La ciudad sin mi

Normalidad entendida, claro está, como algo cotidiano, rutinario, que no produce ni admiración ni rechazo, que se acepta tal cual nos viene y listo

Yolanda Vallejo

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Cuando la excepción se convierte en norma es cuando empezamos a hablar de normalidad . Normalidad entendida, claro está, como algo cotidiano, rutinario, que no produce ni admiración ni rechazo, que se acepta tal cual nos viene y listo. Lo normal –según los parámetros ... en los que aún se asienta el pensamiento humano- sería que yo les hablara hoy del barómetro “especial” –y tan especial- del CIS, de esa encuesta hecha a medida de la perversión y de cómo están formuladas las preguntas -¿de qué color es el caballo blanco de Santiago?- y de cómo, más que nunca, la información es poder. También podría hablarle de la preocupación de nuestro vicepresidente por el hábito que vista el monje que dirija el convento y de su deseo de que “jamás viéramos a un jefe del Estado vestido con un uniforme militar” –pues nada, a escribirles la carta a los Reyes, Pablo-, como si la mona, por no vestirse de mona, dejara de serlo. Podría hablarle de lo mal que funciona la administración electrónica, del drama de quienes tienen que entregar un “papel” y no saben ni dónde, ni cuándo, ni por qué. Y podría contarle que un Mariano Rajoy o alguien que se le parecía, se estaba saltando el confinamiento para hacer lo que usted y yo haríamos ahora mismo con los ojos cerrados, salir corriendo…

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