrá más perros que gente.
Aunque he de reconocer que llevan razón los amigos perrunos. Un perro es un animal que necesita correr, necesita espacio y necesita ejercer su musculatura. Haciendo una proporción rápida, tocamos a un cuarto de perro por persona en esta ciudad, y teniendo en cuenta que aun quedamos algunos que aún no hemos sucumbido al sutil encanto canino, todo indica a que en muchos hogares gaditanos hay más de un perro conviviendo sin espacio, sin libertad. Así que háganselo mirar y piensen, antes de exigir, qué es el maltrato animal.