Con cebolla
«De un tiempo a esta parte nos hemos vuelto ‘concebollistas’, o lo que es lo mismo, de un tiempo a esta parte las nanas las hacemos con cebolla»
![Yolanda Vallejo: Con cebolla](https://s3.abcstatics.com/media/opinion/2021/07/18/v/tortilla-patatas-cebolla-krCG--1248x698@abc.jpg)
Por una vez, y me da igual que sirva como precedente, estoy de acuerdo con el concejal delegado de Memoria Democrática de nuestro Ayuntamiento. No con el edil de Urbanismo y Movilidad, contra el que se han rebelado los comerciantes del centro y no sin ... razón, y al que suplican un cambio de actitud y que deje de una vez de marear la perdiz, y de perderse por los cerros de Úbeda porque como decía Beatriz Gandullo, gerente de Cádiz Centro Comercial, «si le pedimos blanco nos responde con negro», que no es un homenaje a Malú pero bien que lo parece. Sí estoy de acuerdo con el otro Martín Vila, el que afirma que el debate que importa no es el de la placa de Pemán; pero añado más –de vez en cuando me siento como Hernández y Fernández–, tampoco creo que el debate esté en el nuevo hospital regional, la Ciudad de la Justicia, la planta de Airbus Puerto Real, el empleo en la bahía gaditana o el centro de salud del Mentidero, temas con los que el concejal gaditano parece está intentando desviar la trayectoria de los proyectiles que se le vienen encima. Estoy de acuerdo con él en que el debate, el de verdad, el que importa en estos tiempos en los que nada importa tanto como recuperar la normalidad, manda huevos.
Esta semana hemos vuelto a enfrentar a los dos España –lo mismo hay muchas más, pero solo dos hacen ruido, y cada vez más– en una vieja disputa que ha sistematizado una encuesta de Sigma Dos y que pone en evidencia lo rematadamente ridículo que puede llegar a ser el género humano cuando no tiene nada entre las manos. Dice el refrán que cuando el diablo no tiene nada que hacer con el rabo mata moscas; y al parecer, los españoles cuando nos sobran horas –o nos faltan pensamientos– nos enfrascamos en debates como este. Ante la nula perspectiva de elecciones a la vista, ante la permanente desaparición de Pablo Iglesias y ante unos cambios en el Gobierno central que no se comprenden mucho, las encuestas se centran en asuntos que a primera vista podrían parecer baladíes, pero que no lo son. Y le contaré por qué.
Dice la encuesta realizada para el diario ‘El Mundo’ que un setenta y tres por ciento de los españoles prefiere la tortilla de patatas con cebolla, frente a un escaso veinte siete por ciento que se decanta por la tortilla sin cebolla. Pero la encuesta dice mucho más de lo que dice, evidentemente, porque ni siquiera un diablo aburrido da puntada sin hilo. Así que tirando del hilo de la encuesta, y dejando a un lado la libre interpretación de datos –lo de la alta tasa de sincebollistas de Vox y de Podemos me ha dejado un poco preocupada–, lo interesante es la recurrencia de la encuesta y la liturgia de la metáfora perfecta que representa. Porque verá. En 2018, los defensores de la tortilla encebollada no superaban un 64% –curioso que la prensa en aquellos días los llamaba ‘cebollers’ frente al «concebollistas» que utilizan ahora– mientras un casi 40% se apañaba con huevo y patatas. Pero si echamos la vista más atrás –hago unos ejercicios absurdos de memoria histórica–, en 2015, en un «debate clave de nuestro tiempo»–así titulaba un periódico– la tortilla sin cebolla ganaba por goleada. ¡Qué cosas! Dirá usted, y yo también, ya que para terminar de dorar el plato, en 2009, antes de la pandemia, antes de la crisis y antes de casi todo, según una encuesta realizada por Coca–Cola –se ve que entonces hasta los refrescos tenían más credibilidad– un modesto 17% cebollero se enfrentaba a un todopoderoso ochenta y tres por ciento de defensores de la tortilla de patatas sin cebolla.
En conclusión, y para no marearnos más ni terminar aborreciendo el que muchos consideran el plato más español, de un tiempo a esta parte –que diría Drexler– nos hemos vuelto «concebollistas», o lo que es lo mismo, de un tiempo a esta parte las nanas las hacemos con cebolla. La cebolla, ya lo dijo el poeta, es «escarcha cerrada y pobre», un bulbo de menesterosos que soñaban con «pan y cebolla», un alimento que, al partirlo, hace llorar.
El caso es que nos hemos acostumbrado a eso, a llorar, y a bebernos lo que nos quieran echar en la copa, incluso a conformarnos con la gota que, en otras circunstancias, colmaría el vaso. Lo mismo nos tragamos que «es evidente que Cuba no es una democracia», que asistimos a la conjura de un nuevo referendum de la plana mayor del independentismo catalán en Francia, que caemos en la trampa de Naim Darrechi; al final todo es lo mismo, un engaño para que nos la metan y sin protección; total, decimos con resignación, al menos tenemos la certeza de que el gobierno sí que es estéril.
Por eso no me extraña en absoluto el ascenso y auge de la cebolla, con tortilla o sin ella. Lo malo es lo que viene después, lo malo es lo que decía Laura Esquivel en su maravillosa ‘Como agua para chocolate’: «lo malo de llorar cuando uno pica la cebolla no es el simple hecho de llorar, sino que a veces uno empieza y ya no puede parar».