Dos ciudades y un debate
«Lo llamaban debate, pero fue más bien un ejercicio de retórica hueca que duró dos horas y media y en la que no se dijo nada de provecho para la ciudad»

Parece que el alcalde sí tiene quien le escriba. Quien le escriba cartas -como la que le ha escrito el director ejecutivo de la Sail GP- y quien le escriba las homilías. Y le escribe bien, no hace falta que vuelva a decirlo, porque lo ... cortés no quita lo valiente, y esa manera de terminar el pleno sobre el estado de la ciudad del pasado jueves no hace sino ratificarme en que Onésimo Sánchez –el senador de García Márquez- llegó hace seis años a la ciudad y aún sigue sacando a pasear, a diario, las fórmulas de su circo. «Estamos aquí para derrotar a la naturaleza. Ya no seremos más los expósitos de la patria… seremos grandes y felices». No, no lo dijo el alcalde, aunque lo parezca, pero dijo otras cosas por el estilo y remató la faena como el capataz de La Macarena jaleando a sus costaleros en la recogida, «hay que hacerlo bonito, os quiero».
Lo llamaban debate, pero fue más bien un ejercicio de retórica hueca que duró dos horas y media y en la que no se dijo absolutamente nada de provecho para la ciudad. Nada. Después de tres años, y con la manoseada excusa de la pandemia, el pasado jueves se suponía que nuestros representantes municipales iban a hacer un ejercicio democrático poniendo sobre la mesa los problemas que afectan a la ciudad, pero el alcalde avisó –y el que avisa, ya se sabe que no es el traidor- al comienzo de su intervención que «no queremos un debate de barro». Y no lo hubo, claro está. Ni de barro ni de ningún material tangible, porque más que en la realidad, las intervenciones se movieron en el deseo. El deseo del equipo de gobierno de hacernos comulgar con ruedas de molino, y el deseo de la oposición de tirar por tierra la poca o alguna gestión municipal de estos tres últimos años.
Y con el guion aprendido –a veces, poco aprendido, y eso le jugó alguna mala pasada con los ‘datos’ y las ‘mentiras’ o con el tamaño ‘estatal’ de la Feria del Libro- nuestro edil fue dibujando el perfil de una ciudad idílica, referente internacional de no sé cuántas cosas, inclusiva, feminista, tolerante, honesta, integradora, sostenible, ecologista, animalista, accesible, donde los niños comen tres veces al día, una ciudad en la que se han plantado ciento cuarenta y nueve árboles solo en el último año –siempre me asombra esa precisión cartesiana a la hora de cuantificar las cosas que tienen los políticos-, donde la gente sin dinero ya se puede sentar en las terrazas, y en la que vivimos «mejor que hace seis años», gracias a que tenemos un equipo de gobierno que «somos los que más trabajamos y mejor gestionamos”» Pues, mire usted que bien, porque a pesar de que, por culpa del gobierno de la Junta de Andalucía, se han sentido «muy solos», la autoestima la siguen teniendo intacta. Ningún ejercicio de autocrítica, ni tampoco ambición alguna, porque «hemos sacado a Cádiz de la ruina» y aquí se puso el ‘non plus ultra’que traducido resulta…
Y con el guion aprendido, también, una oposición que parece vivir en otra ciudad totalmente distinta a la del alcalde y sus queridos concejales. Una ciudad al borde de un cataclismo, sucia, en retroceso, con una organización «calamitosa», en la que no sale adelante ningún proyecto, paralizada por la mala gestión, con un gobierno autoritario, déspota, obsesionado con el pasado, enredado en las redes, y más preocupado por la paz mundial o por el sexo de los ángeles que por el día a día de los vecinos –y las vecinas, claro. Reproches escritos y leídos en veinte minutos. Sin propuestas, sin soluciones, sin alternativas, sin más objetivo que la cabeza del alcalde y sin nada más que añadir.
Un debate ficticio que bien podría haberse llamado «historia de dos ciudades», dos ciudades con las que, dicho sea de paso, no me identifico de ninguna manera, porque ni los buenos son tan buenos, ni los malos lo parecen. Un debate –por llamarlo de alguna manera- innecesario, improductivo que fue resumido de manera certera por la portavoz de Ciudadanos entonces, ¿para qué estamos aquí? .
Eso mismo digo yo, y eso mismo dice usted, aunque lo diga para sus adentros. ¿Para qué organizar este teatrillo si ninguno de los que estaban allí ha comprendido que están condenados a entenderse mientras dure este mandato? ¿Para qué llamarlo debate si nadie tenía intención de discutir absolutamente nada?
Los vecinos y las vecinas estamos ya un poco hartos de que nos tomen por el pito del sereno. «El hilo rojo que se pierde en los confines del tiempo» –a veces no entiendo lo que dice el alcalde, pero me suena muy bonito- puede que ahora esté en vuestras manos, pero puede romperse cualquier día, el día que todos –y todas- perdamos por completo la confianza que nos queda en quienes nos gobiernan. Gobernar una ciudad es mucho más que leer diez folios llenos de tópicos y de lugares comunes y es mucho más que citar ‘al poeta’ –y se lo digo yo que soy una experta en citas- o excusarse en lo que hacen mal otras administraciones.
Gobernar una ciudad es intentar construir un lugar seguro –con todas las acepciones del término- para los ciudadanos. Todo lo demás, incluyendo el pleno del pasado jueves, son fantasías animadas de ayer y hoy. Y es una pena.